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Domingo, 15 de septiembre de 2002

MúSICA 2

Todos juntos ahora

Los rituales en que se convertían sus recitales no tenían casi nada que envidiarle a la psicodelia británica. Combinaban riffs rockeros, instrumentos folklóricos e influencias de la música clásica. Se exiliaron en Argentina con el golpe en Chile y en Europa tras el golpe en Argentina. Hoy, cuando Soledad canta una versión lavada de su legendario himno “Todos juntos”, el compilado Obras cumbres consigue reunir en dos fascinantes discos 30 años de sonidos originales y novedosos grabados por esa rareza llamada Los Jaivas.

Por Marcelo Montolivo

Entre democracias inconclusas y obtusos golpes militares, el clima político en la Argentina a comienzos de los ‘70 cultiva una alta conciencia tercermundista. Los líderes revolucionarios Fidel Castro, Mao Tsé Tung y Che Guevara son los referentes sobre los que se construye un pensamiento que también impregna a las artes. Libros como Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano y películas como La Patagonia rebelde de Héctor Olivera traducen la especial vibración del momento. En lo musical, el rock local descubre los valores autóctonos del folklore, tan cuestionados a mediados de los ‘60 (momento de la irrupción del beat en Sudamérica) por su carácter rígido y conservador. De esta forma, artistas (hoy clásicos) como Arco Iris, León Gieco, Litto Nebbia y Roque Narvaja, junto a otros (olvidados por la historia oficial) como Horizonte, Miguel y Eugenio, Aucán, Gorrión y Contraluz, producen obras que combinan la habitual instrumentación rockera con bombos, sikus y charangos, recapturando rítmicas, armonías y estructuras habituales en zambas, carnavalitos, bagualas, chacareras y cuecas. Con estos elementos consiguen obras antológicas como Inti Raymi (Arco Iris) o Despertemos en América (Litto Nebbia), que inauguran un nuevo género al que la prensa especializada del momento llega a bautizar como “indo pop” (no olvidemos que canciones como “La savia verde” de Arco Iris, “A veces mi pueblo azul es gris” de León Gieco o “Indios sin prisión” de Contraluz sonaban insistentemente en las programaciones radiales de la época).
Dentro de este contexto “americanista”, en Chile se forman grupos como Congreso y Los Jaivas. Estos últimos, formados por los hermanos Eduardo, Claudio y Gabriel Parra, junto a Eduardo “Gato” Alquinta y Mario Mutis, venían tocando desde 1963 bajo el (no exento de humor) nombre de “High Bass”, inspirado en la diferencia de altura entre los tres altísimos Parra y sus compañeros. Al principio trabajan en bailes y fiestas, convirtiéndose en una de las bandas favoritas del circuito. El repertorio, compuesto por cha cha cha, bossa nova y boleros, se mantiene bastante alejado de la “nueva ola”. “A decir verdad, cuando llegaron Los Beatles no nos interesaron demasiado”, declaran. “De todas formas, la cultura que llegó con ellos comenzó a arrasarlo todo, y eso es lo que terminó enganchándonos. En 1968, la emancipación juvenil que acontece en todo el mundo nos inspira a profundizar en la creación, orientándonos hacia algo propio, con valor artístico.”
Así, la banda se sumerge en largas improvisaciones, que presentan por primera vez en la Universidad de Valparaíso, donde los estudiantes habían organizado una fiesta con decorados, luces y máscaras, suerte de primitivo happening, en donde el grupo encuentra un ambiente receptivo. “Al poco tiempo, la gente se acostumbró a ir con instrumentos a los shows, y era habitual que se sumaran con nosotros en las improvisaciones”, recuerdan. Cualquier semejanza con las estratosféricas reuniones en el club U.F.O. londinense (cuna de Pink Floyd y la psicodelia británica) no son pura coincidencia. Pero las facultades visionarias no terminan ahí, ya que por esos tiempos el tecladista Claudio Parra comienza a experimentar con un tocadiscos, al que hacía girar con la mano para producir sonidos extraños, variando las velocidades de reproducción, técnica que, años después, se conocería en la cultura hip hop como scratch.
