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Domingo, 22 de agosto de 2004

NOTA DE TAPA

Recuerdos de la muerte

A partir de la semana que viene, se llevará a cabo en Santiago del Estero el Festival de Cine y Video de Derechos Humanos. A la semana siguiente, en el Cine Cosmos de Buenos Aires podrán verse más de 35 de los documentales proyectados en el Festival. Entre ellos, se dará S21: The Khmer Rouge Killing Machine, el escalofriante film (ganador en la categoría Derechos Humanos del último Festival de Buenos Aires) en el que se reúne por primera vez a torturadores y torturados del genocidio camboyano. Radar ofrece a manera de anticipo algunos de sus momentos más sobresalientes y una guía para no perderse lo imprescindible.

Desde el miércoles que viene y durante una semana tendrá lugar, en la ciudad de Santiago del Estero, la sexta edición del Festival de Cine y Video de Derechos Humanos DerHumALC. Es la primera vez desde su creación en 1997 que el evento central del festival se instala fuera de Capital Federal; acto y gesto de descentralización ostentan también un insoslayable carácter simbólico tras la caída del largo régimen juarista.
El programa de esta edición se compone de alrededor de un centenar de películas, de las cuales una docena integran la competencia oficial de largometrajes. Entre estas últimas se cuenta S21: The Khmer Rouge Killing Machine, documental sobre los cuatro años de terror impuestos en Camboya por el régimen del Partido Comunista de Kampuchea, el Angkar (la “Organización”) desde 1975 hasta 1979, fecha en que Phnom Penh, la capital camboyana, fue tomada por los vietnamitas. Tal como se indica al comienzo de la película, la historia del S21, un centro de detención instalado en el edificio de una escuela secundaria, arroja cifras monstruosas sobre las víctimas del régimen: alrededor de 17 mil prisioneros torturados, interrogados y ejecutados; sólo unos 14 sobrevivientes. La máquina de exterminio sistemático del Khmer Rouge, bajo la dirección de Pol Pot, aniquiló en total a más de un millón y medio de personas, un 20 por ciento de la población camboyana.
Con el propósito de emprender una reconstrucción de la memoria sobre hechos que aún no han sido juzgados (recién a fines del año pasado algunos jefes del Khmer Rouge enfrentaron cargos de genocidio), el cineasta camboyano Rithy Panh viajó con sus cámaras al S21, hoy convertido en un Museo del Genocidio. Allí reunió a dos sobrevivientes y a varios ex guardias del régimen. La película confronta a víctimas y prisioneros, que recorren las aulas-celdas del ex centro de detención y revisan los archivos escritos y fotográficos del proceso de aniquilación del Khmer Rouge. El resultado tiene efectos estremecedores: Vann Nath, uno de los sobrevivientes, conversa con Him Huoy, Prak Khan y otros miembros de los grupos de interrogación, quienes, aunque negándose a asumir enteramente su responsabilidad en aquellos actos, narran con algunos pormenores cómo extrajeron las “confesiones” de los prisioneros a su cargo y describen los métodos utilizados para su traslado, tortura y asesinato.

1. Una luz en el infierno
Vann Nath, pintor, sobreviviente del S21:
“Fui arrestado en Battambang. Me torturaron con electricidad y me interrogaron. A la semana pasaron lista: éramos unos treinta. Nos subieron con los pies atados a dos camiones. Yo pensé: ‘Éste es el fin, mi vida ha terminado’. Los camiones anduvieron un largo rato, hasta entrada la noche. Desde el camión alcancé a divisar una luz. Me imaginé que estábamos en Phnom Penh, y así era. El motor se detuvo y escuché a los jóvenes guardianes gritar con alegría, como lobos que esperan su comida. Algunos de ellos levantaron la lona y arrojaron una luz sobre nuestros rostros. Otros nos colocaron esposas y nos sacaron del camión. Después de un día entero dentro del camión, el cuerpo queda entumecido, uno no puede ponerse de pie. Nos sentaron en dos filas y nos pidieron nuestras ‘biografías’. ‘¿De qué región eres? ¿Cuál es tu función?’ Les contesté. Oí que sonaba un teléfono y pensé, esperanzado: ‘Si utilizan esos instrumentos aquí, estamos cerca de la ley y yo no he hecho nada malo. Sabrán que soy inocente y me dejarán volver a casa’. Fue entonces que tomaron retazos de tela para cubrirnos los ojos, uno por uno, a todos los prisioneros. Sentí algo áspero alrededor de mi garganta. Estaban poniendo sogas sobre nuestros cuellos y nos arrastraban como ganado. No veíamos nada. Seguíamos el sonido de las pisadas de los otros. Los guardianes pateaban a quienes se caían. A veces gritaban: ‘¡Levanten los pies!’, y levantábamos los pies. ‘¡Agáchense!’, y nos agachábamos. Nosotros obedecíamos, ellos se reían. Uno de ellos gritó: ‘¡Igual que losciegos!’. Todos reían. Nosotros estábamos aterrorizados. Nos detuvieron y nos quitaron las vendas de los ojos. Vimos cámaras. Nos tomaron fotos, de frente y de perfil. Una vez que nos fotografiaron a todos, nos cubrieron los ojos nuevamente, pusieron las sogas en nuestros cuellos y nos sacaron de allí. Caminábamos en una sola fila. Sentí el frío del piso de baldosas. Subimos unas escaleras, no sabíamos dónde estábamos, nos descubrieron los ojos. Vi a una docena de prisioneros a nuestro alrededor, con cabello largo y una palidez mortuoria. Ni hombres ni mujeres. Entonces fue cuando perdí toda esperanza. Todo había terminado. No habría vuelta atrás”.

