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Domingo, 28 de noviembre de 2004

LIBROS - VILLA GESELL EN 100 HISTORIAS DE VIDA

En una playa junto al mar

El año pasado, tres escritores fueron convocados por la Escuela de Educación Media Nº 1 de Villa Gesell –el lugar donde residen– para sumarse a un proyecto singular: armar un libro con historias de vida locales escritas por los mismos alumnos. El resultado es 504 - Colectivo de trabajo, una antología que habla de Villa Gesell y sus habitantes, de la cruel Argentina de los últimos años y también del arte de narrar como herramienta de liberación. Radar reproduce algunas de esas historias, presentadas por Juan Forn y Guillermo Saccomanno, dos de los escritores invitados.

Historia de Tito S.
POR SELVA CAFFARO

Mi historia es más o menos así. Yo vivía en General Madariaga. Como a los 13 años, nos vinimos con mis viejos y mis hermanos. Una era una nena y tenía 4 meses de nacida. Vinimos de paseo, en un colectivo viejo, me acuerdo de que era un domingo. Se nos encaja el colectivo ya acá, adentro de la Villa, y un señor se acerca y nos dijo: “¿Los puedo ayudar?”. Nosotros le preguntamos cómo se llama y respondió: “Don Carlos”.
Nos preguntó si estábamos trabajando y le contestamos que sí, que estábamos de peones. Nos propuso, si no era mucha molestia, recibir de su parte mejor trabajo y un lote muy grande, y le respondimos que no había problemas, que sí.
Un buen día compramos los materiales para construir la casa y los dejamos en el lote. Al otro día vinimos de Madariaga. Nosotros confiábamos en la Argentina, aunque... gran desilusión: ¡los materiales de construcción no estaban más!
Pero lo que había pasado era que nos habíamos equivocado de lote. Ahí estaban, y nosotros todavía aquí estamos.


Historia de Mirna
POR PAMELA LOPEZ

Yo vivía en Rosario con mi pareja, estábamos casados y a mí me parecía que estábamos bien, pero parece que me equivoqué.
Me acuerdo de que un jueves vino y me dijo que se iba un fin de semana por trabajo a Buenos Aires. Yo lo entendí y lo dejé que se vaya. La cosa es que se fue y ¡nunca más volvió!
Yo, como estaba muy enamorada, estaba desesperada. Me llegaron noticias de que él se había ido con otra mujer a Buenos Aires. Averigüé bien a dónde y resulta que era a Gesell. En cuanto supe esto, vine enseguida a buscarlo.
Cuando llegué, no conocía a nadie ni nada, nunca jamás había pisado Buenos Aires.
Me mandé así porque como sabía que la mina que estaba con él tenía una panadería por el centro de Gesell. Me supuse que no iba a ser difícil encontrarlo.
Sabés que yo llegué de madrugada a Gesell y no conocía ningún hotel ni nada.
Entonces tuve que dormir en una plaza... (se ríe) No te imaginás el cagazo que tenía, por más que me dijeron que la ciudad era tranqui.Bueno, me quedé a dormir en la plaza. Por suerte era diciembre y hacía calor, así que frío no pasé. Cuando me desperté, pasé una vergüenza... La gente me miraba con una cara, ¡toda despeinada con la cara sucia!
Y ahí mismo empecé la búsqueda. Cuando empecé a preguntar por ella, la encontré rápido: ubiqué la panadería y me mandé.
Vos no te imaginás la situación, yo entrando a la panadería y ellos dos atendiendo. Cuando él me vio parecía que había visto el diablo. Enseguida me agarró y me sacó afuera haciéndose el boludo. Claro, cómo no se iba a hacer el boludo si ella no sabía que él estaba casado. ¡Qué turro!, ¿no? Él me pedía por favor que no abra la boca y que lo perdone. Bueno, toda la historia. Vos sabrás cómo son los hombres. Yo lo cagué a puteadas; cuando ella escuchó mis gritos, salió a ver qué pasaba y yo, como soy re buena (se ríe), se lo dije. Bueno, el quilombo que se armó, imaginátelo. Ellos ahora están juntos; se ve que estaban enamorados de verdad. Ahora lo entiendo, porque yo también me enamoré y haría cualquier cosa por él.
Desde ese día decidí quedarme acá, porque como era temporada había trabajo y empecé a trabajar. Conocí al amor de mi vida y por eso estoy acá, y por otras cosas más.
Nunca me voy a arrepentir de haberlo seguido. Al final, todas las lágrimas derramadas por él valieron la pena. Encontré mi destino y hoy soy feliz; con problemas, pero soy feliz. Confieso que extraño mi Rosario, pero hoy por hoy me quedo en Villa Gesell y no me voy.


