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Domingo, 10 de enero de 2016

CINE > LA GRAN APUESTA

TIMBEROS

Se acaba de estrenar La gran apuesta, una película recargada de superestrellas como Brad Pitt, Ryan Gosling, Christian Bale y Steve Carrell, entre otros. La dirige Adam McKay, conocido por su trabajo en Saturday Night Live y por ser casi un socio creativo de Will Ferrell. Todos juntos intentan explicar, en una comedia dramática y sarcástica, la hecatombe financiera que sacudió a Estados Unidos en 2008 y, en consecuencia, al resto del mundo. La apuesta es contar toda esta historia penosa y compleja, llena de términos complicados y difíciles de explicar (hipotecas subprime, bonos de default) haciendo reír y sin aburrir, pero tampoco subestimando o burlándose de una tragedia que, siendo absurda e irresponsable, dejó a millones sin trabajo y sin futuro.

 Por Mariano Kairuz

“Wall Street te muestra las cosas de una manera tan complicada que parece que solo ellos saben cómo hacerlas”, dice un personaje/narrador bastante temprano en La gran apuesta (The Big Short), la comedia dramática sobre la hecatombe financiera que sacudió a Estados Unidos e inevitablemente a buena parte del mundo, en 2008. A continuación, pasa a demostrarnos cómo planea llamarnos la atención sobre estos temas tan complejos, como pueden serlo el mercado de derivados; los bonos de default del sistema hipotecario, y otros encantos; es decir, los detalles más insondables –al menos para el ciudadano común– de un sistema perverso que fabricó su propia debacle: recurriendo a celebridades. Gente rica y famosa o como mínimo bella o exitosa, que nos lo cuenta todo como en un tutorial, una suerte de “Wall Street para idiotas” de apenas un par de minutos de duración. Puede ser Margot Robbie (la rubia esposa de DiCaprio en, nada casualmente, El lobo de Wall Street) que nos cuenta de qué se trata en general este sistema especulativo de seguros sobre seguros, mientras toma champagne y se da un baño de burbujas; o Anthony Bourdain haciendo una pestilente analogía sobre cómo “reciclan” los restaurantes el pescado que quedó sin vender en el día; o Selena Gómez en la mesa de blackjack del casino explicándonos qué es, atención, una “obligación colatelarizada por deuda”, comparando el supuestamente sólido mercado hipotecario con la mismísima timba.

Si la pregunta es cómo filmar la catástrofe financiera del 2008, una primera respuesta posible es la que dio no mucho después del desastre mismo Michael Moore con su documental Capitalismo: una historia de amor, es decir, una de esas obras de sensacionalismo militante que suele producir el director de Bowling for Columbine, tan proclive a la ironía, a encontrar humor, un humor negrísimo, en medio del retrato de los bordes más siniestros del sistema. Luego vino otro documental, Inside Job, de Charles Ferguson, que muchos consideran el relato definitivo de “las fallas regulatorias, éticas e intelectuales que condujeron a la crisis” (New York Times); y las ficciones como Margin Call (estrenada como El precio de la codicia, con Kevin Spacey) y Too Big to Fail (de Curtis Hanson, con James Woods).

Pero The Big Short redobla la apuesta y la pregunta: ¿cómo puede Hollywood hacer una película grande, con estrellas, capaz de llamar suficientemente la atención, que no pase desapercibida ni saque al público de la sala ni aburrido ni rascándose la cabeza? Y la respuesta esta vez la dio Adam McKay, para muchos en la industria el director menos pensado, porque su experiencia, muy exitosa por otro lado, se limitaba casi exclusivamente a la comedia: como director formado en Saturday Night Live, se convirtió en algo así como el socio creativo de Will Ferrell, a quien dirigió en películas como El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, Hermanastros y Policías de repuesto, además de innumerables sketches del programa de los sábados y del sitio paródico cocreado por él, Funny or Die.

Impensado, McKay, porque no es que la crisis financiera del 2008 sea el material más obvio para una comedia: fue de hecho una tragedia que dejó a millones de americanos sin empleo y sin hogar. Pero The Big Short trata sobre los tipos que la vieron venir, y mientras nos cuenta cómo fue que la vieron venir y fueron confirmando paso a paso sus peores augurios (mientras los bancos se les reían en la cara porque, ja, el sistema hipotecario es taaan sólido: “¿quién deja de pagar su propia casa?, pregunta un personajote del ambiente al principio de todo el asunto, a fines de los años ’70), se despliega el retrato de la ridiculez y el absurdo intrínsecos de todo este subsistema especulativo. Y en el absurdo aflora la comedia, junto con la tragedia. Eso de reír para no llorar.

