Domingo, 11 de agosto de 2002 | Hoy
CINE Y LEYENDA
Costó 28 millones y recaudó 17, eclipsada por rivales como Startrek II y Conan el bárbaro. La crítica la demolió: “incomprensible”, dijeron, “pretenciosa y machista”, “puro cuerpo y nada de corazón”. La mitad del equipo técnico nunca llegó a entender lo que hacía y Harrison Ford, su actor protagónico, todavía hoy la menta con desdén. A veinte años de su estreno, sin embargo, Blade Runner resplandece como el film más innovador e influyente de la ciencia-ficción contemporánea. Rodrigo Fresán cuenta cómo esa oveja negra llegó a convertirse en esta mina de oro.
Por Rodrigo Fresán
ANTES
Blade Runner se estrenó en 1290 cines de Estados Unidos el 25 de junio
de 1982, pero no llegó a la Argentina hasta nuestro otoño de 1983.
En el pasado, las películas tardaban más en llegar a nosotros.
Aunque tal vez la verdadera razón de la demora fuera que el film del
triunfador Ridley “Alien” Scott –pensado para convertirse en
un nuevo fenómeno del tipo Star Wars: no en vano se eligió para
lanzarlo el mismo día en que había debutado la película
de George Lucas– no salió como se pensaba a la hora de la taquilla
y la crítica. Costó 28 millones y recaudó 17. Mal negocio.
Al equipo técnico –que durante la filmación no dejó
de preguntarse de qué iba todo eso– tampoco le convenció
mucho. El actor M. Emmet Walsh (el jefe de policía Bryant) dijo que no
entendió nada; a Daryl Hannah (la replicante Pris) le encantó;
Edward James Olmos (el policía oriental Gaff) optó por un ambiguo
“increíble”; Rutger Hauer (el replicante Roy Batty) la defendió
desde el principio; y Harrison Ford (el blade runner Rick Deckard) se quedó
en casa. La crítica la definió como “fracaso fascinante”,
“ciencia-ficción pornográfica: puro cuerpo y nada de corazón”,
“un caos”, “incomprensible”, “pretenciosa y machista”.
Y Pauline Kael –implacable y sofisticada crítica de The New Yorker–
la remató con un “Si uno de estos días desarrollan ese test
para detectar humanoides, mejor que Ridley Scott se esconda muy bien”.
Hubo algún gesto de piedad pero sirvió de poco y nada. Blade Runner
fue devorada cruda durante un verano plagado de éxitos del género
fantástico –y de mucha acción– como Viaje a las estrellas
II: La ira de Khan, Conan el bárbaro, la remake de La cosa de John Carpenter
y –antes que nada y que ninguno– el E.T. de Spielberg, que marcó
a fuego la tendencia alien buenito antes que robot malote. El existencialismo
noir de Blade Runner causaba, en el mejor de los casos, cierto intrigante desconcierto.
Lo que para el gran público pochoclo y coca es apenas otra de las muchas
maneras del aburrimiento.
A mí –aclaro, por si hace falta, que todo esto está escrito
por un fan confeso, y orgulloso de serlo– me gustó mucho. Las películas
que más nos gustan no sólo tienen la propiedad de quedarse para
siempre en nuestra vida sino que, además, fijan en nuestra memoria el
momento exacto en que las vimos. Yo me acuerdo que la vi la noche de su estreno
en el cine Monumental, que llovía, que salí como si volviera de
otra época y que la calle Lavalle se parecía tanto al Los Angeles
del 2019. Todavía vivíamos y moríamos bajo una dictadura,
sí, y las dictaduras siempre tienen algo de ciencia-ficción. Ciertas
democracias, si se lo piensa un poco, también.