2. La vida es una cerda
Vann Nath, en la sala donde trabajaba: “Yo pintaba en esta habitación. Duch, el general a cargo del lugar, me observaba, sentado en la silla o parado detrás de mí. Observaba y me hablaba de pintores famosos, como Van Gogh o Picasso, que yo no conocía. Tenía que pintar con mucho cuidado. Para el cabello del retratado, mis pinceladas eran gentiles, no abruptas, porque eso hubiera sido interpretado como una falta de respeto. Debía mostrar respeto, hacer pinceladas suaves y pintar el rostro en tonos rosados, como si se tratara de una piel tersa y delicada, tan bella como la piel de una joven virginal. Sé que vinieron muchos pintores a trabajar para ellos. Pero todos fueron asesinados. Algunos estaban un mes o dos, otros de cuatro a diez días. Si sus ilustraciones no eran apreciadas, los ejecutaban. Yo sobreviví, afortunadamente, porque les gustaban mis pinturas. A veces pienso en mi destino. Fueron muchos los que vinieron aquí. Están muertos. Sólo quedo yo. A veces pienso en ellos y esa idea me acosa. ¿Por qué ellos? Algunos pintaban mejor que yo”.

3. La gran cadena
Vann Nath le lee a Chum Mey (otro sobreviviente) las “confesiones” de éste.
Vann Nath: Cuando Tith te torturó, tomó nota de todo lo que dijiste. Esto es lo que escribió: “Historia de los actos de traición de Chum Mey”. Leeré los puntos principales: 1) Gastaste deliberadamente demasiada tela. 2) Tu grupo rompió muchas agujas de coser. ¿Es por eso que te arrestaron?
Chum Mey: Eso no es verdad. Me pegaban tanto que no lo pude resistir y contesté eso. No pude resistir.
V.N.: Es todo un sinsentido. Si hubieras arrojado una granada en la fábrica, o le hubieras prendido fuego a la planta textil, hubiera tenido sentido. Pero, ¿llamar traición a esto? Y denunciaste a muchísimas personas. Aquí están sus nombres (Vann Nath pasa las páginas). Sesenta y cuatro personas.
C.M.: Me golpearon tan fuerte, Nath, que no lo pude resistir. Dije cualquier cosa. Mencioné a todo el mundo. Denuncié a cualquiera que se me cruzara por la mente.
V.N.: ¿Y si sólo hubieras dado tres o cuatro nombres?
C.M.: No era suficiente. Yo sólo estuve prisionero en este lugar un par de meses. Y luego Phnom Penh cayó. Nunca vi a ninguna de las personas a las que mencioné. Por eso pienso en ellos todos los días; rezo a los dioses que si los denuncié y sufrieron las consecuencias, que no haya mal karma. Día tras día, aún atormenta mi corazón.
V.N.: Ellos arrestaron a tu líder, que debe haber entregado 50 o 60 nombres, incluyendo el tuyo. Luego te arrestaron y tú diste 50 o 60 nombres. Si cada uno de ellos dieron 50 o 60 nombres, en un año o dos ya no quedaba nadie. Todos en Camboya hubieran sido enemigos.

4. Encuentro con el diablo
Vann Nath se encuentra con varios ex torturadores. Entre ellos, Him Huoy.
Vann Nath: Contéstenme en una sola palabra... Ustedes, que trabajaron aquí, ¿se ven a sí mismos como víctimas?
Him Huoy: Para decirlo en una palabra: todos víctimas. Nadie puede decir que no lo fue.
V.N.: Ahora, bien, si aquellos que trabajaron aquí son víctimas, ¿qué hay de los prisioneros como yo?
H.H.: Son víctimas secundarias. Porque aquí, si no obedecías, estabas muerto. Eso era seguro.