“Las improvisaciones y la libertad total para crear nos llevaron a valorar las raíces latinoamericanas y a experimentar con instrumentos ancestrales. Empezamos a combinar estilos que parecían irreconciliables”, dicen.
En 1971, ya rebautizados como Los Jaivas (una castellanización de su antiguo nombre) graban y editan independientemente (sólo 500 copias en vinilo) el álbum El volantín, que consiste en un lado de improvisación absoluta y otro con canciones más formales. Este disco, que ha permanecido como un mito durante años, será editado en cd en poco tiempo. Después de conseguir un contrato con la RCA (hoy BMG) chilena, lanzan La ventana (1973), su primer disco de tirada razonable, que se convierte en un éxito arrollador en Chile, principalmente gracias al tema “Todos juntos”, que pasa a convertirse en una suerte de himno. Pero no todas fueron alegrías, ya que el 11 de septiembre de 1973 irrumpe en Chile la dictadura de Pinochet, consiguiendo que el grupo emigre automáticamente a la Argentina, cargados con instrumentos, mujeres e hijos. Con barbas, bigotes, largos pelos y túnicas de motivos indígenas, Los Jaivas parecen una tribu de aborígenes psicodélicos llegando desde un extraño planeta precolombino. Se insertan en el medio rockero local brindando shows ardorosos. Suerte de ritual ancestral, el clima que consiguen siempre culmina en euforia general y un particular sentimiento de hermandad. El sonido combina elementos rockeros (riffs, solos de guitarra con distorsionador, un baterista enardecido), claras raíces folklóricas (los ritmos autóctonos, instrumentos como tarkas, zampoñas, trutrucas, bombos, flautas, güiros, ocarinas), poesía transparente y emotiva (“Mira niñita, te voy a llevar a ver la luna brillando en el mar”) e influencias de música clásica (las armonías, los arreglos con cambios de tiempos). Consiguen contrato con la EMI argentina y editan dos álbumes mágicos (El indio y Canción del Sur), pero el golpe militar que destituye a Isabel Perón el 24 de marzo de 1976 los lleva a emigrar nuevamente, esta vez rumbo a Europa.
Instalados en Francia, y realizando giras por el país y el resto del continente (sobre todo España), consiguen formarse un circuito de trabajo. Con esporádicas visitas a Chile y Argentina, siguen editando álbumes como Alturas de Machu Picchu (donde musicalizan poemas de Pablo Neruda y que inspira la filmación de un documental en las ruinas peruanas). El golpe fatal llega en 1988 cuando, en un accidente automovilístico en Perú, muere (a los 40 años) el baterista Claudio Parra, dejando al grupo a la deriva durante bastante tiempo. Tras probar con varios reemplazantes, en el ‘95 consiguen que Juanita (hija de Claudio) ocupe el lugar de su padre. Con esta formación, ese mismo año lanzan Hijos de la Tierra, un disco con el que recuperan la potencia creativa de sus mejores momentos. Continúan moviéndose entre Sudamérica y Europa, continúan editando álbumes (Trilogía: El reencuentro en 1997, Mamalluca en 1999 y Arrebol en 2001), hasta llegar a Obras cumbres (a diferencia de los anteriores, publicado en nuestro país), compilado que contiene temas de cada álbum que han editado, ordenados en forma cronológica. Algo que ha demandado arduo trabajo de licencias (tienen discos desperdigados en infinidad de sellos diferentes) y que exhibe una prolijidad histórica poco habitual. Perfecto artefacto para introducirse en la obra de una de las bandas más originales de Latinoamérica, justo en estos momentos de agitación, tensión, postergación, reflexión y, por qué no, una nueva “americanización” (la tercermundista, no la otra).

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