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Domingo, 8 de octubre de 2006

RESCATES > LA EDAD DE ORO DEL AFICHE CHILENO

Dímelo en la calle

Entre 1963 y 1973, el diseño gráfico chileno vivió su mejor momento, pero su importancia y popularidad se confirmó durante la presidencia de Salvador Allende, con los afiches y carteles del diseñador Vicente Larrea, que también hizo logos y tapas para Inti-Illimani, Quilapayún y Víctor Jara. Los originales y bocetos sobrevivieron la censura, y hoy vuelven a ser reivindicados, estudiados en universidades y hasta reunidos en el libro Cartel chileno 1963-1973, que recopila las piezas más significativas del período.

 Por Ina Godoy

En 1970, Chile sacudía la realidad latinoamericana con el primer y único gobierno marxista por vías democráticas. La riqueza se socializó, el ingreso se redistribuyó, el acceso a la cultura se democratizó y el gobierno invitó al pueblo a participar de esa nueva realidad a través una de una de las herramientas de comunicación masiva por excelencia: el afiche.

Como había sucedido en la Unión Soviética, China y Cuba, en Chile los muros se estamparon de carteles con mensajes al servicio de un ideal, y la comunión entre el lenguaje político y el gráfico inauguró el período de mayor impacto y producción de la cartelería pública chilena. “En esa época se empezó a diseñar con mucha profesión, el gobierno promovió mucho la cultura de masas y el afiche era una excelente herramienta de comunicación popular”, dice Vicente Larrea, uno de los diseñadores gráficos responsables de la imagen del período de gobierno de Salvador Allende, creador de un trabajo tan contundente que cautivó tanto a simpatizantes como a opositores.

La agregada cultural de la Embajada de Estados Unidos en Chile, Warny Lynn Smith, visitó unas cuantas veces la oficina de Larrea en busca del secreto del éxito de la campaña gráfica de la Unidad Popular. “Estaba convencida de que, detrás de las tres personas que nos encargábamos de todo, había otro grupo de especialistas en comunicaciones trabajando simultáneamente en un lugar menos visible”, confiesa Vicente. La diplomática norteamericana se expresaba claramente en castellano, sabía de color, composición, tipografía y comunicación de masas, lo que le permitió llevar su intriga hasta las últimas consecuencias. “Al terminar su misión en Chile, en medio de los brindis de su fiesta de despedida, me pidió que le dijera la verdad sobre ese supuesto otro equipo de colaboradores”, recuerda el diseñador, con una sonrisa.

Te doy una canción

Autores Chilenos, de Inti Illimani 1971.

La época de oro del afiche se correspondió con la época de oro de la música chilena que, a lo largo de la década del ’60, experimentó tres movimientos musicales. Por un lado, la Nueva Ola con una propuesta comercial similar a la de El Club del Clan. Por otro, el Neofolklor, de raíces folklóricas fusionadas con elementos modernos. Pero el fenómeno más innovador y significativo de la historia de la música trasandina nació por aquellos días y fue la Nueva Canción Chilena. Por esa puerta entró Vicente en 1967, respondiendo a la propuesta de Carlos Quezada –uno de los integrantes de Quilapayún–, para diseñar la tapa del disco Canciones folklóricas de América, que contó con la participación de Víctor Jara, futuro cliente fiel de Larrea y con quien mantuvo un largo y fructífero trabajo en colaboración. El siguiente trabajo del diseñador fue la carátula de X-Vietnam, el álbum de Quilapayún que fundó la Discoteca del Cantar Popular (Dicap), el sello discográfico que gestaron las Juventudes Comunistas de Chile. Para esa ocasión, el mayor de los Larrea convocó a su hermano menor, Antonio, inaugurando una prolífica dupla que lleva casi cuatro décadas trabajando. “Hicimos un total de 110 carátulas para este organismo, que conforman el grueso de la imagen gráfica de la Nueva Canción Chilena; a eso se suman más de 300 afiches y el diseño de varios logos, como los de Inti-Illimani y Quilapayún”, detalla Vicente.