5. Entre cadáveres
Vann Nath les muestra un cuadro pintado por él que retrata una celda en la que él mismo estuvo detenido junto con muchos otros prisioneros.
Vann Nath: “Era en 1978, ni bien me trajeron de Battambang a esta celda. Se llevaban a uno, traían a otro. Nadie sabía dónde llevaban a los prisioneros. La muerte llegaba todos los días. Alguien moría cada día. A veces dos en un día. Y dejaban los cuerpos aquí. Recién se los llevaban 10 o 12 horas después. Así que dormíamos con los cadáveres. Éste de aquí (Nath señala a uno de los cuerpos de su pintura) pendía entre la vida y la muerte. Todavía respiraba. El guardia le trajo un plato de sopa de arroz y lo incorporó para que pudiera comer. Al día siguiente murió. Después de su muerte, vino alguien y le pateó la cabeza, sin ningún motivo. Ya estaba muerto, pero lo insultó: ‘Bastardo, te dejamos vivir, pero no quisiste hacerlo’. Algunas noches, la luz atraía unos bichos que se posaban alrededor nuestro. Los tomábamos en silencio y nos los poníamos en la boca. Si el guardia nos veía, entraba, se sacaba los zapatos y golpeaba junto a nuestros oídos. De tres a cinco golpes de cada lado, casi hasta desmayarnos. Y así terminábamos escupiendo el grillo. Yo estuve aquí un mes. Usé el baño dos veces, no tenía nada en mi estómago. Nunca pensé que sobreviviría con sólo dos cucharadas de sopa por día”.

6. Ni parientes ni amigos
Vann Nath escucha a uno de los guardias.
Guardia: Me uní al Bureau S21 y fui educado para fortalecer mi posición ideológica. Teníamos que ser firmes en nuestra manera de pensar. De cara al enemigo no podíamos dudar, incluso si se trataba de nuestros hermanos o parientes. Ni bien alguien llegaba, podíamos discernir a amigos de enemigos.
Vann Nath: ¿Qué hay de los niños? Algunos no llegaban ni al año de edad, otros estaban aún en edad de ser amamantados. ¿Contra qué luchaban ellos? ¿Eran enemigos?
G.: El Bureau S21 nos decía que cuando el Partido hace un arresto, arresta a un enemigo del Partido. Si arrestamos al marido, arrestamos a la mujer y a los hijos también. Incluso a nuestros propios parientes, hermanos y hermanas. Si el Partido los arresta, son enemigos. Nada estaba por encima del Partido. Si nos ordenaban destruirlos, lo hacíamos.
V.N.: –¿No pensaban para nada?
G.: –El Partido nunca hacía arrestos por equivocación.
V.N.: –¿Habían perdido su capacidad de pensar como un ser humano? ¿La perdieron? No reconocían ni a su padre ni a su madre; ¡no creían ni en sus propios padres! ¿Cómo los adoctrinaron?
G.: –Si ellos decían que éste era el enemigo, yo repetía: éste es el enemigo.