DURANTE
El reciente estreno de Minority Report de Spielberg –también basada
en ideas del escritor Philip K. Dick– potencia la efemérides. Veinte
años después de Blade Runner, tiene su gracia, Spielberg estrena
una película replicante, una vistosa y virtuosa falsificación
que acaba agonizando por el mismo motivo por el que agonizan los androides de
RidleyScott: la necesidad casi refleja de parecerse a los originales y mejorarlos
es lo que los pierde y los derrota. Veinte años después, la derrota
de Spielberg es la revancha de Scott. Aunque, en realidad, la dulce venganza
comenzó casi enseguida. Como yo, varios salieron de ver Blade Runner
sin poder creer lo que habían visto. Pensar en que si Blade Runner fuera
un disco sería el primero de The Velvet Underground: en principio rindió
poco, pero después influyó como ninguno. La Warner –queriendo
capitalizarla al máximo– emitió por su canal de cable la
película y lanzó el video y el láser-disc en 1983. Se vendieron
bien y se alquilaron mejor. Y revistas como Film Comment y American Film empezaron
a publicar “reconsideraciones” de la película cada vez más
eufóricas, mientras detectaban y analizaban una nueva y extraña
moda: la bdmanía, que para los historiadores nace en diciembre de 1982,
con la publicación del primer fanzine dedicado por completo a la película
y editado por Sara Campbell, una chica de 26 años que –¿fecha
de vencimiento replicante, tal vez?– moriría un par de años
más tarde. La antorcha fue rápidamente recogida, abundaron las
tesis universitarias (sí, Blade Runner es una de esas películas
a las que se puede adjudicar cualquier cosa) y la llegada de los ‘90 y
el triunfo del cyberpunk y las computadoras domésticas terminaron de
desencadenar la locura. Cientos de sites para discutir hasta el amanecer los
aspectos más oscuros y luminosos de la película, las novelas de
William Gibson & Co. y –nada es perfecto– todas esas pésimas
imitaciones de Blade Runner, todas esas calles donde siempre llueve y las chicas
se maquillan como mapaches, todos esos retrofuturos con elementos de los ‘40
y los ‘50. Y el reestreno del director’s cut en 1992 sin voz en off
y con unicornio. A los críticos seguía sin gustarles demasiado.
Pero la gente que fue a verla se multiplicó, y el público aplaudía
cuando Roy Batty decía haber visto tantas cosas porque, bueno, ya lo
dije: nosotros lo habíamos visto tantas veces en nuestro televisor que
era muy lindo volver a verlo en pantalla grande.
Y seguir descubriendo cosas nuevas.
DESPUÉS
He oído cosas... Como suele ocurrir con los films verdaderamente legendarios,
a la sombra de Blade Runner germinó una impresionante cantidad de rumores
y leyendas urbanas de la más diversa calaña. Lo que se enumera
a continuación ha sido debidamente corroborado.
Blade Runner está basada en la novela de Philip K. Dick escrita en 1966
y publicada en 1968 con el título ¿Sueñan los androides
con ovejas eléctricas? Otros títulos en los que pensó el
autor fueron El sapo eléctrico, ¿Sueñan los androides?,
La oveja eléctrica y el portentoso ¡Los asesinos están entre
nosotros!, le gritó Rick Deckard al Hombre Especial. La idea se le ocurrió
a partir de un artículo del matemático Alan Turing y la lectura
de un diario de un oficial de la SS. A partir del estreno, varias ediciones
de la novela optaron por mutar su título a Blade Runner (el propio Dick
autorizó una de esas movidas justo antes de morir) y algunas –herejía–
incluso modificaron el año en el que transcurre el libro –1992–
adelantándolo hasta el 2019 en el que transcurre la película.
El film de Ridley Scott tiene algo y poco que ver con la novela de Dick (elimina
largos tramos del argumento y mantiene el concepto de un cazador de andys o
androides), pero en cierto modo respeta su espíritu. Dick murió
antes de ver la versión terminada; pero primero no le gustó lo
que le mostraron y después le gustó mucho lo que le mostraron
más tarde. Los curiosos y obsesivos encontrarán una conversación
sobre el tema tan reveladora como desopilante en el libro What If Our World
Is Their Heaven?: The Final Conversations of Philip K. Dick (Over- look Press,
2000).
El primer interesado en filmar la novela fue Martin Scorsese, en 1969, pero
no tenía dinero para recomprarle los derechos al productor que los tenía
en su poder.
Las primeras versiones del guión llevaban los títulos Android,
Mechanismo, Gotham City y Dangerous Days. El nombre Blade Runner –que no
aparece en ninguna parte de la novela de Dick– sale, en realidad, de un
libro/guión nunca filmado de William Burroughs, quien a su vez lo había
tomado prestado de Alan Edward Nourse, autor de la novela The Bladerunner, que
trata sobre traficantes de material quirúrgico y médicos forajidos.
A Scott le gustó como sonaba, llamó al autor de El almuerzo desnudo
y le ofreció 5 mil dólares por la autorización para utilizarlo.
Burroughs respondió enchanté y salió al patio a vaciar
su rifle contra todo lo que se moviera a modo de festejo.
Durante un par de semanas –se sabe que es un tipo de lo más ciclotímico–
Dustin Hoffman persiguió con ganas el rol de Rick Deckard. Después,
creo, se fue a filmar Ishtar con Warren Beatty. Otros nombres que se barajaron
fueron los de Tommy Lee Jones y Christopher Walken.
