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Domingo, 7 de abril de 2002

El hablador

Después de más de cincuenta años de radio, se podría creer que Antonio Carrizo había hecho de todo. Sin embargo, El locutorio, su nuevo programa por Radio Rivadavia, lo pone al aire con los oyentes, a quienes nunca antes les había dirigido la palabra. Sobre este desafío, y su paso por la TV, y por qué no le gustan los intelectuales y cómo explica su pensamiento conservador, se confiesa con Radar con su elocuencia habitual.

POR LAURA ISOLA
Cuentan que Borges, que iba a todos lados adonde lo invitaban, llegó a una escuela primaria del sur del suburbio bonaerense para que los niños lo conocieran y le hicieran unas preguntas. Muy diligente, una niña de diez años se lanzó hacia él con un grabador enorme y lo interrogó: “Borges, ¿usted es inteligente?”. A lo que el escritor respondió entrecortadamente: “Lo que no es inteligente es su pregunta”. La enseñanza recibida fue indeleble, sin Piaget ni otra bibliografía pedagógica mediante. La niña creció y se hizo grande, sabiendo que nunca más debería formular esa pregunta. Sin embargo, la tentación es irresistible cuando el que tiene delante es Antonio Carrizo, de quien se dice –como lo hace Dolina– que es uno de los hombres más inteligentes que conoce. A Carrizo le hace reír bastante la anécdota de Borges y la niña. Sentado en el bar de la esquina de Radio Rivadavia, portando su gorra y saludando a los parroquianos que lo reconocen, se dispone a la charla: “Para agregarle más a su experiencia borgeana, debería saber que no sólo Borges sino el porteño en general es peligrosísimo con la lengua. Cuando estuvo acá el conde Keyserling, un grupo de escritores le hizo una comida de despedida, entre los que estaban Nalé Roxlo y unos atorrantes más. Allí, el conde dijo: Es una lástima, pero me voy sin conocer la cargada porteña, la tomada de pelo. Al instante, uno de los presentes le contestó: ¿Y qué se cree que estuvimos haciendo todos estos días?”.
Siguiendo la recomendación sobre el peligro de la lengua porteña y sabiendo que Carrizo es de Villegas, la pregunta sobre su inteligencia puede realizarse con menos temor: “Pero mire que el provinciano bonaerense es también muy peligroso”, amenaza el hombre, para luego acceder a dar una respuesta, casi como a modo de reparación de aquel disgusto infantil: “Con Dolina nos ha unido una patria geográfica: ambos somos del noroeste de la provincia y hemos laburado juntos. Pero cuando él dice que yo soy un hombre inteligente, sólo demuestra que sale poco y conoce a poca gente. Debe tener un empacho de Stronatti. Tendría que buscar un poco más, hacer un safari de inteligentes”.
Convengamos que no abundan...
–¡Cómo que no! En épocas de pobreza, hay mucha más inteligencia. Ya sobrevivir es un gesto de inteligencia. Además, el hombre que vive épocas de pobreza está obligado a dedicarse menos horas, menos dinero y menos inversión a los sentidos y puede refugiarse en lo intelectual.
Volviendo al tema Borges, usted debe tener más de una anécdota con él.
–Es verdad y era muy divertido. Cuando venía a la radio, conversaba de fútbol con mis compañeros. Contaba, por ejemplo, que se había hecho de San Lorenzo porque trabajaba en una biblioteca cerca del club y le habían dicho que siempre había que ser del club del barrio. Pero a mí me dijo un día que el fútbol era una de las formas del tedio. Le contesté que me resultaba raro que dijera eso porque el fútbol es un invento británico, con lo que él admiraba a los ingleses... A lo que replicó: “Qué extraño, con tantas cosas que se le critican a los ingleses, que nadie les eche en cara eso”.
Habiendo nacido en General Villegas, ¿coincide con la visión que ofreció Puig en sus libros?
–Manuel era un chico brillante y muy buena gente. Lo conocí de cerca porque tengo una hermana casada con un Puig que aparece en el segundo capítulo de La traición de Rita Hayworth. Un crítico dijo que Coronel Vallejos (nombre con el que aparece Villegas en las novelas de Puig) era una ciudad féretro. Pero la Villegas que vivió Coco no era la única que existía: mientras él iba al cine con su madre, nosotros nos cagamos a patadas en el potrero, los comités políticos eran un hervidero, había muertos y peleas, fraudes electorales, bares y billares, y muchas cosas más. No es que él no haya visto todo esto sino que quiso ver sólo una parte: cierto tono de represión sexual, acotamiento de la realidadfamiliar, etcétera. Pero Villegas era más que eso y tuvo una vida cultural interesante. Por ejemplo, Carlos Alonso pintó La guerra del malón...
Su familia tuvo algo que ver con la presencia de Alonso en la ciudad y con ese trabajo en particular.
–Claro. Él pintó en la casa de mi hermano, quien le compró esos cuadros y muchos pusimos unos pesos para colaborar. Hoy están en el museo, al lado de la biblioteca del pueblo. Además tenemos una relación personal: nos conocimos cuando Carlos expuso sus primeros dibujos en una librería en la calle Florida, alrededor de la década del cincuenta. Sin embargo, después de tantos años hay algo que no le perdono: que lo quiera más a mi hermano que a mí.

