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Domingo, 11 de septiembre de 2016

HISTORIETA > EL áRABE DEL FUTURO

LA PATRIA ES UN DIBUJO

El último gran fenómeno internacional de la historieta francesa se llama El árabe del futuro, la autobiografía en cuadritos de Riad Sattouff, un dibujante hijo de un sirio y una bretona, que recuerda con una mirada perpleja su infancia en Libia y en Siria, durante una saga que ya lleva tres tomos –el segundo acaba de ser traducido al castellano–, y que ha despertado inevitables comparaciones con Persépolis, la exitosa obra de la iraní Marjane Satrapi.

 Por Ana Fornaro

Cuando en 2011 estalló la guerra civil en Siria, Riad Sattouf decidió retomar el contacto con su familia paterna, sunitas de un pueblito cercano a Homs, para llevarlos a Francia en calidad de refugiados. Considerado uno de los héroes de la renovación del cómic francés, el dibujante confió en su lugar de privilegio y en el Estado francés para ayudar a sus familiares desplazados. Se equivocó en las dos cosas. Bastó que fuera a iniciar los trámites a Prefectura para darse cuenta de que su apellido, para los funcionarios, sólo significaba un origen árabe y que, además, el gobierno no tenía ninguna intención de recibir a los desplazados. Indignado por el maltrato y furioso de impotencia, Sattouf volvió a su casa dispuesto a vengarse como lo viene haciendo desde hace dos décadas: mediante el dibujo. Iba a documentar la escena para alguno de los medios en los que venía colaborando: Charlie Hebdo, Le Nouvel Observateur o la revista Télérama. Desde ahí quería dar la voz de alerta sobre la situación y de paso cargarse a los tipos de Migraciones. Pero se frenó. Se dio cuenta que para contextualizar la anécdota tenía que ir más atrás en el tiempo –mucho más atrás– y empezar contando su infancia en la Libia y Siria de los 80, un proyecto que venía arrastrando desde hacía años.

