El pasado 8 de junio, dos pescadores suecos que pasaban por un bunker militar abandonado en las cercanías de Nordmaling encontraron lo que suponían era la escena de un crimen. La cama con sábanas de seda, el montón de cuerdas, consoladores y artículos de cuero les recordaron una cámara de tortura descubierta en marzo de 2011 en una granja de las cercanías; de allí que los memoriosos ataran los hilos y llamaran urgente a la policía. Sin embargo, una vez que se corrió la voz, el hallazgo cobró otro color.

Porque mientras las autoridades investigaban el supuesto calabozo, el diario Aftonbladet informaba que el lugar era, en realidad, una sala tuneada por una madre “soltera y trabajadora” para practicar sexo bondage. Al parecer, a Lena (tal como se identificó la mujer) no se le ocurrió mejor idea que apropiarse de las instalaciones con fines eróticos y, frente a la confusión, no tuvo más remedio que hacer públicas sus prácticas sexuales. “Tan sólo quería poner a prueba mis límites”, les habría explicado a las fuerzas de seguridad.

Frente al hecho, los aficionados al bondage aprovecharon la ocasión para dar su opinión y justificar la discreción (o, mejor dicho, el intento de ser discreta) de la mamá adicta al cuero. Dee Severe, realizador y dueño de la firma especializada en películas fetichistas Severe Society Films, dijo: “Si piensan que la gente es prejuiciosa sobre los derechos de los homosexuales, su reacción frente al bondage es tres veces peor”. “Hay que ser cuidadoso y entender que hay discriminación. Las personas todavía no entienden que es sexo consensuado y no abuso”, ofreció el profesor de técnicas sadomasoquistas Bo Blaze.

Lena parece haber aprendido la lección. Porque, frente al incidente, no sólo prometió no volver a dejar sus petetes tirados después de las intensivas sesiones, también afirmó que “Suecia no es un país muy liberal en lo que refiere a sexualidad”.