El trabajo de los hermanos Larrea también estuvo íntimamente relacionado con el de las Brigadas Muralistas, formadas por jóvenes de izquierda que alimentaron un vínculo con el diseño, que iba de los muros al tablero de dibujo y viceversa. “Observábamos mutuamente nuestros trabajos, pero nosotros estábamos a favor de una gráfica no agresiva sino positiva, que ayudara a fraternizar y no a desarrollar actitudes violentas entre los chilenos. Ellos desarrollaron ambas vertientes”, distingue Vicente, mientras se reconoce abstemio a la militancia política partidista: “Nunca recibimos directrices de estilos o contenidos de parte de nadie, se valoraba la responsabilidad social, no la inclinación política, y eso fue muy saludable para mantener la independencia de nuestro trabajo”.

Los restos del naufrágio

Norte, de los Curacas. 1969.

Septiembre de 1973 sorprendió a Chile y al mundo con un golpe militar comandado por Augusto Pinochet. Si bien toda la producción artística y cultural asociada con el período de Allende fue censurada, la destrucción no pateó la puerta de la oficina de los Larrea, que conservan intactos todos los bocetos originales hasta hoy. Cien de esas piezas fueron recopiladas por el diseñador Eduardo Castillo en el libro Cartel chileno 1963-1973, publicado por Ediciones B Chile.

Además de la selección de las obras más significativas, Castillo es el autor del texto que funciona como un pantallazo del estado de cosas de aquel momento, donde ubica el verdadero nacimiento del diseño gráfico chileno. “Cuando estudié diseño en los ’90, noté que las universidades estaban ajenas a la tradición del afiche chileno de los ’70, pese a que ése fue el período fundacional del diseño gráfico en nuestro país, y pensé que era un legado que podía ser una motivación para las nuevas generaciones de diseñadores”, dice Castillo, descubriendo la intención que lo llevó a dejar plasmada la época de oro del afiche chileno en un libro.

Basta, de Quilapayun. 1969.

El trabajo de estos diseñadores fue básicamente artesanal, tenía como punto de partida el dibujo y en esa rusticidad radicó gran parte de su impacto. La intención estatal de valorar el trabajo humano encontró su resonancia en estos carteles que exaltaron la manualidad, los trazos gruesos y los colores alusivos a la identidad latinoamericana. Desplazando el criterio gráfico que imperó en Chile hasta entonces, basado en el estilo publicitario norteamericano y el cartelismo europeo, la cualidad de los Larrea fue transmitir mensajes que generaban una cercanía inaudita con sus receptores. Ese impacto en la ciudadanía se tradujo inmediatamente en el tiraje de los afiches, que pasó de 75 mil a 250 mil ejemplares; también se manifestó en algunas encuestas que revelaban, por ejemplo, que gracias a una campaña gráfica la atención sanitaria infantil había crecido de un 35 a un 80 por ciento.

Centro Cultural Pueblo. Vicente Larrea, 1971. Seriagrafía.

Otro de los principales aportes de los Larrea al período estuvo a cargo de Antonio y fue el uso del contratipo, que genera imágenes de alto contraste simplificadas mediante el rescate de ciertos detalles. La técnica guardada en la memoria colectiva con los recortados rasgos de Ernesto “Che” Guevara y resucitada por el esténcil tuvo por entonces en Chile su apogeo con los retratos de Allende primero, y luego de Augusto Pinochet. La foto de Víctor Jara fumándose un cigarrillo en alto contraste, los logos de Inti–Illimani y Quilapayún, o los afiches de la nacionalización del cobre son algunos de los hitos del diseño chileno que los hermanos Larrea crearon utilizando un código visual que se sigue reinventando.

Amigo cielo testigo, de Isabel Parra. 1972.

Con casi cuatro décadas de trabajo, la oficina de los Larrea fue acostumbrándose a hacer trabajos menos políticos y más comerciales. “Tuvimos que aprender a ser más empresarios y administradores, pero el pensamiento íntimo no cambió: no dejamos de hacer gráfica social y mantener esa actitud. En el Chile de hoy, eso es casi un lujo asiático.”

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Las ilustraciones cuadradas corresponden a tapas de vinilos. Este, Amanece el dia, de Angel Parra. 1972.
 
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