Así nació El árabe del futuro, una novela gráfica en cinco tomos que ya va por el tercer tomo (el segundo es el que se acaba de traducir en castellano) que se convirtió en uno de los mayores éxitos de la historieta francesa actual y que puso a Sattouf, ya famoso por sus tira humorística La vida secreta de los jóvenes y su película Les beaux gosses (Los pibes lindos) en el podio mundial de los dibujantes francófonos. Con estas memorias fue comparado, por la ambición del proyecto y la temática, a la iraní Marjane Sartrapi, autora de Persépolis. Pero mientras que Sartrapi cuenta con intensidad las atrocidades de la revolución islámica desde adentro, Sattouf hace el camino inverso desde la mirada extrañada de un niñito mestizo en Medio Oriente. Hijo de un sirio y una bretona, el dibujante fue arrastrado por su padre desde París a la tierra de Gaddafi primero y luego a la Siria de Hafez al Asad, dictadores aliados de la Unión Soviética que prometían justicia social y pregonaban el panarabismo. El padre de Sattouf, un sirio de origen campesino que había llegado a doctorarse en la Sorbona, se había enamorado de esos proyectos políticos y rechazó un puesto de profesor de historia en la Universidad de Oxford para llevara su mujer y a su hijo de dos años a experimentar la transformación “del árabe del futuro”. “Mi padre era un fascista –estaba a favor de la pena de muerte, entre otras cosas– pero tenía un punto de ingenuidad muy grande. Quería ser alguien importante. Fantaseaba con que en su país le fueran a dar un Ministerio o algo así. Pero al mismo tiempo que soñaba con hacerse rico y poderoso creía realmente que tenía una misión por cumplir: educar a las nuevas generaciones árabes. Yo en la historieta le hago decir las barbaridades que recuerdo, pero sin comentar nada, para que el lector saque sus propias conclusiones”, contó Sattouf en una entrevista con el diario francés Libération. Uno de los grandes aciertos de El árabe del futuro es el tono. Basándose solamente en sus recuerdos (no leyó Historia, no habló con su familia, no miró fotos) el dibujante reconstruye, con mucho humor, la vida cotidiana de su entorno y sus primeras impresiones del choque cultural. Allí aparece la familia de su padre, los olores y colores (cada locación tiene una tonalidad diferente, según la memoria del dibujante), los edificios agrietados de pueblos fantasmas, la omnipresencia de Gaddafi en la televisión, casas que no tenían cerraduras porque “los bienes son del pueblo”, niños que repetían frases y juegos de guerra y que lo acusaban de judío por su melena rubia “de Brigitte Bardot”. Las aventuras en Libia duraron dos años hasta que Gaddafi decretó el cambio de profesiones como parte de la revolución cultural (los profesores debían hacerse campesinos y viceversa) y la familia volvió a Francia. Su padre se deprimió y decidió entonces que el futuro estaba en Siria, donde el dibujante vivió hasta el divorcio de sus padres, cuando tenía doce años. Allí Sattouf continúa con sus experiencias iniciáticas: la escuela, sus compañeritos (algunos muy pobres, otros muy violentos, otros muy simpáticos), sus profesores golpeadores, la lectura del Corán que nadie entendía y una sensación de ser sapo de otro pozo que lo acompañará el resto de su vida, colocándolo a una distancia del mundo, según confiesa no siempre saludable, pero desde donde construyó su refugio de dibujante y humorista. A caballo entre la mirada infantil de Las aventuras del pequeño Nicolás, de su admirado Goscinny y la crudeza documental de Vida de Mizuki, del japonés Shigeru Mizuk, El árabe del futuro está contado con cierta distancia irónica pero a su vez deja lugar a la brutalidad y ternura de sus primeras impresiones de niño. Su padre era un ridículo y un autoritario, sí, pero el pequeño Riad lo admiraba como a un dios. Su madre aparece como una mujer sensata pero que sigue a su marido (aunque según cuenta el autor tomará mayor protagonismo a partir del tercer volumen, con el divorcio y la vuelta a Francia con sus dos hijos) y la familia paterna tiene de todo: desde una abuela entrañable hasta un complot femicida. El dibujante, que no se considera sirio ni francés, que olvidó todo su árabe aprendido en Medio Oriente, que rompió lazos con su padre cuando era adolescente, hoy es considerado, en una Francia dividida entre la islamofobia y una progresía paternalista, como una mirada autorizada y hasta pacificadora sobre los “asuntos árabes”. Sobre todo después de la masacre de Charlie Hebdo, medio en el que colaboró hasta 2014. Pero él reniega de ese lugar: “De repente el hecho de haber dibujado en Charlie Hebdo nos transformaba, para el periodismo, a todos en expertos en geopolítica. Y a mí, por ser de origen sirio, en alguien que tenía cosas para decir. Nunca hice humor político en el sentido satírico que lo hacía Charlie Hebdo pero sí me siento hermanado con los dibujantes asesinados. Muchos eran mis referentes. Fui a la marcha del ‘Je suis Charlie’ pero me sentí incómodo con las proclamas nacionalistas de los políticos y de gran parte de la población. El hecho de ser mestizo caduca toda idea de patriotismo. Cuando vivía en Medio Oriente era rubio y occidental y cuando volví a Francia mi pelo se transformó en morocho y rizado. No es metafórico, fue un cambio físico que volvió a dejarme del otro lado. Yo me defino como dibujante y mi patria son los dibujantes”.

LA VENGANZA DEL NERD

Las portadas de los dos tomos editados en castellano por Salamandra, y distribuidos recientemente en argentina.

