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Domingo, 25 de marzo de 2007

Cuando Walsh estaba en la tele

 Por José Pablo Feinmann

En 1984, en ATC, se daba un ciclo llamado “Cuentos para ver”. Eran adaptaciones de cuentos de autores argentinos hechas también por autores argentinos. Escritores que adaptaban a escritores. Tenían un elenco importante. Estaban Ricardo Darín, Arturo Maly, Inda Ledesma, Susú Pecoraro, Héctor Bidonde, todos así, buenos, eficaces actores. Una de las emisiones la dedicaron al cuento de Walsh “Esa mujer”. Lo adaptó Carlos Somigliana. Se abre una puerta y entra Darín. Dice: “Soy Walsh”. Walsh, luego, está en la sala del coronel, que le convida un whisky. Igual que en el cuento. Somigliana, con buen criterio dramático (que a él le sobraba), lleva la acción a otros ámbitos. Muestra la reunión en que le piden al coronel que se haga cargo del cadáver de “esa mujer”. Hay otros militares —de civil— en esa reunión. Uno propone tirar el cadáver al río. Otro, diluirlo en ácido. El coronel dice que la historia tiene importancia. Que no es posible quedar como monstruos ante ella. El que preside la reunión acuerda con él: “Hágase cargo”.

Arturo Maly hace la parte del coronel. Fuimos cercanos amigos con Arturo Maly. Escribí su necrológica en una contratapa de este diario. Se llamaba “Muerte de un gran actor desocupado”. Tres días antes de morir me había llamado para decirme que lo rajaban. Que no lo querían más en las tiras. Hacía años que se había colgado de las telenovelas. Incluso había viajado a Puerto Rico en busca de trabajo y, también ahí, había hecho telenovelas. Volvió y siguió haciéndolas. De tanto en tanto, una película. Una obra de teatro. Pero la tele le daba más guita. Y él quería vivir sin sobresaltos. Le gustaba lo que hacía y quería vivir de eso. Con los años, las partes que le tocaban y el deterioro de los sucesivos proyectos, siempre peores, progresivamente peores a partir de la menemización de la tele, lo fueron acostumbrando a no esperar nada bueno. A buscar lo bueno en otro lado: en el teatro, sobre todo. A veces, en el cine. Una noche estábamos comiendo. También estaba Patricio Contreras. Solíamos comer los tres. También Juan Cosín. “Club de Tobi”, le habíamos puesto a nuestro grupo de varones solitarios y conversadores. Tobi era, no hay por qué recordarlo, el amigo de la pequeña Lulú, una niñita de los dibujos animados y las revistas mejicanas de los cincuenta. Tobi y sus amiguitos se habían construido una cabañita y ahí se reunían. En la puerta de la cabañita, un cartel: “No se admiten mujeres”. Eran tiempos inocentes.

No sé cómo salió el tema. Creo que Patricio lo felicitó a Arturo por algo que había hecho en un unitario, en otra tira en que laburaba, y hacía de padre o de tío de alguna estrellita, que era, desde luego, la protagonista. Pero a Arturo siempre lo ponían porque daba lustre a la pavotada. También ponían a María Rosa Gallo. Una vez la escuché contar: “Los galancitos y las chicas no saben nada de actuación. ¡Pero se dan unos besos!”. Era ya pleno menemismo y la basura avanzaba, incontenible. Arturo le agradeció a Patricio y después, un poco sorpresivamente, dijo: “Yo hacía otras cosas en televisión”. Seguimos comiendo. Era una comida más. Nadie esperaba nada especial. Hablábamos de cine, de literatura o de política. Siempre puteábamos a Menem. Pero era una descarga inútil. Sabíamos que iba a ser eterno. O eso pensábamos, que es lo mismo. “Yo hice Walsh”, completó Arturo. Ahora sí: la cosa se puso pesada. Porque Arturo tenía los ojos con un brillo raro, como si tuviera lágrimas ahí, pero retenidas. Que no las quería largar, digo. “Yo hice ‘Esa mujer’”, dijo. “Hice el coronel”.