TE ESCUCHO
Decir que Carrizo está haciendo radio parece una redundancia: es imposible recorrer la historia del medio en la Argentina sin nombrarlo una y otra vez en distintas versiones del asunto, desde la propaladora de Villegas, su pueblo natal donde no había radio, hasta su salida para recorrer las provincias con un camioncito radial. Llegó a Buenos Aires hace más de cincuenta años: “Empecé en Radio del Pueblo, de ahí pasé a Belgrano, El Mundo y no paré hasta estar sentado charlando en este bar. ¡Soy Carrizo, querida!”.
Como se sabe, es Carrizo, sin añadiduras ni explicaciones. Pero ahora hay algo distinto. Su programa, “El locutorio” (lunes a viernes a las 21 por Radio Rivadavia) tiene un formato que lo lleva a innovar en el rubro programas-con-participación-de-oyentes. La novedad es, también, cierta incomodidad: “Es un programa de radio con invitados y oyentes que participan. El otro día vino Charly García y, como a él no le gusta hablar mucho con los oyentes y a mí no me gusta comprometer al que viene, no participaron demasiado. Es que esto de tener oyentes y trabajar con ellos es una aventura. Todavía me estoy acostumbrando porque es algo que nunca me gustó demasiado. Por un lado, el riesgo de dejarles que hagan el programa. Por ahí sale mejor hecho por ellos, pero el profesional tiene la obligación de hacerlo él. Y otra es que a fin de año, cuando hacés un balance, descubrís que te llamaron siempre los mismos cincuenta, porque hay adictos a llamar a las radios. Entonces resulta que estuviste haciendo un programa con oyentes profesionales”.
Habría que agregar que Carrizo no escucha radio, lo que vuelve su quehacer un tanto contradictorio, hasta que él explicalo siguiente: “No soy un habitual oyente de radio, pero la conozco: sé cómo es Dolina, Lalo Mir, Bobby Flores, etcétera. Soy como Kipling, que en su biblioteca tenía sólo atlas y libros de geografía porque la poesía la ponía él. Salvando las distancias, la radio la pongo yo”.
¿Tuvo que aggiornar su registro para establecer la comunicación que le interesa en la radio?
–De pronto utilizo ciertas formas dialectales en desuso o raras, pero no porque no me guste lo de ahora sino por ignorancia. Si digo “grela”, me estoy refiriendo a una mujer: vos sos una grela. Pero para un chico es sinónimo de mugre.
¿Qué diferencias o similitudes tendría su estilo en este tipo de programas con, por ejemplo, el de Rodari, un veterano en hacer radio con oyentes?
–Rodari tiene la cultura del diván y yo tengo la cultura del tablón, que va desde la puteada a Quevedo. El tablón es la vida misma.
Ahora que no está en la televisión, ¿cómo ve su paso por programas que van desde “El contra” con Calabró hasta “Polémica en el fútbol”?
–Hago muy poca televisión, porque la muchachada ahí es más joven. El de Calabró me gustó mucho: trabajábamos el libreto, ensayábamos. En cambio, estuve haciendo ese programa de fútbol... ¿Y viste que en muchas obras literarias hay un descenso a los infiernos? Si toda vida es, en ciertomodo, una creación literaria, mi descenso a los infiernos fueron los cuatro o cinco años que estuve allí.
¿Por qué un descenso tan prolongado?
–Porque necesitaba la guita.
¿Cómo puede ser que el mismo que dice “Soy Carrizo, querida” tenga que hacer cosas por plata?
–La cuestión es al contrario: pensándolo bien, es más lógico que no tenga resto a que lo tenga. Porque yo he dedicado tangencialmente mi vida a la profesión y profundamente a mis gustos. Pero ya lo dice Ortega: lo verdaderamente profundo de un hombre es lo superfluo.
Mucha de esa plata estará en su biblioteca que, según se dice, es maravillosa.
–Una buena biblioteca no tiene que ser demasiado grande. La mía es buena, pero por supuesto que hay más grandes. Tengo todo Sarmiento, todo Lugones y todo Borges, en primeras ediciones. Tengo las mejores ediciones del Quijote. Se llega a este tipo de colección porque te gusta la lectura y después te vas perfeccionando y empezás a buscar otra clase de libros. Hace poco me enriquecí con las diez primeras ediciones de Cien años de soledad.