LA MAQUINA DEL APOCALIPSIS

Por supuesto que McKay contaba con un material más que apto sobre el cual emprender su trabajo: el libro de Michael Lewis The Big Short: Inside the Doomsday Machine, uno de esos volúmenes periodísticos que se las ingenian para explicar al gran público lo que parece imposible de explicar sin dejar de entretenerlo, una de esas obra de non-fiction que son celebradas por los reseñistas por sus valores literarios, y que no por nada se instaló durante 28 semanas en la influyente lista de libros más vendidos del New York Times.

McKay leyó el libro mientras investigaba un poco el tema para una comedia anterior suya (Policías de repuesto, con Ferrell y Mark Wahlberg), y, dice, enseguida intuyó que ahí había una película. Una destinada a otro director. Brad Pitt ya había comprado los derechos para su adaptación a través de su productora Plan B, como ya lo había hecho con otra novela de Lewis llena de números: Moneyball, la historia del reclutamiento de jugadores de béisbol en base a estadísticas. Finalmente, cuando ya la había descartado, se le presentó una oportunidad y McKay se lanzó a ella, y lo primero que hizo fue volverse casi un experto en el asunto.

En un par de entrevistas recientes, el director cuenta en unas pocas palabras eso que aprendió y que la película nos relata –a través de uno de sus personajes que, interpretado por Ryan Gosling, habla a cámara “rompiendo la cuarta pared”, un poco como Spacey en House of Cards–: “Todo esto empieza a fines de los 70 con un tipo de Wall Street que piensa, Ey las hipotecas son aburridas. No se gana mucho con ellas. Pero si metés unas cuantas juntas en un único bono, las podés vender”, dice McKay, probando que entendió. “Y como cada bono contiene muchas hipotecas dentro de él, y el sistema hipotecario es básicamente sólido, es un sistema seguro. Así empezaron a hacer miles de millones de dolares y los bancos y otras entidades financieras empezaron a crecer, multiplicando su tamaño por cuatro en tres décadas. Pero lo que pasó después fue que se quedaron sin buenas hipotecas para meter en los bonos, porque, después de todo, no hay tanta gente que esté realmente en condiciones de comprar su propia casa. Así que empezaron a llenar estos bonos con hipotecas de mierda, prestándole plata a gente que no estaba calificada para un crédito. Son hipotecas subprime: de alto riesgo. Así que de pronto este mercado de valores que todos creían tan confiable, estaba lleno de mierda. Y nadie lo notó, o a nadie le importó, porque todos estaban ganando mucho dinero. Cuando cayó, fue como un dominó.”

Adaptando él mismo el libro de Lewis (junto con el coguionista Charles Randolph), McKay reunió para su reparto a Steve Carell (que viene de su nominación al Oscar por Foxcatcher, el año pasado, y ahora aspira a otra), Christian Bale (que ya transitó este mundo alguna vez, significativamente, en la adaptación de American Pyscho), el ya citado Gosling y, entre otros, el productor Pitt (quien se reserva un papel breve pero importante, una suerte “de voz de la conciencia”, demasiado explícita, podría decirse), y le dio forma a una película que buena parte de la crítica de Estados Unidos, donde se estrenó un par de semanas atrás, considera de las mejores del año y altamente oscarizable.

El eje central del film sale directamente del libro de Lewis, que sigue simultáneamente a varios inversores que jugaron un papel importante en la creación de este mercado de “cobertura de riesgos”, los bonos de deuda con los que apostaron contra la infladísima burbuja del sistema hipotecario, y de este modo terminaron enriqueciéndose cuando todo se vino abajo. Se trata de un conjunto de personajes reales pero muy coloridos, inusuales y excéntricos. Uno de ellos es Steve Eisman, el extrovertido e irritable gerente de un fondo de inversiones de alto riesgo, dueño de, según lo describe el libro, “un enorme talento para ofender a la gente”, y que en la película cambia su nombre por Mark Baum (interpretado por Carell). El es de algún modo quien nos ofrece el punto de vista más “moral” del relato, permanentemente indignado con cada descubrimiento que confirma sus peores augurios. Ahí están tambien Greg Lippmann, un corredor del Deutsche Bank, que en el film se convierte en Jared Vennet (Gosling), y entre otros personajes secundarios, los dos jóvenes fundadores de un fondo de inversion, que se iniciaron en un garage con apenas una computadora y ciento diez mil dólares, y en poco tiempo obtuvieron ganancias por más de cien millones. Pero acaso el personaje central sea el de Michael Burry, un ex-neurólogo aficionado al heavy metal, con un ojo de vidrio y síndrome de Asperger, obsesivo y solitario, que creó el fondo Scion Capital y llevó adelante sus apuestas contra el mercado hipotecario basándose en sus agoreras predicciones. El fue, dice Lewis, quien lo vio primero, quien se dio cuenta antes que nadie de que esto iba a ser un desastre, y es probable que el síndrome de Asperger haya jugado un papel determinante en su capacidad para descular lo que los demás se resistían a ver: fueron su poder de concentración y obsesividad los que le permitieron estudiar minuciosamente los contratos de miles de hipotecas (un trabajo de letra chica que solo se toman abogados y contadores) y ver ahí cómo todo estaba dispuesto para el apocalipsis.

