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Domingo, 25 de septiembre de 2016

FAN > UNA ARTISTA ELIGE SU OBRA FAVORITA: GUILLERMINA BAIGUERA Y REDES DE PELO CON NUDOS DE MONA HATOUM

EL TEJIDO HUMANO

 Por Guillermina Baiguera

Hace más o menos un año llegaba a PROA Mona Hatoum. Yo no sabía mucho de esta artista pero hacía un tiempo una amiga me había hablado de ella y de su obra. Me contó que había nacido en Beirut, de familia palestina, y que tras estallar la guerra civil en el Líbano había quedado varada en Londres, donde pasaba una temporada en ese momento.

También me contó que estaban preparando una muestra de sus obras en Buenos Aires y que dentro de esa muestra se presentarían algunos bordados, un proyecto grande hecho en colaboración con mujeres de Brasil. Bordados de anhelos y sueños... ¡que tenía que verlos! El día de la inauguración llegó y ahí estaba yo, y vi los bordados, y a ella caminando sola por los pasillos de la Fundación, iba de un lado a otro con paso tranquilo y parecía desvanecerse entre sus obras cada vez. Recorrí varias veces las salas, miré su trabajo, me encontré con amigos, charlé, y justo cuando estaba saliendo para emprender mi vuelta a casa descubrí esta escultura flotante junto a la última pared. Caminé hacia ella y la miré.

Se trataba de un entrelazado de pelos humanos color negro unidos unos a otros con nudos, como hilos muy largos. Estos hilos formaban seis redes regulares, de igual tamaño. Tejidos de cabellos, telares orgánicos sin principio ni fin, que a su vez estaban unidos entre sí formando una grilla, una estructura aparentemente frágil pero estable, quieta, colgada de dos hilos atados a un par de clavos mal puestos en la última pared. Su título era Hair grids with knots (Redes de pelo con nudos), del año 2006.

Apenas visible, esta obra suspendida en el aire se encontraba frente a un cubo de gran tamaño, pesado, peligroso, hecho de alambre de púas, relleno de alambre de púas, apoyado en el piso. Parecía su sombra proyectada. El contraste marcaba todavía más la economía de la primera, su sutileza y liviandad, y hasta su carácter femenino, pero aún así la imagen de la red de pelo resultaba mucho más atractiva, densa y perturbadora. La extrañeza de algo tan cotidiano y familiar fuera de contexto.

El entretejido humano, toda esta humanidad en red, conectada con interferencias, el mundo contemporáneo pensé... pero tampoco podía dejar de pensar en la tela, en el género, en el ir y venir de la aguja y en aquellas mujeres laboriosas de otros tiempos evocadas muchas veces por esta artista: como en los bordados hechos por las brasileñas, como hace muchísimos siglos atrás las más jóvenes de Oriente dedicaban su tiempo a la labor y la meditación del “bordado negro”, llamado así por el color de su pelo, imprimiendo imágenes de Buda como muestra de piedad, o como los mismos bordados de Mona Hatoum, que parecieran invocar la figura materna ausente que porta la aguja con destreza inapelable.

Salí de la sala, me fui con todas estas imágenes, me fui pero después de algunas semanas volví. Era un día de otoño y había viento. Llegué, dejé mis cosas en el locker y busqué la red de pelo. Ahí estaba, colgada en el mismo lugar, de los mismos clavos roñosos sobre la última pared (que ahora era la primera), sólo que esta vez había algo distinto: una corriente de aire que entraba por el pasillo la movía, el viento soplaba modificando su forma, la giraba y alzaba, la hacía danzar como al fuego, hacia un lado y hacia otro. Ya no era una estructura estática como la primera vez que la vi y este pequeño gesto impulsado por esta fuerza natural me mantuvo cautiva durante unos minutos. Decidí entonces sacar mi celular y grabar. Hice algunas películas y no conforme con el resultado las borré. Volví a grabar, y mientras hacía todo esto de forma automática de repente me di cuenta: todo estaba en movimiento. Mis pensamientos fluían, iban y venían, el tiempo fluía, el mundo fluía y se modificaba como fluían y se modificaban las formas de esta red hecha de pelo humano. Apagué mi teléfono y caminé hacia la salida.

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