DIATRIBA PARA UN
INTELECTUAL SENTADO
Con una notable postura antiintelectual y defensa a ultranza de lo popular, Carrizo levanta el estandarte de “el sagrado mal gusto del pueblo”, así definido por González Tuñón: “Los intelectuales no quieren al pueblo. Quieren al pueblo que ellos quieren que sea. La diferencia es, si yo voy a la cancha y hay bronca, rajo. Me escondo. Pero no voy a hacer un juzgamiento total y terrible de los muchachos que se cagan a palos. Porque conozco cómo es su vida, la de sus hijos y sus hermanas, las letrinas que tienen en sus casas precarias. Yo no puedo decirles, como muchos periodistas, esos imbéciles o vándalos. A raíz de las peleas entre los estudiantes y la policía en Italia, Pasolini decía que se ponía del lado de la policía porque esos eran los proletarios y los estudiantes, en cambio, eran la burguesía”.
¿No considera que hay un gran empobrecimiento de la cultura popular?
–La cultura popular ha dejado de ser creadora y está guiada por los medios, que la alimentan y la alientan. Cuando pescan que algo le gusta a la gente, sólo le dan manija a eso.
¿Pero el empobrecimiento no está en la creación misma y géneros populares, como el tango, fueron más sofisticados que algunos que se escuchan hoy?
–¿Sabés cuándo entró el tango en la Facultad de Derecho? Diez años después de la muerte de Fiorentino. Todos los intelectuales, y te meto a vos en la bolsa, llegan siempre tarde a lo popular. En quince años, Ráfaga va a ser objeto de estudio.
Lo que no quiere decir que Ráfaga...
–Vos porque no escuchaste el tango en sus orígenes: una flauta y una guitarra y chan, chan.
Esperemos que Ráfaga “evolucione” hasta ser Troilo o Piazzolla y volvemos a hablar.
–Lo que te quiero decir es que es muy probable que tengas razón, pero yo también la tengo. Desde el punto de vista de elaboración técnica, Ráfaga es superior a los orígenes semicandomberos del tango elemental. Es cierto que se perfeccionó en lo que vino después. Pero también es cierto que los enamorados del pueblo se quedan con una visión muy intelectual, ideologizada, más o menos revolucionaria del pueblo. Si no fuera como yo digo, todos los movimientos ideológicos revolucionarios de los intelectuales hubieran tenido éxito popular. Y no lo han tenido.
¿Cómo definiría su posición ideológica?
–Soy de una familia radical, después de la Revolución Libertadora elegí a los que creía que eran los buenos y estuve con Frondizi. Me hice muy frondizista. Pero si tuviera que definir mi pensamiento político en una sola palabra, diría que soy conservador. Lo que pasa es que esta palabra tiene una dificultad explicativa. A diferencia de decir soy de izquierda o comunista, que se identifica rápidamente con la revolución social y el proletariado.
¿Cuál es su explicación de la palabra conservador?
–El conservador no cree en la vana tontería de que todos los seres humanos son iguales, lo que sí cree es que los hombres de excelencia tienen responsabilidad total con los que no lo son. A diferencia de la vanguardia de la clase obrera, que cree que puede solucionarlo todo, el pensamiento conservador sabe de sus limitaciones y, por eso, suele creer en Dios.

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“Cuando Dolina dice que yo soy un hombre inteligente, sólo demuestra que sale poco. En épocas de pobreza, como ésta, hay mucha más inteligencia. Ya sobrevivir es un gesto de inteligencia”.
 
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