7. Vivo para morir
Vann Nath habla con Mâk Thim, el médico del S21.
Mâk Thim: –Yo estuve en Phnom Penh en la época de Pol Pot. Me habían enviado a estudiar Medicina a Ta Khmao durante tres meses y veinte días. El curso nos enseñaba a dar inyecciones usando almohadas, no personas, y aidentificar las vías inyectables. Hacíamos vitamina C usando harina, azúcar y vinagre. Después de ese curso regresé aquí, al S21, para tratar a los prisioneros. Por ejemplo, cuando un prisionero había sido interrogado, y su espalda sangraba, yo desinfectaba las heridas con agua salada y aplicaba óxido de mercurio y gasas. Si se paralizaban, les daba una inyección de B12 y B1, y para el agotamiento les dábamos vitamina C. Tenían que ser tratados para poder ser interrogados nuevamente.
Vann Nath: ¿Es decir que el tratamiento de los prisioneros consistía en proporcionarles alguna fuerza para poder golpearlos un poco más?
M.T.: Sí.
V.N.: El doctor aplica su tratamiento para curar. Ustedes los trataban para poder lastimarlos de nuevo.
M.T.: Así es.
V.N.: Este reporte menciona a un prisionero que, mientras escribía su confesión, tomó la lámpara, se volcó el aceite encima y se prendió fuego.
M.T.: No conocía este incidente.
V.N.: No lo conocías... ¿Y este otro que, también mientras estaba escribiendo, se atravesó la garganta con la lapicera?
M.T.: Sabía de ése. Yo no lo traté, pero escuché sobre ese caso.
V.N.: ¿Sabías acerca de la “destrucción por sangrado”?
M.T.: Sabía que le sacaban sangre a dos o tres personas y la ponían en el refrigerador; no sé a dónde la enviaban.
V.N.: Khan, ¿habías escuchado eso?
Prak Khan: Yo los vi llevar la sangre hasta los cuarteles médicos. Acostaban a los prisioneros en camas con elásticos de metal, encadenaban sus pies y colocaban sus brazos abiertos a los lados de la cama. Estaban vendados y amordazados. Les ponían un tubo en cada brazo, con bolsitas para la sangre, y los bombeaban. Les pregunté cuántas bolsitas llenaban y me dijeron: cuatro por persona. ¡No quedaba nada! Una vez que terminaban de sacarles sangre, los dejaban contra la pared. Respiraban como grillos, sus ojos se hinchaban, no podían sentir nada; eran sólo sus ojos y su respiración. Los pozos se cavaban cerca de allí. Yo los podía oír. Nosotros enterrábamos los cuerpos.
V.N.: ¿Ocurría a menudo?
P.K.: Sacaban sangre según la demanda de los hospitales, cuando los hospitales principales necesitaban sangre. Cada uno o dos meses...

8. A confesión de parte
Prak Khan, un miembro del grupo de interrogación: “Interrogué a esta joven por cuatro o cinco días sin lograr arrancarle nada. Ella decía que no sabía nada, y yo insistía: a qué organización pertenecía, cuál era su relación con el jefe de su unidad... Durante cuatro o cinco días se rehusó a contestar, así que les pregunté a Duch y Chan qué hacer, y me dijeron que aplicara tácticas de mano dura para asustarla. Seguí su consejo: la insulté, la intimidé golpeando la mesa; rompí la rama de un árbol y le pegué con ella. Ella se meaba del miedo cuando la golpeaba. Cuando me pidió hacer su confesión, se la hice escribir en cuatro o cinco días. Me dio una página, pero cuando la leí no decía en qué red estaba involucrada, en qué partido; no contenía nada, así que le expliqué y le sugerí que la escribiera usando mi método: debía describir un partido, una red, una actividad de sabotaje, un líder”.

9. El pozo
Him Huoy, miembro del personal del S21: “A los prisioneros los matábamos en la base de Choeng Ek. Habíamos construido una choza. Los camiones estacionaban; sacábamos a los prisioneros y los metíamos ahí. Les decíamos: ‘No tengan miedo, van a ir a un nuevo hogar’. Prendíamos el generador de la choza para ensordecerlos. Los llevábamos uno por uno,anotábamos sus nombres y los matábamos allí, donde el pozo ya estaba cavado. Duch se sentaba junto a la fosa a fumar, esperando las ejecuciones. Nosotros los arrodillábamos con las manos atadas a las espaldas (Huoy imita el movimiento) con los ojos vendados. Tomábamos un barra de hierro y les pegábamos en la nuca. Caían de cara al piso y les cortábamos la garganta con un cuchillo. Luego les sacábamos las esposas y la ropa (si no estaba manchada de sangre) y apilábamos eso en una esquina. Arrastrábamos los cuerpos y los echábamos al pozo. Si llovía, poníamos una lona para que no se anegara. Después de la ejecución chequeábamos la lista. Si faltaban prisioneros, teníamos que volver a contar los cadáveres. Cargábamos la ropa y las esposas en el camión para que las usaran otros prisioneros. Yo ya no pensaba, no hacía preguntas, no decía nada; los llevaba para matarlos, para volver a casa más rápido”.

A MARGEM DA IMAGEM, de Evaldo Mocarzel
Concebido originalmente como un corto, el film retrata la cotidianidad de la gente que vive en las calles de Sao Paulo –en especial los grupos que se dedican al reciclaje de materiales desechados– y reflexiona al mismo tiempo sobre la explotación mediática y la estetización de la pobreza en manos de la televisión, los diarios y también –notable gesto autocrítico- el cine documental.

OSCAR, de Sergio Morkin
El taxista Oscar Brahim se presenta como una especie de militante argentino del No Logo: decidido a combatir el bombardeo publicitario lanzado sobre las calles porteñas, carga sus materiales (engrudo, pintura, recortes) en el baúl de su 504 y los usa para “intervenir” todo tipo de afiches callejeros. La película de Morkin lo sigue manejando el taxi, en su vida familiar, en el momento en que un policía lo sorprende in fraganti y lo increpa y hasta cuando una conocidísima agencia publicitaria –uno de los principales blancos de los collages de Brahim– lo convoca para que exponga sus motivaciones ante los alumnos de una escuela.

