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Domingo, 6 de febrero de 2005

POLéMICAS > LUGONES/INGENIEROS: LA ARGENTINIDAD AL PALO

Extraña pareja

En 1900, cuando coincidieron en la revista La Montaña, eran veinteañeros sagaces, insolentes y antiburgueses. Después, tentados por causas y coyunturas históricas decisivas, fueron siguiendo caminos paralelos, alternando acuerdos y disidencias. Hasta que, en 1924, Leopoldo Lugones y José Ingenieros –los dos protagonistas de la cultura argentina del primer cuarto del siglo XX– se distanciaron definitivamente. David Viñas repasa armonías y chispazos de una pareja caprichosa y emblemática.

 Por David Viñas

“Ha sonado por fin la hora de la espada”, L.L., 1924
“Anunciamos la muerte de Lenin
y nos sumamos al duelo”,
J.I., 1924

Entre las sucesivas vanguardias argentinas, ninguna exhibe en sus publicaciones tantos ademanes subversivos como el sarcasmo insolente de La Montaña. Ni la romántica de 1837, ni la naturalista hacia 1880, y mucho menos la de Boedo y Florida. “Orografía jacobina y clave de la del 1900.” Porque desde esa altura distintiva, mediante tonos provocativamente corrosivos y saludables, se regocijan Leopoldo Lugones y José Ingenieros en su momento iniciático.

En esa revista, a lo largo de doce números, su insignia mezclaba maliciosamente lo conspirativo con el turrieburnismo puesto en circulación por el Darío instalado en Buenos Aires: exasperaciones discursivas encima de un escenario montado por los dos intelectuales de veinte años que se consideraban a sí mismos “la cúpula más sagaz y colérica” de su generación novecentista. Y tenían razón.

Lugones se encarnizó prolijamente con el intendente de una ciudad que ya había dejado de ser la gran aldea para convertirse en “la Babilonia del Plata”. Ese módico funcionario tenía demasiado pudor y beatamente postulaba que una enredadera cubriese “la espléndida entrepierna” de una Venus del Rosedal. Lugones, con un poema, demostró que era especialista en endecasílabos rimados con injurias, equívocos y tomaduras de pelo.

A Los reptiles burgueses Ingenieros los coleccionaba con la minuciosa velocidad de un entomólogo impaciente, muy erudito y feroz: obispos y jueces, almirantes retirados o en alta mar, damas filantrópicas, obesas, bolsistas jadeantes y ministros en procesión hacia cierta basílica azuliblanca que se hurgaban subrepticiamente en los agujeros de sus bolsillos. “Caterva.” Pero Ingenieros –encabalgado entre Lombroso y los manicomios– ya iba evidenciando su destreza en giros de ciento ochenta grados; y así como se ensañaba con los “rentistas y potentados”, por su envés defendía a las putas de Junín y Lavalle, denunciando a los empresarios y a los caften, traficantes, policías y demás cómplices.

Moralistas jubilosos los de esa yunta; inclementes más por ímpetu que por sistema, preferían lo episódicamente rudo del francotirador a las rutinas vigilantes de cualquier fiscalía. Sabían, vaya si sabían, que convertirse en un mito es un oficio que se lleva la vida.

Es que ni de Lugones, y ni hablar de José Ingenieros, podría decirse que se postularan como caños sin costura. Siempre iguales a sí mismos y previsibles. Nada que ver; difícil canonizarlos. Semejante género quietista que suele enternecer a las almas almidonadas no funcionaba con ninguno de los dos; por diversas razones, y aun acercándoseles para corroborarlos por costados contrapuestos y sentirles el aliento. Ambos, alegórica, polémicamente, se emparentaban con los móviles de Calder: si parecían entumecidos, en realidad disimulaban estremecimientos que los alteraban. Medusas, “cabelleras tumultuosas”. Aun cuando repitieran ciertas constantes que prenunciaban sus mutaciones más bruscas.

Sus respectivas vinculaciones con el general Roca, ya en la segunda presidencia del antiguo “héroe del Desierto”, si revelan una ambigua flexibilidad, ponen de manifiesto, a la vez, su creencia en las posibilidades de modernizar la Argentina desde arriba. Regalismo, tradición borbónica y el prestigio de los “científicos” mexicanos que copiosamente incidía en esta encrucijada.

Pero no sólo la mediación del “ilustrado” ministro Joaquín V. González los hacía incurrir en ese acercamiento sino las lecturas del Nietzsche divulgado sobre el 1900: contra “el enemigo burgués” parecía legítimo apelar a los grandes señores; la estetización de la política confundía “la fealdad de los hombres nuevos que no entendían el arte” con quienes realmente detentaban el poder, Bismarck y su socialismo de Estado les servían de modelo para el proyecto de Código de Trabajo. Frustrado, se sabe, pero que permite explicar cómo Lugones se convirtió en corresponsal de Roca mientras Ingenieros acompañaba al general, en su viaje a Europa, en calidad de secretario. No se me olvida, y para contextualizar, que en ese proyecto laboralista también participaron Augusto Bunge y Del Valle Iberlucea, notorios dirigentes del socialismo.

