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Domingo, 20 de marzo de 2005

ACONTECIMIENTOS > LLEGA LA NUEVA JOYA FREAK DE WES ANDERSON

La mar no estaba serena

El jueves que viene se estrena el cuarto largometraje del brillante Wes Anderson. Después del éxito de Los excéntricos Tenenbaum, que lo sacó de los subsuelos de culto, La vida acuática con Steve Zissou –versión torcidísima de Moby Dick protagonizada por Bill Murray– confirma que no hay en todo Hollywood un cineasta tan personal, libre y desconcertante como él. En las páginas que siguen se ofrece un manual de instrucciones para gozar de su obra y un texto memorable, digno de J.D. Salinger, en el que el cineasta narra su extraño (des)encuentro con Pauline Kael, la gran crítica de cine de la revista The New Yorker.

 Por Rodrigo Fresán

Así habló Wes Anderson: “Supongo que mi tono disgusta muy especialmente a quienes tienen una idea muy clara y rígida de lo que es cómico, lo que es dramático y lo que es trágico. Y lo que yo busco es ser cómico, trágico y dramático al mismo tiempo. Y esto hay gente que no lo soporta. Tal vez porque les inquieta pensar que las cosas, la vida sea finalmente así. Indefinida. Todo al mismo tiempo. En cualquier caso, me voy acostumbrando a decir que lo que yo hago es comedia. Parece ser lo más sencillo. Todo el mundo insiste en que yo hago comedia; así que, bueno, será que hago comedia. Tendré que aceptarlo. Yo prefiero pensar que lo mío es una mezcla extraña, un poco inasible, que no necesita de una etiqueta o de una clasificación para funcionar”.

Y sí: la encandilante visión del cuarto largometraje de Wes Anderson no deja lugar a dudas: he aquí a un autor personal –muy personal– cuyas coordenadas inasibles pero precisas ya están claramente marcadas en la carta náutica de su periplo. He aquí, también, a un texano diferente, que no por eso –como ya lo ha anunciado– se privará de dirigir algún día un western, porque “me parece que es un género que, con su caudal de perdedores y crepúsculos, se adaptaría a la perfección a mi manera de ver las cosas”. Todo esto, claro, desconcierta a los norteamericanos (aunque su “influencia” ya es detectable en películas como Embriagado de amor y I Hear Huckabees), mientras que los franceses no demoran en bautizarlo sin problema alguno como “el nuevo Preston Sturges”.

Nacido en Houston en 1970, Anderson ya ha firmado y filmado cuatro películas de tramas muy diferentes, pero de intenciones muy parecidas: Bottle Rocket (1996, a partir de un cortometraje ampliado con el apoyo y financiación de James L. Brooks), Rushmore (aquí estrenada en video como Tres son multitud, 1998, tal vez su título más “querible” y el que, para muchos, posibilitó el tardío descubrimiento de Bill Murray y, para todos, el hallazgo de Jason Schwartzman), Los excéntricos Tenenbaum (2002, película que trata sobre casi todo lo que puede tratar una película) y, ahora, La vida acuática con Steve Zissou.

La primera es una road-movie accidentada protagonizada por unos ladrones de pacotilla; la segunda es una college-movie con adolescente disfuncional y magnate más disfuncional todavía; la tercera es una vuelta de tuerca sin tornillo sobre la saga familiar à la Salinger & Irving; y la cuarta es, posiblemente, la más extrema de todas: una reescritura personal de Moby Dick con un héroe vengativo que tiene un 50 por ciento de Jacques Cousteau (al que Anderson ya le guiñaba un ojo en Rushmore a partir de uno de sus libros con anotaciones manuscritas en los márgenes) y otro 50 por ciento del Capitán Haddock (no me sorprende que, en las fotos Anderson, aparezca a menudo con un mechón erecto estilo Tintín: ese colorido tan Hergé de sus películas no puede ser casual). Y, por supuesto, un ciento por ciento de Bill Murray. Todas las películas tratan de lo mismo: la épica triunfal, épica de la derrota, las trampas del éxito precoz y la búsqueda del padre ideal (biológico o adoptivo). Así, el gangsteril James Caan, el millonario melancólico Bill Murray y el peluquero feliz Seymour Cassel, el estafador compulsivo Gene Hackman y, otra vez, el eco-navegante amoral Bill Murray son todos vencedores derrotados y progenitores simbólicos o genéticos.

