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Domingo, 28 de febrero de 2016

CINE > UNA SEGUNDA MADRE

PREGUNTALE A LA EMPLEADA

A la manera de la premiada película chilena La Nana, el estreno brasileño Una segunda madre explora el tema de las empleadas domésticas que crían los hijos de los patrones como propios. Protagonizada por la carismática Regina Casé, y popular en su país luego de su paso exitoso por los festivales de Sundance y Berlín, la película de la paulista Anna Muylaert pone en cuestionamiento las reglas no escritas de esa convivencia, retratando los cambios que atraviesa la sociedad brasileña actual puertas adentro a través del personaje de la hija de la protagonista, inteligente y contestataria.

 Por Andrea Guzmán

“Nadie me tiene que explicar cómo funcionan las cosas. Esto uno lo sabe de nacimiento”. Es un enunciado que podría enmarcar bien la idea fuerza de A que hora ela volta?, título traducido como Una segunda madre, la popular película brasileña del 2015 que se estrena esta semana en Buenos Aires. La frase le pertenece a Val, la protagonista de la película encarnada por una muy carismática Regina Casé, una empleada doméstica que trabaja en casa de una adinerada familia de Sao Paulo. Lo dice durante una fuerte discusión con Jessica, su rebelde hija que llega a la ciudad para estudiar arquitectura y se niega a acatar esos mandatos de convivencia sobrentendidos que jerarquizan la casa de los patrones. Una segunda madre se popularizó el año pasado en Brasil luego de su exitoso paso por festivales internacionales como Sundance y Berlin, y terminó siendo la elegida de su país como representante en la carrera por el Oscar a mejor película extranjera. Quizás por el tema latente, sensible y en discusión actual que se anima a explorar, el de los entramados y jerarquías de clase social y el callado itinerario de normas que las separan, aunque no se establezcan desde la formalidad, sino más bien por un sobre entendimiento desde la tradición. También por su intento de retratar algunas de las transformaciones que transita la sociedad brasileña puertas adentro. “El amor de una madre era la semilla del proyecto y creo que este sentimiento sigue siendo muy fuerte en el resultado final, pero también creo que la figura de Jessica habla de un Brasil contemporáneo”, dice Anna Muylaert, la directora y guionista de la película, que se tomó veinte años para concretar este proyecto. “Se me ocurrió la idea de que este personaje irrumpiera con la idea de estudiar arquitectura con todo ese sentimiento de ciudadanía y que fuera a romper todas esas reglas de clase que existen invisibles y que terminan por visibilizarse”.

En la película, Val es una empleada que acepta las normas que conoce “de nacimiento” y también sus espacios permitidos por un acuerdo silencioso. Que no ha visto a su hija hace más de diez años pero sin embargo ha criado ella misma a Fabinho, el hijo de la familia donde trabaja. Y ahí se la ve, en su calmada e incuestionable cotidianeidad, usando remeras con nombres de distintos países del mundo que no conoce –souvenires de los viajes de sus patrones- y en complicidad absoluta con el adolescente de la casa a quien su madre no parece tener mucho interés en criar. Toda esta rutina se remecerá cuando su hija real, una inteligente y contestataria joven de la provincia noroeste, decide ir a Sao Paulo a vivir para dar el examen de admisión a una exigente universidad, a la que por supuesto el joven Fabinho también está aplicando. No contenta con instalarse en casa de los patrones por un tiempo, además decide que lo mejor es quedarse en el cuarto de invitados, en vez de la pieza de servicio que le corresponde. Y ocupar ciertos lugares simbólicos como la pileta y el comedor, que aunque se diga que “son parte de la familia”, para el servicio están tradicionalmente vetados y por supuesto su insolente traspaso resulta en distintos tipos de reacciones de los miembros de la familia. “No me considero ni mejor ni peor que ninguna otra persona” dice muy sinceramente Jessica, que parece pertenecer a una generación que sencillamente ya no viene con este chip de normas y acuerdos segregadores insertado. Una línea obtusa y ensombrecida entre el trato familiar y el de la verticalidad del trabajo, es la idea que se explora la película usando una costumbre bien arraigada en las clases sociales altas de Brasil, como lo es también en varios países cercanos. Ya se había interesado en esto el chileno Sebastián Silva con su también muy premiada película La Nana. El tema de las empleadas domésticas “cama adentro”, que viven en un cuarto de la casa durante años y que crían a los hijos de sus patrones como propios. Puede que estas dos películas compartan ciertos puntos en común, la forma de relato callado y por acumulación. El sentido del humor que dista de ser un elemento amable pero que suaviza un poco lo demoledoras que pueden llegar a resultar ciertas situaciones. “La recepción de ese elemento es totalmente diferente según donde se proyecte la película. En la periferia hay escenas en que la gente aplaude mientras que en Sao Paulo esta misma escena provoca risa”, dice la directora. También está el retrato de la desigualdad de clase que se hace evidente en la configuración de la ciudad y de lo privado y que la película elige retomar desde la intimidad de una historia pequeña y particular. Vale decir que esta propuesta de fotografía lejana y cercana que acompaña lo privado y lo social de la historia es de Bárbara Alvarez, responsable de las películas uruguayas Whisky y 25 watts. “Sin duda, esta estructura ya viene de todo el período colonial, de esclavitud, y nunca se ha cerrado. Así como en Estados Unidos ha habido un gran racismo, pero también un contrarracismo que ha hecho que ese racismo sea fácil de combatir, en Brasil ese racismo, que también está relacionado con ese problema social (porque suele ser persona negra, persona pobre), siempre ha estado disfrazado. Al estar disfrazado, nunca se ha podido combatir, siempre ha existido ese difícil problema social. Existen unas reglas más o menos educadas, vemos como la patrona le da un beso a Val y la llama ‘querida’, pero en realidad perviven esas reglas invisibles que vienen de todo ese pasado. En Brasil esta película podría causar bastante malestar y vergüenza, ya que ahí no se hablan de estas reglas, es la primera vez que entienden y ven algo que ellos hacen normalmente. Pero sobre todo lo que se consiguió fue dar ese impulso al sentimiento de ciudadanía, y Jessica es el retrato de ese cambio. También se podría decir que Jessica va más allá de esto, sería un poco como mi utopía”, dice la directora.

Es verdad que en esta revisión luminosa y, sobre todo hacia el final de la película, quizás demasiado optimista o sentimental, hay algo de utopía personal, más que de retrato histórico. Pero también es cierto que no falla en su apuesta por un debate necesario y por introducir a esta nueva generación que habita en sociedades que cambian y que no se conforman con los lugares establecidos por el entramado social. “Cuando iba a empezar el rodaje de la película, me senté y reescribí el guión para que reflejara los cambios y los debates que se habían producido. En vez de retratar a la hija de la niñera como sumisa y desgraciada, como mandan los clichés, la doté de una personalidad muy marcada; la hice lo bastante noble y fuerte como para enfrentarse a esas normas sociales segregadoras que remontaban a un pasado colonial. Este personaje irrumpe en la paz doméstica sin conocer las normas de la casa y tampoco la rigidez de estas reglas de clase separatistas. Por supuesto termina cruzando algunas líneas e invadiendo espacios que le están vedados. Por supuesto, la expulsan de esos espacios que han estado siempre fuera de su alcance. La ‘ponen en su sitio’, pero lo cierto es que ese ‘sitio’ ya no existe” remata Muylaert.

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