MI TERRORISTA,
de Yulie Cohen Gerstel
En 1978, la directora de este film, entonces azafata de la aerolínea israelí, sufrió en Londres un ataque terrorista perpetrado por el FrentePopular para la Liberación de Palestina. Sólo resultó herida, pero una compañera de trabajo murió en el acto. Años más tarde, enviada al Líbano como capitana de la Fuerza Aérea de Israel, Gerstel –criada en el más cerrado nacionalismo– comenzó “a comprender que las acciones de los pueblos de Medio Oriente en conflicto sólo tienden a perpetuar el ciclo de hostilidades y de masacres”. Casi diez años después decidió que ya era hora de “enfrentar mis propios sentimientos y traumas con la necesidad de perdonar: sentí que al cabo de 22 o 23 años de prisión, Fahad Mihyi –mi terrorista– ya había pagado y merecía una segunda oportunidad”. Gerstel escribió a los tribunales británicos pidiendo que lo pusieran en libertad. La campaña, así como el documental que narra esta historia, le valieron a la directora toda clase de enemigos y más de una amenaza de muerte.

GRISSINOPOLI,
de Luis Camardella y Darío Doria
Los directores se instalan entre los trabajadores de la fábrica de grisines Grissinopoli, que deciden tomarla cuando, “endeudada y quebrada, es abandonada por sus dueños”. Dieciséis empleados resisten en sus puestos para evitar que su fuente de trabajo se volatilice en medio de una oscura operación inmobiliaria, e intentan llevar adelante una experiencia de autogestión empresarial cooperativa. Presentada como “cine directo, sin entrevistas ni relato en off”.

CHECKPOINT,
de Yoav Shamir “Con los años, el bloqueo de rutas se ha vuelto un ícono de la ocupación israelita en la Franja de Gaza”, dice Shamir, que entre 2001 y 2003, inmediatamente después de la segunda Intifada, llevó sus videocámaras a los puestos militarizados de la frontera palestino-israelí. Sin voces en off, confiada en la elocuencia de sus imágenes, la película registra la interacción cotidiana entre los soldados destacados en los checkpoints de Hebron, Jenin y Gaza y los palestinos que pretenden franquearlos. Difícil saber hasta qué punto la presencia del equipo de Shamir influyó en el comportamiento y la permisividad que exhiben por momentos los militares israelíes. En un momento del film, uno de los soldados mira a cámara y pide por favor que “no me hagan quedar como un mal tipo: échenle la culpa a los de arriba”. El realizador dice: “Checkpoint es mi propio pedido de ayuda: la hice por mi gente, mi familia y mis amigos, que representan a esa parte de la sociedad israelita que elige no saber qué está pasando tan cerca de nosotros”.

THE WEATHER UNDERGROUND,
de Sam Green y Bill Siegel
Esta legendaria agrupación norteamericana nació a fines de los años ‘60, al calor de los congresos de la máxima organización estudiantil de la época, la SDS (Students for a Democratic Society). Su objetivo: oponerse a la guerra de Vietnam. Hoy, mientras muchos norteamericanos los recuerdan como un puñado de estudiantes chiflados con instintos terroristas, los ex miembros de la Weather Underground –siguiendo el ejemplo de los Panteras Negras y los Sandinistas– evocan con ánimo contradictorio los métodos violentos con que enfrentaron entonces a la violencia del poder. Hay mucha adrenalina en los testimonios que recoge el film, en su abundante material de archivo y en el testimonio de Mark Rudd, un ex Weatherpeople –nombre inspirado en una canción de Bob Dylan– que se pregunta si sus acciones no habrán sido el mero reflejo de la sociedad a la que se oponían.

JUCHITAN DE LAS LOCAS,
de Patricio Henríquez
El año pasado, en una entrevista con Página/12, Henríquez contó que lo que le había interesado de Juchitán –ciudad ubicada al sur de México, casi en la frontera con Guatemala– fue “el carácter subversivo del pueblo indígena Zapoteca, que se rebela sin saberlo con su particular trato de integración y tolerancia hacia los homosexuales en un país tremendamente machista”. El film hace foco en las historias de tres personajes (Oscar Cazorla, la travesti Felina y el filósofo Eli) y permite acceder a la intimidad de algunas figuras notables de esta sociedad matriarcal y poligámica.

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Vann Nath en la sala donde salvó la vida pincelada por pincelada.
 
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