Una de las primeras versiones del guión terminaba con Deckard llevándose
a la replicante Rachel a un lugar seguro, fuera de la ciudad, para acto seguido
meterle una bala entre los ojos y a quemarropa. A Burroughs le hubiera encantado.
En un momento del rodaje –cuando todo estaba más o menos fuera de
control y lejos del presupuesto original–, los productores despidieron
a Scott y volvieron a contratarlo al día siguiente. Nadie sabía
cómo terminar... eso.
Cuando le dijeron a Harrison Ford que tendría que grabar una narración
en off para encimar a la película, el actor –que disentía
con semejante idea– decidió hacerlo sin ningún tipo de inflexión
dramática y sin entusiasmo, de modo que resultara inutilizable. Ford
es muy ingenuo y, ey, seguro que a Burroughs le encantó. (A mí
me gusta.)
La escena final de Blade Runner –ese largo travelling a través de
nubes y bosques– fue agregada a último momento por los productores,
y no lo filmó Scott sino Stanley Kubrick: son sobrantes de las –seguramente–
miles de horas de celuloide que el difunto director imprimió para los
títulos de El resplandor. “Si me obligan a poner un parche, que
por lo menos sea un parche dirigido por Kubrick”, pensó Scott, y
llamó por teléfono y Stanley se mostró encantado. A Kubrick
le gustó mucho Blade Runner, lo que no es muy sorprendente: Blade Runner
es una de las películas más Kubrick jamás filmadas por
alguien que no fuera Kubrick, a la vez que incursiona en una de las vetas más
interesantes, ricas y profundas de 2001: Odisea del espacio. Ya saben: en el
futuro, dentro de muy poco, las máquinas serán mucho más
sensibles y líricas que los hombres que las crearon.
La secuencia onírica del unicornio –añadida por Scott para
el director’s cut y pieza clave para los defensores de la idea de que Deckard
es replicante– sale de unas tomas descartadas por el director para su siguiente
film, el muy fallido Leyenda.
Contra lo que se piensa, no hay dos versiones de Blade Runner –la que se
estrenó originalmente y el director’s cut– sino cinco: la versión
que se vio en los preestrenos de Dallas y Denver (que no le gustó a casi
nadie), la versión del preestreno en San Diego (a la que se le agregó
la narración en off y el final feliz), la versión con retoques
de última hora que se estrenó en Estados Unidos (supongo que fue
la que se estrenó en la Argentina), la versión internacional (un
poquito más larga y más violenta), y el director’s cut. Muy
apropiado si se tiene en cuenta que Blade Runner trata sobre réplicas,
dobles, falsificaciones. En julio del 2000, la televisión inglesa emitió
otra nueva versión con escenas inéditas entre las que se destaca
una que transcurre en un hospital y hasta la próxima, amiguitos...
La maldición de Blade Runner: la película de Scott no sólo
fue pionera e innovadora en muchos campos; también quiso ser un gran
negocio en concepto de publicidad subliminal, con todas esas marcas registradas
adornando el convulsionado paisaje de la Los Angeles que Steven Spielberg recientemente
sintetizó como “sushi y lluvia ácida”. Muchos se apuntaron,
claro, pero al final la película se estrenó y fue un estrepitoso
fracaso y, por el mismo precio, dicen, significó el tiro de gracia para
varias de las empresas involucradas, que jamás llegarían a ese
2019 en el que Rick Deckard corre y corre y corre. Aquí están,
éstas son, descansen en paz: la telefónica Bell, Atari, Cuisinart,
Polaroid y Pan Am. Coca-Cola, que por entonces se disponía a lanzar la
catastrófica New Coke, se salvó por un pelo.
La serpiente que exhibe la replicante Zhora (Johanna Cassidy) era la mascota
de la actriz en la vida real. Una cariñosa pitón llamada Darling.
Harrison Ford (quien luego de Star Wars y Los cazadores del arca perdida sentía
que a todo el asunto le faltaba “un poco de acción”) estuvo
muy pero de muy mal humor durante todo el rodaje. En especial con su coprotagonista
Sean “Rachel” Young (que desplazó a la primera opción,
Barbara Hershey): sólo le dirigía la palabra cuando filmaban juntos
(esa inolvidable y perfecta y bizarra escena de amor), y siempre le corregía
la dicción. Todavía hoy Ford habla de la película con cierto
desprecio: “En Blade Runner yo era un investigador que no investigaba y
al que le pegaban todo el tiempo. No es una película mía, es de
Ridley Scott. Tal vez”. Scott se limitó a declarar: “Hay ocasiones
en que la puesta en escena es la acción”. Scott 1, Ford 0.