Lugones/Ingenieros. En esta segunda etapa, dejado atrás el momento iniciático de La Montaña, ambos coinciden en su clamorosa aliadofilia, en sus ataques al kaiser Guillermo II y en un fervor literario: D’Annunzio. Al “divino Gabriel” (modelo de escritor aventurero y precursor de las espectacularidades encarnadas por Lawrence y Malraux), Ingenieros lo cita con reverencia cuando, en cronista flâneur, recorre Roma, Venecia, Nápoles o Verona. Lugones prolongará su devoción dannunziana, no limitándose a celebrarlo por sus vuelos sobre Viena durante la Primera Guerra Mundial sino que, paulatinamente, después del barullo del Fiume, lo considerará “el mayor precursor” de Mussolini.

Coincidencias, entonces. Pero, también, apuestas diversas: se trata de tomas de posición en los años de los Centenarios y de las discusiones que se producen en torno a la identidad argentina y sus patriotismos. Porque si Lugones exalta a Martín Fierro con argumentaciones épicas que transforman a ese gaucho en una figura homérica, Ingenieros denuncia a Juan Moreira, mucho más popular en la coyuntura, apelando al prontuario policial de ese “simulador”.

En esta intersección no es posible eludir la incidencia de los orígenes familiares de Lugones y de Ingenieros: el poeta cordobés cada vez más irá rescatando su genealogía patricia (que lo hace recurrir “a los Lugones lunones”), mientras en Ingenieros predomina su origen inmigratorio, amalgama de carbonarios, masones y napolitanos.

La creciente seriedad lugoniana resulta más ordenancista y más incompatible con las fiestas cotidianas, así como a través de la Syringa el menfichismo de Ingenieros se reduplica en el titeo que suele virar hacia la bufonería.

El liberalismo ideológico que impregnaba a ambos escritores –incluso en la etapa libertaria de La Montaña– en este momento empieza a bifurcarse. Y a profundizarse. Tanto por las confusas pero aplicadas relaciones de Lugones con Roque Sáenz Peña, como por el conflicto universitario en el que Ingenieros se enfrenta al presidente por haberlo excluido de una cátedra ganada legítimamente en la Facultad de Medicina.

Lugones/Ingenieros. Ambos acuerdan en su apoyo público a “los catorce puntos” planteados por la política exterior de Wilson. Pero después de Versalles y la frustración wilsoniana (frente al criterio de indemnizaciones de guerra sustentado por Clemenceau y Lloyd George, e incluso ante el rechazo del senado en Washington), tanto Lugones como Ingenieros se van orientando hacia los extremos que empiezan a seducirlos.

“Roma o Moscú” es el nuevo dilema que se les plantea a los escritores. Disyuntiva que, en inversión o en alternancia, actualiza las tradicionales polémicas argentinas sobre la dicotomía de civilización y barbarie. Aunque en la Semana Trágica nuevamente coinciden Ingenieros y Lugones denunciando el antisemitismo desatado en Buenos Aires por señoritos y gendarmes a lo largo del mes de enero. Es la última vez que, de manera abierta, concuerdan en una campaña.

Sus figuras empiezan a reflejarse en espejos cóncavos o convexos: los martinfierristas de Florida acatan sin discusión los “valores literarios” de Lugones, insinuando apenas alguna reticencia con relación a su prosodia o sus rimas; a Ingenieros, en cambio, lo relegan a cierta nota al pie o a la sección necrológicas. Lo que viene a ser lo mismo. Los de Boedo, por su tangente, no cesan de publicar sus fidelidades: “Ingenieros maestro de América”, “Ingenieros, ética y revolución”. Y con motivo de su muerte, le dedican un abundante número de Claridad. Tradición oral: en medio de ese par de laterales se abrieron expectativas. Una duplicación de sombras pugilísticas recortadas sobre el fondo de la pelea Firpo-Dempsey. 1923. Se trataría del gran debate entre esas dos figuras. “No se produjo.” Lugones, cada vez más crispado contra el “mulataje” yrigoyenista, se va polarizando respecto de un Ingenieros que es consultado mediatamente por el presidente radical. Y si la reforma universitaria de Córdoba a gatas lo ocupa a Lugones, a Ingenieros le otorga una dimensión privilegiada en América latina que, superpuesta a sus devociones por la revolución mexicana, lo llevan a denunciar al panamericanismo en Santiago de Chile.

1924 marca, por fin, el distanciamiento mayor entre los dos protagonistas de la cultura argentina durante el primer cuarto del siglo XX: Lugones, con el discurso pronunciado en el Perú, en conmemoración del centenario de la batalla de Ayacucho, donde exalta el predominio político del sable; Ingenieros, en su homenaje a Lenin, con motivo de la muerte del fundador de la Unión Soviética.

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