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Domingo, 28 de febrero de 2016

FAN > UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: NORA INIESTA Y LA GIOCONDA DE LEONARDO DA VINCI

LA AMIGA ESTUPENDA

 Por Nora Iniesta

Vaya modernismo en ese personaje que su destino hizo que fuese o se convirtiese en un ícono popular dentro de los alimentos más ricos a la hora del postre. El vigilante.

Desde muy chica ella me acompañó en desayunos y meriendas. Era la lata redonda de batata o membrillo más codiciada por calidad y sabor. Y no siempre se accedía a ella por su precio. No era algo que se fraccionara o se vendiera al peso. Tampoco estaba tan desprotegida. Ella era un envase único. A medida. Y cuando el contenido de la lata se acababa, serviría para poner en la misma, ya sin su cara pero sí con su nombre, lápices, chinches, ganchitos y otros menesteres escolares. Otras veces su reutilización hacía sirviese cual molde, para poner al horno un bizcochuelo. Tener esa lata, abrirla, degustarla entre mis hermanos y mis padres significaba lo mismo que descorchar una botella de buen vino, o un buen champagne. No era cosa de todos los días. Algo bueno habría sucedido si lográbamos comprar en la Estrella Española, una suerte de gran almacén en la esquina de Laprida e Italia en nuestra querida infancia en Lomas de Zamora, la lata que traía con ella esa sonrisa eterna, cómplice, enigmática. Ese personaje renacentista. Ella: la que personificaba la dulzura misma.

Leonardo da Vinci fue quien la inmortalizó…, seguro lejos de imaginar el destino banal de su obra. Pero el arte entra por los ojos, y quién podría resistirse a llevar consigo a esa Señora; Señora que esperaba paciente en un estante que alguien la rescatase de entre tanta otra lata vulgar y la eligiese a ella. Majestuosa mujer. Firme, estoica, pero ya lo dije y lo repito: ella era, es y será todo dulzura. Confieso que más tarde descubrí su gallarda imagen en mermeladas y jaleas en envases de vidrio, confieso también que nunca fue lo mismo. Su fina e inmaculada imagen se diluía en esa transparencia; me quedo y me quedaré siempre con la lata.

A años de esta anécdota la visité en el Louvre, su hogar. Era y no era la misma. Claro, el contexto no era el cotidiano; una cosa es la cocina de casa, el almacén, y especialmente la lata, su soporte. Casi muero en un instante; era ella en su mejor versión, como si estuviese lista para lucirse en una gala especial, engalanada, majestuosa. Creí desvanecer-me; y al mismo tiempo no podía disimular esa felicidad, esa alegría incontenible que hoy ante el recuerdo aun perdura. Tiemblo. Quedé perpleja. Desde ese primer viaje sellé un pacto con ella… nos veríamos siempre. Pacto cerrado, pacto cumplido.

Es sabido que allí multitud de turistas aguardan siempre poder acercarse a verla. Yo, como una más de ellos, cada vez que voy a París no me pierdo su sonrisa, sus bellos ojos, su rostro. La voy a ver. Cita imperdible. Lo acordado y prometido. Es la misma que aquella de infancia. Nos conocemos y nos reconocemos; somos cómplices. Nos queremos. Infancia compartida. Amigas por siempre.

La Gioconda es tal vez uno de los rostros más conocidos en todo el mundo; una pintura que no conoce otro idioma, si los hay por demás universal, que es el lenguaje del arte. Ante ella no hay nacionalidad posible, cientos de japoneses la acosan, chicos en edad escolar la estudian, artistas la toman como leit motiv.

Qué orgullo haberla tenido a la mesa desde chica. Cuánta bondad encerraba.

Sigo pensando en lo que significa la importancia de un envase, ese que vende por su color, por su presentación; ese que hace lo elijamos y no a otro. También imagino en número las millones de reproducciones que año a año se venden en todo formato, soporte y color. Parafernalia en forma de posters, marcadores de libros, lapiceras, biromes, estuches, naipes, remeras, libretas, gorros, bolsas, dominós, lápices, postales, donde se multiplica al infinito su rostro. Papel, seda, cartón, nylon, poliéster, algodón, algunos de sus soportes.

Para mí el Louvre no deja de ser como ese viejo supermercado donde ella me sonreía, porque sigue siendo la elegida. Sus obras vecinas ven pasar al visitante y han de estar envidiosas. Cual santuario se caminan las galerías del Museo solo para verla una y otra vez.

Ese es el enigma; el enigma del arte.

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