Si bien El árabe del futuro se centra en el choque cultural y en la figura del padre (de hecho podría ser leída en clave “novela del padre”), en estas memorias Sattouf también pone el foco en la imposición de una masculinidad hegemónica, en las taras de clase, el racismo y la estupidez prepotente (sobre todo de los varones), temas ya presentes en toda su obra. Hoy el dibujante de 38 años es celebrado como una estrella de rock, engordando listas de bestsellers, llevándose galardones máximos y perfiles en The New Yorker y The Guardian al ser traducido al inglés, pero su adolescencia y juventud fueron un calvario de granos, traumas y aislamiento. “Pasé de ser un niño elfo a un troll adolescente. Incluso llegué a ser votado como la persona más fea de mi curso”, cuenta en una entrevista. La vuelta a Francia fue fácil. Su madre estuvo desempleada por mucho tiempo y junto a su hermano tuvieron que vivir de ayudas estatales, además de lidiar con el acoso escolar. De aspecto frágil y voz aguda, su virilidad era permanentemente cuestionada por sus compañeros y su relación con las chicas era nula. Ese ostracismo lo volvió un observador agudo de su entorno, con una mirada impiadosa que volcó al dibujo, para el que demostró un talento precoz. Después de pasar raspando el bachillerato, logró entrar en una escuela de ilustración y animación de París, donde, dice, por primera vez se sintió en casa. Esa distancia inquisidora cultivada en sus años de colegio lo llevó a crear La vida secreta de los jóvenes, que publicó durante diez años en Charlie Hebdo, creada a partir de escenas reales que recolectaba por las calles de París, en el metro, en las oficinas públicas, en restaurantes de comida rápida. Allí abundan los diálogos absurdos, los maltratos de padres a hijos, la brutalidad, pero también escenas de amor y hasta algunas historias autorreferenciales, como cuando un hombre le pide al autor que le firme un ejemplar de, justamente, La vida secreta de los jóvenes mientras le insiste –se pone pesado– en saber si todo lo que allí cuenta es verdad. Sattouf de alguna manera, señalando lugares comunes o exagerando rasgos de personalidad, se venga de sus enemigos reales e imaginarios. De ahí sale su personaje de Pascal brutal, un megamacho bretón musculoso y derechoso pero con un costado sensible y una sexualidad ambigua, así como también surgen las sucesivas inmersiones del dibujante en los mundos adolescentes. Cuando tenía 27 años, decidió hacer un experimento a lo gonzo y se pasó dos semanas en un secundario de clase alta (todo lo contrario a su experiencia) para documentarlo en el cómic Regreso al colegio, un reportaje gráfico que cuenta el lado b de estos púberes distinguidos. En la misma línea está su primera película, Les beaux gosses (2009), una comedia adolescente desopilante y asquerosa que tiene como protagonista a Hervé, un onanista compulsivo (como lo fue él, como son todos, dice) que logra conquistara la chica de sus sueños. “Ojalá Les beaux gosses fuera una película autobiográfica. Salvo por las pajas y la madre divorciada, mi adolescencia fue totalmente diferente. No tenía amigos y la perspectiva de hablarle a una chica era inexistente. Me la pasaba dibujando. Incluso conseguí mi primer trabajo como dibujante antes de haber salido con una mujer”, contó a The Guardian. Gracias al éxito de su opera prima, creó su productora y sacó su segunda película, Jacky en el reino de las chicas (2014), una reescritura invertida de La Cenicienta (con Charlotte Gainsbourg como princesa-generala azul) que fue un fracaso de taquilla y de crítica. Pero Sattouf sigue insistiendo en sus temas fetiche y actualmente está dibujando una tira en Le Nouvel Observateur que tiene como protagonista a Esther, una nena de once años parisina, hija de una pareja de amigos. “Me interesa documentar las vivencias de los jóvenes teniendo en cuenta su condición de género, de clase, de cultura. Para mí el universo de las chicas siempre fue algo totalmente desconocido y de alguna manera Los cuadernos de Esther funciona como contrafigura de El árabe del futuro”, aseguró el dibujante, que ya adelantó que las dos últimas partes de sus memorias se centrarán en la vuelta de Siria y en su adolescencia, cuando se fue transformando en el algo así como el “francés del futuro”. Una categoría que a Sattouf le resulta igual de delirante que las fantasías panarabistas de su padre.

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