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Domingo, 15 de septiembre de 2002

NOTA DE TAPA

El Viejo, la Historia y la Historieta

El próximo 24 de septiembre –y hasta el 13 de octubre–, la gran muestra Héroes colectivos en el Palais de Glace rendirá tributo a la vida, la obra y la ética de H.G. Oesterheld, autor de Sargento Kirk, El Eternauta, La guerra de los
Antartes y otras ficciones que consagraron definitivamente a la historieta como una de las Bellas Artes Proféticas argentinas. Curada por su nieto Martín, la exposición incluye materiales en video, gigantografías, fotos personales y un recorrido
exhaustivo del trabajo de Oesterheld, desaparecido por la dictadura militar en abril de 1977, cuando tenía 58 años. Radar evoca al Hombre que Amaba la Aventura en el testimonio de cinco escritores que aprendieron a amarla a la luz de su talento.

 Por Luis Bruschtein

El Viejo en una reunión conspirativa de muchachos en los ‘70 parecía salido de una historieta. En realidad, más que parecer, hacía historietas. En las historietas de Oesterheld, el que cuenta es casi como el que lee. Más en el caso de Ernie Pike. En otras, el que cuenta es el propio protagonista, como Juan Salvo cuando vuelve del futuro. En esas reuniones del Bloque Peronista de Prensa, la agrupación de la Juventud Trabajadora Peronista en el gremio de prensa, el Viejo que escribía historietas hacía que los demás nos sintiéramos en una historieta. En el grupo, donde estaban Mempo Giardinelli, Lía Levit, Ana Villa y otros compañeros, los demás discutían como jóvenes que se sentían protagonistas de una historia única, heroica, irrepetible, y el Viejo intervenía o escuchaba con una sonrisa cálida y asentía mientras fumaba su pipa.
Nosotros vivíamos una historia grandilocuente; él simplemente vivía. Tenía la ventaja de la edad, que nunca quisimos preguntarle para demostrar que no le dábamos importancia, pero que fue motivo de más de una especulación. Esa actitud suya, tan pancha, nos hacía sentir exagerados, por eso lo de la historieta. Lo recuerdo porque en las tiras de Oesterheld, el escritor, el protagonista y el lector arman un revoltijo, se mezclan, intercambian códigos, se identifican, están todos muy cerca. Y en esas reuniones a veces teníamos la sensación de que estábamos en una historieta.
Pero esa forma serena y discreta no lo hacía distante ni superado: era uno más, un joven con unos cuantos años más que el resto. En los plenarios era de los primeros en llegar, y participaba activamente en las manifestaciones con los demás trabajadores del gremio. En eso era más formal y más serio que los demás.
En esa época estaba escribiendo La guerra de los Antartes para la contratapa del diario Noticias. Era una trama de ciencia ficción sobre una invasión de extraterrestres que querían quedarse con Latinoamérica. Obviamente, el resto del mundo acataba la exigencia y los latinoamericanos quedábamos a merced de estos imperialistas extraplanetarios, por lo cual comenzaba la resistencia. La tira, de cinco o seis cuadros por día, era una metáfora sobre el proceso político argentino. Era divertido, porque mucho de lo que discutíamos en esas reuniones aparecía después camuflado en la lucha contra los Antartes. Nunca faltaba el que antes, durante o después le preguntaba cómo iba a terminar el capítulo. Y él contestaba que no podía decirlo, porque por disciplina siempre se olvidaba de los capítulos anteriores. Y para ese entonces estaba escribiendo dos o tres capítulos más adelante.
Yo siempre había sido lector de historietas, así que le tenía un respeto muy grande y, al igual que él, había abandonado la carrera de Ciencias Naturales. No éramos tan amigos –no nos veíamos tan seguido–, pero un día se llevó mi viejo microscopio de bronce para arreglarlo. Y recuerdo que había organizado un curso de guión para los compañeros. En alguna charla informal, fuera de las disquisiciones políticas o ideológicas más orgánicas, el Viejo explicó que su participación en la militancia se debía a su admiración por lo que estaba haciendo la juventud, esa generación de la que formaban parte sus hijas.
No idealizaba a los Montoneros ni tampoco a Perón, como hacían muchos jóvenes, pero lo fascinaba la entrega absoluta a un ideal de justicia y libertad que campeaba en esa juventud. Algo de él estaba en sus personajes, y algo de sus personajes estaba en muchos de los compañeros de esa generación.

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