“Yo llamo a Burry El Oráculo”, dice McKay. “Lo que hizo es sorprendente; nunca salía de su oficina, se comunicaba con sus clientes solo por email, y se dedicaba horas a leer estos bonos línea por línea. Cuando salió de su oficina fue para decir: esto es una casa hecha de cartas. Hizo lo que tendría que haber hecho el mercado, que era hacer contrainversiones para equilibrar unas inversiones mal hechas, pero llegó un momento terrible en que se dio cuenta de que ya estaba todo comprometido y que la economía global estaba condenada.” Lo cierto es que, como la prensa les ha señalado a McKay y a Lewis, sus protagonistas, Burry y compañía, no son exactamente héroes, porque al apostar contra la corriente, cuando todo estalló, ellos se enriquecieron, al mismo tiempo que millones de americanos perdían sus casas y sus trabajos. “No es una historia de buenos contra malos”, concede McKay. “Es la historia de un sistema y sus incentivos y lo que estos incentivos les hacen a los individuos. Según un modelo de guión clásico, en la primera parte del film estos personajes serían nuestros héroes, porque van contra el sistema. Pero luego el sistema es más fuerte que ellos, les pasa por encima y sin embargo, es cierto, ellos salen enriquecidos.”

“Yo los veo como personajes interesantes con una dimensión heroica, en especial Michael Burry”, dice Lewis: “porque se distanciaron de su clase e hicieron algo arriesgado cuando lo más sencilo era seguir la corriente. Pero para ser un héroe tenés que sacrificar algo tuyo y su motivación, finalmente, no era otra que hacer dinero. Sí puedo decir de ellos que estaban indignados, que querían venganza, que querían dársela a los bancos”.

LA TRAMEDIA

“La gran apuesta es un viaje. Cuando termina, te duele el cerebro y te sentís asqueado”, escribió el crítico A. O. Scott en el New York Times. “Se trata de una película muy disfrutable que te deja en un estado de ira, náusea y desesperación”, y sobre esa contradicción esencial –de náusea y disfrute– se erige el éxito de este relativo giro en la carrera de McKay. Para David Edelstein, de Vulture, es el triunfo de “una gloriosa síntesis inventada por McKay: parte thriller de negocios, parte comedia de stand up, con algo de didactismo progre”, que te llena de información y “te vuela la cabeza con la titánica desmesura de su historia de codicia y locura”.

Para el director, es un poco de todo: la sátira, el thriller, “con alguna cosa graciosa y mucha energía”. Pero no le pidan que diga si es una comedia muy negra o sencillamente una tragedia. “Creo que a partir del momento en el que los personajes van al foro de Las Vegas y terminan de confirmar que todo lo que creían es real, y que todo el sistema está podrido, entienden también que no están apostando solo contra los bancos sino contra ellos mismos, contra el mundo. No es una comedia o una tragedia, son varias fases de un mismo recorrido. Los personajes reales en los que se basa la película aun están shockeados. Se enriquecieron pero también enloquecieron. Es, creo, una tramedia.”

Y la parte más trágica de la tramedia es que nadie aprendió realmente una lección de todo esto. “No hay que olvidar que los acreedores fueron castigados por sus sobreindulgencias, perdiendo hogares y hasta vidas, pero los ejecutivos de las entidades prestamistas simplemente se enriquecieron”, dijo el propio Burry, quien, rastreado en ocasión del estreno de la película, accedió a dar algunas entrevistas aunque solo, por supuesto, por email. “Todavía me sorprende que estos ejecutivos no hayan sido castigados por lo que hicieron, pero esa es la naturaleza de estas cosas. Los que operaban la máquina tampoco fueron castigados tras el estallido de la burbuja de las punto com; aun viven en sus mansiones en San Francisco. El que paga es el tipo pequeño, el pequeño inversor, el que toma un crédito. A él hay que advertirle, a él hay que educarlo y volverlo más suspicaz: que un prestamista te esté ofreciendo dinero barato no significa que tengas que tomarlo. Y si va a aceptarlo, mejor que entienda los términos, porque el dinero gratis no existe”.

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