El coronel se hace cargo y busca el cadáver. El cadáver aparece sobre una larga mesa y uno no lo puede creer. Impresionante: es ella, es esa mujer. El coronel lo mira; la cámara se acerca a su cara. Arturo mira el cadáver y su máscara conmueve, está frente a la historia, frente al mito, frente a la reina de los humildes, del obrero que lo ayuda a clavar el cajón. “Ella hizo mucho por ustedes. Yo respeto las ideas. Yo la voy a enterrar como cristiana”, dice el coronel, que es Arturo. O sea, dice Arturo. Arturo tiene unas bolsas bajo los ojos, unas bolsas que ahora se le ven más que nunca porque soportan una mirada de piantado inconmensurable. El coronel está loco. Arturo también porque él es el coronel. Se le metió adentro y lo saca por los ojos, por el modo en que se para frente al ventanal, paranoico a rabiar, esperando, vigilando a los que, no duda, lo vigilan. Ya le pusieron una bomba y su hija quedó mal. Cuando Arturo se para junto al ventanal la cámara lo toma de perfil. Arturo alza la barbilla y hace un gesto desdeñoso con la boca. “Esos roñosos”, dice el coronel, dice Arturo, escribe Walsh. “Me llaman a cualquier hora. A las tres de la madrugada. A las cinco. Cambié tres veces de número de teléfono. Pero siempre lo averiguan.” El coronel suda. A Arturo le brilla la frente. Sigue bebiendo su whisky. Darín no se parece absolutamente en nada a Walsh, pero no importa. Tiene una dicción formidable, aquí, ya en 1984, cuando todavía no era “Darín”. Walsh le pregunta a Arturo: “¿El Viejo sabe?”. Arturo sonríe. Se le achican los ojos, muestra los dientes, gozoso o burlón. Arturo dice: “Cree que sabe”. Walsh se pone nervioso. Quiere el reportaje, fue para eso. Ahora, de pronto, Arturo está otra vez junto a ella, mirándola. Ella es perfecta. No sé cómo lo hicieron. Era 1984, no había efectos computarizados. No había nada. Las ganas de hacer un cuento de Walsh en la tele. Las ganas de que la tele no fuera solamente basura, una cloaca habitada por maleantes, por turritos de Arlt. Ella es tan perfecta que es ella. Ella es ella. Arturo la mira y tiene en los ojos un deslumbramiento, un metejón maligno. Se está enamorando de un cadáver. Walsh insiste: “Hay que escribirlo, publicarlo”. Arturo ni lo mira a Walsh. Se lo ve cansado, remoto. “Sí”, dice. “Algún día”. Algún día, se me ocurre, alguien hará algo con este material. Lo pulirá y, si tiene pelotas, lo va a pasar por Canal 7 para todo el país y todo el país va a ver qué tele se hacía en 1984, hace muchos años, cuando la democracia empezaba y todo iba a ser mejor. Cuando Somigliana adaptaba a Walsh, que se desespera cada vez más, que dice: “¿Dónde, coronel, dónde?”. Arturo, que se había sentado, se para. Qué actor, qué gran actor era Arturo Maly, y le hicieron hacer telenovelas y lo echaron porque tenía sesenta y dos años y le dijeron que estaba viejo y le dio un paro cardíaco en no sé qué hotel haciendo una gira con no sé qué obra. Ahora ni lo mira a Walsh. Lo ignora, se mete para adentro, se mira en su interior y nadie sabe qué ve. Pero casi seguro que la ve a ella, porque ella está ahí, se le hundió en las entrañas y lo está devorando, le come la cordura. Walsh piensa que si Arturo lo mira, que si el coronel lo mira, le va a preguntar: “¿Y usted quién es? ¿Qué hace aquí?”. Pero no. No se lo dice ni en el cuento de Walsh ni en la adaptación de Somigliana. Walsh, es cierto, cree que se lo va a decir pero no se lo dice. Arturo se aparta y queda abstraído, lejos. Walsh se va. Pero la voz de Arturo, como una revelación, lo alcanza. Porque el coronel, porque Arturo, simplemente, dice: “Es mía. Esa mujer es mía”.

—Puta madre —dice Arturo—, las cosas que hice en televisión y la mierda que hago ahora.

Sigue comiendo.

En pantalla

La adapatación de “Esa mujer” con Arturo Maly y Ricardo Darín se podrá ver en la muestra Rodolfo Walsh, 30 años después que el Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken organiza en el Centro Cultural Recoleta hasta el 6 de mayo.

El cronograma es el siguiente:

Viernes 20 y 27 de abril y 2 de mayo, a las 19: Operación Masacre (100’), de Jorge Cedrón. Dos peculiraridades: el guión fue escrito por el director junto con Walsh, y Julio Troxler, uno de los sobrevivientes de los fusilamientos de José León Suárez, se interpreta a sí mismo. Es uno de los pocos trabajos del cine de la resistencia que superó la clandestinidad teniendo estreno en salas comerciales.

Sábados 21 y 28 de abril y 5 de mayo, a las 19: Asesinato a distancia (103’), adaptación del cuento homónimo para la pantalla grande de Santiago Carlos Oves que presenta la historia de un millonario que invita a un investigador privado a pasar unas vacaciones en su estancia para que investigue el aparente suicidio de su hijo. El film, protagonizado por Héctor Alterio, Patricio Contreras, Fabián Vena y Laura Novoa, fue estrenado en 1998 y fue considerado una fiel adaptación de un relato policial clásico. El trabajo de Oves como adaptador recibió una nominación al Cóndor de Plata.

Domingos 22 y 29 de abril y 6 de mayo, a las 19: Esa mujer (43’), el unitario de Víctor Selandari realizado por ATC en 1984 con los protagónicos en manos de Ricardo Darín y Arturo Maly, e inédito desde su exhibición en pantalla chica; a las 19.50, Walsh escritor (32’), de Cristian Jure y, a las 20.30, el trabajo colectivo Fusilados, una historia de Rodolfo Walsh (15’), de Laura Ichart. Los dos últimos trabajos fueron el resultado de un taller dictado por David Blaustein en la Universidad de La Plata donde se invitó a los alumnos a filmar bajo la consigna “Hay un fusilado que vive”, la misma frase que llevó a Walsh a escribir Operación Masacre.

La muestra incluye fotografías tomadas a Walsh y material sobre las películas. Además, se podrá escuchar la voz de Walsh leyendo sus propios relatos.

Las películas se proyectarán entre el 20 de abril y el 6 de mayo, todos los viernes, sábados y domingos en el Microcine. La muestra puede visitarse de martes a viernes de 14 a 21, y sábados, domingos y feriados de 10 a 21, en el Espacio Literario. Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.

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Imagen: Casa de las Américas
 
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