La falta de tiempo y de presupuesto extra obligó a utilizar todo lo que
hubiera a mano para construir las maquetas de la ciudad. Así, el diseñador
Bill George se permitió la travesura de injertar una réplica de
la nave Milennium Falcon de Hans Solo (el personaje de Harrison Ford en Star
Wars) en uno de los flancos de un edificio. Si se la busca cuadro por cuadro,
se la puede ver casi al principio, en la escena en que Gaff lleva a Deckard
al cuartel de policía. Años más tarde, Lucas le devolvió
la atención en Episodio I: La amenaza fantasma, donde pueden verse un
par de patrulleros spinners de policía volando por los cielos del planeta
Coruscant.
El soundtrack oficial de la película –a cargo de Vangelis–
recién apareció doce años después del estreno de
la película. Por el camino se oyeron múltiples versiones pirata
del tema preferido, creo, para cortina de programas deportivos y argentinos.
La secuencia del combate final entre Deckard y Batty –originalmente concebida
como un duelo de karate– fue recoreografiada por Rutger Hauer de un modo
más “primal”. Buena idea. A Hauer también se le ocurrió
lo de la palomita. Mala idea.
El justamente célebre y cuasi-shakespeareano monólogo final del
replicante Roy Batty era más largo. Rutger Hauer propuso acortarlo y,
además, improvisó in situ eso de “Todos esos momentos se
perderán. Como lágrimas en la lluvia. Hora de morir”. Bien
hecho, Rutger. Después abrió la mano para que la palomita saliera
volando. Pero la palomita salió de escena caminando porque estaba muy
mojada y no podía volar. Solución: filmar otra palomita en otra
parte. Seca. De ahí que en la película se la vea ascender hacia
una aurora limpia de nubes pero, sí, con voz en off.
La cuestión –largamente discutida– de si Rick Deckard es o
no un replicante surgió a partir de un malentendido entre Scott y uno
de los guionistas, David Peoples (el otro fue Hampton Fancher). El director
leyó mal una parte del guión en la que Deckard, pensándose
en voz alta y en irónico off, decía: “Yo también soy
un modelo de combate”. Scott lo interpretó literalmente y a partir
de entonces comenzó a insertar en el film pequeñas pistas desconcertantes;
entre ellas, el dato de que se fugaron seis replicantes, uno murió al
llegar a la Tierra y –dado que Deckard elimina a cuatro– ¿dónde
está el quinto? La confesión final tuvo lugar en el documental
para televisión On the Edge of Blade Runner (2000), donde el director
finalmente reconoció que Deckard no se hace: es.
SIEMPRE
Hoy nadie duda de la importancia de Blade Runner. Abundan los libros sobre su
trascendencia (quizás el más completo sobre el aspecto cinematográfico
sea Future Noir: The Making of Blade Runner, de Paul M. Sammon; el más
académico es, seguro, Retroffiting Blade Runner, de Judith Kerman) y,
desde la platea, los pronunciamientos admirados de vips como Fernando Savater
(“Es la mejor muestra de metafísica hecha celuloide”) o Guillermo
Cabrera Infante (“Es un gran cuento de hados”). En lo que a mí
respecta –desde el supe–pullman–, diré que Blade Runner
es el equivalente sci-fi de Casablanca: una historia que apela a lo ancestral
y que funde un sinfín de mitos, una trama para armar, un misterio que
no cesa y al que se vuelve una y otra vez, como si fuera un café llamado
Rick’s o –ya que estamos– Rick Deckard’s.
De vez en cuando surgen rumores sobre una inminente e inevitable segunda parte
de Blade Runner. Scott tiene desde hace tiempo en carpeta un proyecto sci-fi
con el título, obviamente provisorio, de Metrópolis, y cambia
de tema cada vez que le preguntan. En cualquier caso, ahí están
las tres aceptables novelas/continuación de Blade Runner firmadas por
W. K. Jeter –discípulo reconocido por Dick en vida–, listas
para ser manipuladas, cambiadas o lo que venga. Scott afirma que la condición
única e inevitable es que Deckard se asuma como replicante de una vez
por todas. Lo que, supongo, permitiría cambiarle la cara de Harrison
Ford –yo voto por Christopher Walken– y a ver qué pasa y alguien
sabe, alguien puede decirme cuándo va a parar de llover.
Espero que nunca.
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