Historia de El Negro
POR ALEJANDRO POSDELEY

Sabés que hace mucho que no hablo de mi vida. Porque no la quiero recordar. Mi vida fue una mierda. Ya hace cinco años que vine de ese lugar.
Vivía en la villa más peligrosa de la Argentina, en la famosa Cava.
Tenía doce años cuando los vi morir a mis primos. El primero fue Pedrito, él estaba por dejar todo eso y venirse para Gesell.
Había dejado las armas en la casa para ir a ver a su mamá, o sea mi tía, y en un corte lo arrebataron tres chabones. Lo rodearon, lo golpearon, después de pegarle lo dejaron levantarse, ya no podía hacer nada, era un chico y estaba escondido. Cuando se estaba yendo los otros sacaron los caños y le tiraron. Por atrás, con un 38, pegándole en el costado; cuando se cayó al piso, rompiéndose la cara contra los cascotes, le tiraron en la cabeza.
Después de ver eso, corrí hasta mi casa avisándole a mi vieja, pero cuando lo llevamos al hospital ya se le había desparramado el cerebro por toda la cabeza. Era increíble lo que estaba viviendo, no podía pensar en nada, no sé qué me pasaba.
Después de tres meses de la muerte de Pedrito pude recuperarme, hasta que una noche llegó mi otro primo. Era menor que Pedrito, pero igual de hijo de puta. No le importaba nada, ni siquiera la vieja.
Él, sabiendo que lo habían matado a su hermano, se refugió por un tiempo.
Después de aparecer y planear matar a los que mataron a su hermano, juntó las armas y los salió a buscar. Pero todo le salió mal. Le pegaron un tiro en el pecho con una escopeta.
Cuando me enteré de eso me quería morir. A los pocos días de lo sucedido me agarraron a mí poniéndome una Itaka en la cabeza y amenazándome con que, si no me iba, me iban a bajar como a mis primos.
Después de todo eso, me vine a la semana para Gesell. Te puedo decir que acá es otra vida. Conocí mucha gente, estoy contento porque cambié de vida. Estoy tranquilo, sin ningún problema, tratando de llevar esta vida difícil.
Cuando apenas vine, me fui a vivir a la casa de mi padrino. En una de esas primeras noches se desató una tormenta tan fuerte que tuvimos que atar garrafas en los tirantes porque se nos volaba el techo. Fue la peor tormenta que viví en Gesell.
Ahora estoy feliz, estudio a la noche, y lo más importante es que conocí a una mujer que es el amor de mi vida. Se llama Yésica.


Lo que cuenta de lo que nos cuentan
POR JUAN FORN

“¿Por qué Villa Gesell?” Cuando fuimos convocados para este trabajo con los chicos de la Escuela Media, llevaba menos de un año viviendo acá, con mi mujer y con mi hijita, y esa pregunta era una de las herramientas más importantes de nuestra vida cotidiana.
Gran parte de la gente que vive en Villa Gesell todo el año viene, originariamente, de otro lugar. Y llegó a la Villa en busca de otra vida. Una vida mejor, una vida más digna, una vida que se parezca más a la vida. Debajo de la diversidad de quienes vivimos en la Villa, hay algo que nos iguala y que nos hermana, y es eso: por qué vinimos, a qué vinimos.
Una de las primeras cosas que descubre el recién llegado, y quizá la más útil, es que tiene eso en común con sus vecinos, los que llegaron antes que él. Y es precisamente a través de esa pregunta que la gente se va conociendo en la Villa. Y es así como los recién llegados aprenden, de quienes llevan más tiempo viviendo acá, lo que al principio parece tan difícil: cómo empezar de nuevo, cómo encarar la vida acá.
El recuerdo de mis primeros meses en la Villa es una sucesión de historias diferentes, la de los vecinos que fui conociendo y me fueron contando cómo fue para ellos venirse acá, empezar. Esos relatos nos fueron enseñando, a mi mujer y a mi hija y a mí, un sinfín de pequeñas cosas que nos hubiera llevado muchísimo más tiempo y esfuerzo y angustias aprender solos. Nuestra pertenencia a este lugar empezó así, y así sigue construyéndose hasta el día de hoy, cuando nos toca a nosotros contarle a un recién llegado cómo fueron nuestros primeros tiempos acá.
Soy escritor. Si mi oficio consiste en contar historias, el origen de ese oficio, de esa vocación, es fácil de rastrear: me gusta que me cuenten una historia. Pocas cosas me gustan más, desde que era chico. Pocas cosas me han enseñado más, desde que tengo uso de razón.
La Historia está en todas partes, porque estamos rodeados de historias. Estas historias de vida que supieron recolectar los pibes de la Escuela Media nos enseñan que la historia de un lugar es la historia de los desvelos de la gente de ese lugar. Y que esos desvelos son los que construyen la Historia, generación tras generación: cómo contamos la historia, cómo escuchamos la historia que nos cuentan.


El poder de la escritura
POR GUILLERMO SACCOMANNO

El año pasado, tres escritores fuimos convocados por la Escuela de Educación Media Nº 1 de Villa Gesell, el lugar donde vivimos. El proyecto apuntaba a recopilar en un volumen historias de vida escritas por los alumnos. Durante toda una jornada, cada uno de nosotros dialogó sobre nuestro oficio con los tres turnos, mañana, tarde y noche. En cada encuentro, frente a más de cien pibas y pibes, procuramos transmitir ciertas nociones sobre el manejo de lo narrativo y conversamos sobre el significado de la literatura como una herramienta liberadora.
Estas historias de vida, en su diversidad, proporcionan ahora una visión tan totalizadora como desgarrante de la problemática de esta localidad, que no puede leerse aislada de la nacional. Auténticas víctimas del empobrecimiento social (incluyendo la desocupación, el maltrato, las adicciones, la xenofobia y la delincuencia), los alumnos reflejaron un panorama sincero y descarnado. En consecuencia, como dirían los autores, éste no es un libro careta. Y si un logro reparador tuvo el trabajo colectivo, pertenece a la escuela pública.
Estas historias, además de un testimonio, resultan un cuestionamiento. Porque plantean la trascendencia concreta, en lo cotidiano, del aprendizaje. Una piba o un pibe que no saben leer y escribir, ignoran sus derechos. En cambio, si son conscientes de sus derechos, mañana le será más difícil al autoritarismo aplicarles tortura o gatillo fácil.
Estas historias que hoy documentan la identidad de Villa Gesell y sus habitantes no son condescendientes. Cada una impone reflexionar. Estoy convencido de que esta experiencia no sólo transformó a quienes pudieron contar su historia y a quienes la tradujeron en palabras. También nos transformó a nosotros, los que practicamos el oficio de escribir.

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