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Domingo, 20 de marzo de 2016

VER UN EXTERMINIO

 Por Guillermo Saccomanno

Las fotos de Pablo Piovano nos enfrentan a un horror cercano. Y también a nosotros mismos. No hay inocencia que valga después de verlas. Doy vueltas en torno a sus fotos. No, no encuentro las palabras justas para expresar los sentimientos que provocan sus fotos del exterminio causado por el glifosato. Entonces pienso que esta es una de las tensiones que genera una auténtica obra de arte y me pregunto, a la vez, si las fotos de Pablo Piovano son arte o son denuncia. Como arte, de hecho se exponen en museos, galerías, integran catálogos, y desde el ámbito de las exposiciones trasciende la frivolidad. Porque, como denuncia, sus imágenes inspiran su recomendación de boca en boca. Por qué no pensar entonces que pertenecen a una misma clase de expresión creadora, la de un arte poco frecuente en estos tiempos de banalidad y espectáculo, un arte que nace de la necesidad de justicia. El horror se despliega impiadoso y como confidencial en los retratos de los dañados. Es que el tono elegido por Piovano, solidario con los seres afectados por la matanza, no va por el lado del escándalo ni del golpe bajo.

La deformidad de los seres reales remite a los sueños de la razón que, según Goya, engendran monstruos. La razón capitalista, en efecto, ha creado esa chica deforme que gatea, o esos chicos con hidrocefalia y retraso mental. Lo que no debe sorprendernos es que no fueron monstruos quienes urdieron el exterminio. Fueron hombres, de carne y hueso, padres de familia. Más de 13.000.000 de víctimas confirman la validez de la denuncia. Y acá una conclusión: lo menos que debería empujar la visión de estas fotos es hacia una política de estado que se haga cargo de las consecuencias del uso del glifosato y castigue a los responsables de tamaño genocidio. Una pregunta: ¿qué le importan estas víctimas a quienes cotizan la soja en Wall Street?

No debe sorprender tampoco que la mayoría de los medios suelan bloquear la difusión de estas imágenes. Y que los políticos, comprometidos en enjuagues con las empresas responsables de este crimen masivo, miren hacia otro lado. Pero, a pesar del silencio que impone el poder, el grito de alarma ha comenzado a expandirse a través de las redes sociales.

Sin duda, hay un riguroso cuidado estético en las fotos de Piovano. Su arte tiene la fuerza de estar del lado de las víctimas. Y nos hace sentir vergüenza y culpa a quienes cuando vemos los retratados en sus dramas pensamos en cuestiones como la función del arte. Sin embargo, hay una resistencia a nuestro alcance. Si nos ponemos del lado de las víctimas, empecemos a sumarnos a los miles que ya están difundiendo esta obra, reafirmándola en lo que es: un secreto a voces. El grito de alarma se propaga. No es un gran gesto, pueden decirme. Pero es bastante más de lo que pueden imaginarse.

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