Y todos ellos –vuelta a lo del principio– aparecen envueltos en historias alegremente tristes o tristemente alegres donde, claro, siempre hay lugar para el romance y el amor (dos cosas muy pero muy diferentes).

Y otras constantes:

1) La euforia de crear en tribu. Unos llegan y otros se van, pero su hermano de sangre Owen Wilson (mejor que nunca como Ned, posible vástago extraviado de Zissou) y Anjelica Huston y Seymour Cassel y Bill Murray (quien, ya era hora, vuelve a ser un poco el cretino que sus fans de siempre venían extrañando desde hacía tiempo) son ya de la familia. Y en La vida acuática –y en el “Team Zissou”– hay nuevos nombres que ojalá repitan para la próxima: Jeff Goldblum, Cate Blanchet, Bud Cort, Michael Gambon y un formidable Willem Dafoe en el rol del alemán Klaus.

2) La exquisita y bizarra dirección de arte: esos uniformes (“Me encanta ver a los actores todo el tiempo con la misma ropa”, dice Anderson), esos telones de teatro, esos cortes transversales de ese achacoso Belafonte (sucedáneo del Calypso), esos imposibles especímenes marinos animados por Henry “Pesadilla antes de Navidad” Selick.

3) La esquizofrénica pero siempre epifánica banda sonora ensamblada –como de costumbre– por Anderson y Mark “Devo” Mothersbaugh: The Zombies, Joan Baez, The Stooges, Scott Walker, Paco De Lucía y extrañas versiones de Bowie viradas al portugués por el grumete y bossa-crooner de moda Seu Jorge. “No limito las canciones al rol de una simple ambientación sonora. Muchas veces es una determinada canción o melodía la que me lleva a escribir una determinada escena, y entonces, llegado el momento del montaje final, la recupero y la pongo en el sitio que le corresponde”, explicó Anderson. Ejemplos ineludibles: “Alone Again Or” de Love en Bottle Rockett; “Nothin’In this World Can Stop Me Worryn... Bout that Girl” de The Kinks en Rushmore; “These Days” de Jackson Browne versionada por Nico o “Needle in the Hay” de Elliott Smith o ese “Hey Jude” de los Beatles en versión instrumental en Los excéntricos Tenenbaum; y, ahora, “Search and Destroy” de Iggy Pop. 4) La referencia para connoisseurs a la hora del encuadre. En especial Stanley Kubrick, a quien Anderson considera el maestro a la hora de enmarcar una escena. Y cierta “velocidad” –sus personajes suelen correr mucho– muy Truffaut. Y esas súbitas “lentitudes” del mejor Scorsese.

4) Grandes parlamentos en boca de Steve Zissou como: “No sé qué hacer. ¿De verdad que ya no les caigo bien?”. O el momento en que a la pregunta “¿Cuál es el propósito científico de su próxima misión?”, Murray, luego de respirar profundo, responde con ternura: “Venganza”.

5) Y, por supuesto, ese argumento: la cacería del “tiburón jaguar” que se comió al mejor amigo, un hijo resuelto a re/conocer a su irresponsable engendrador, una periodista embarazada enredada en el exposé de un héroe caído, porros que se fuman en el puente de mando, un competidor con mucho dinero y “parcialmente gay”, un cardumen de piratas filipinos, un técnico indio que no deja de provocar cortocircuitos, unos cuantos becarios a explotar, una esposa cansada pero que siempre fue “el cerebro”, el asalto a un resort abandonado, epifanías y depresiones, y la feroz pero entrañable parodia de todos esos documentales salados con los que crecimos y navegamos y que intentaban convencernos de que la velocidad del celuloide y de la vida eran las mismas: porque todo sucedía ahí, frente a nuestros ojos, al mismo tiempo que les sucedía –voz en off, claro– a Cousteau y sus subalternos.

Y al final, por suerte, lo mismo de siempre: de nuevo emocionados hasta las carcajadas en esa luminosa oscuridad del cine y esa última escena -como corresponde, tan andersonianamente– virando a cámara lenta y despedida de la tripulación y a esperar al próximo mayo, que es cuando se anuncia ya que saldrá la edición en DVD doble lleno de extras.

Los que sigan sin entenderlo insistirán una vez más: “Pero, ¿qué es esto?”. Los que siempre lo vieron claro repetirán por cuarta vez: “Ah, sí: es esto...”.

Y en alguna parte la pensadora Pauline Kael (1919-2001, ver páginas siguientes) seguirá pensando que no sabe qué pensar de todo esto.

No se me ocurre elogio mejor.

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