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Domingo, 22 de septiembre de 2002

PERSONAJES

Al frente y de perfil

Fue escritor, político, diplomático, viajero y un coleccionista que acaparaba desde reliquias griegas hasta un diente de Voltaire, algunos pelos del bigote de Enrique IV o los supuestos huesos del Cid. Pero, por sobre todo, Dominique Vivant Denon fue el dibujante que acompañó a Napoleón en su campaña a Egipto. Ahí, lejos del burócrata diletante que había sido hasta entonces, demostró ser un soldado temerario que, entre cañones y mosquetes, realizó una serie de bosquejos de tumbas, templos y monumentos que bien puede considerarse el nacimiento de la egiptología.

Por Martín Paz

La impresión inicial que produjo la civilización del Antiguo Egipto en Dominique Vivant Denon fue la de algo aberrante. Cuando en setiembre de 1798, en una de las primeras misiones como integrante de una comitiva del ejército napoleónico, visitó la Esfinge en la meseta de Gizah, su reflexión fue “es difícil decidirse sobre qué es más asombroso, si la tiránica demencia de quienes se atrevieron a construir estos monumentos o la estúpida obediencia de quienes consintieron en hacerlo”. Hacer referencia al eurocentrismo de la apreciación es innecesario, pero no deja de sorprender en el contexto de una campaña que desplazaba a cientos de miles de soldados por Europa y Africa, y a poco más de un lustro del festival de delación y civilizadas cabezas rodantes en el que había devenido la Revolución Francesa. Ya no se trata simplemente de la errónea aplicación de un retrovalor sino que, con semejante afirmación, el ilustrador de Napoleón ve el grano de arena en el ojo ajeno y no la pirámide en el propio. Uno de sus dibujos refleja esa situación de los primeros días: Denon, subido a la cima de la Esfinge, intenta establecer sus dimensiones con la ayuda de algunos colaboradores. Unos porteadores egipcios, que en esta ocasión no merecen ninguna calificación por parte del artista, esperan pacientemente. En un segundo plano, completa la imagen, el complejo funerario del faraón Khefren.
Denon no era necio. Era un hombre de principios firmes que tan sólo un par de semanas más tarde había sido cautivado para siempre. Con la misma rapidez que lo había rechazado, ahora Egipto es el cenit de las creaciones humanas al punto de llevarlo a decir “ya no tengo dudas al respecto: los griegos no inventaron nada, ni produjeron nada más valioso”.

UN HOMBRE DE SU TIEMPO
Personalidad de aspectos múltiples, Denon fue político, diplomático, viajero, escritor, artista y coleccionista, pero por sobre todo cortesano. Nació en 1747 en Chalon-sur-Saone, en el seno de una familia de la baja nobleza. Luego de estudiar en Lyon, antes de cumplir veinte años viajó a París, donde se instaló y rápidamente se integró al círculo de pintores y escritores diletantes de la ciudad. Frecuentó el atellier de Boucher, quien ya era un pintor reconocido y llegó a publicar una novela, Point de lendemain (Sin mañana), en la que narra, francés al fin, las aventuras de un libertino en una noche de vigilia.
El mandato familiar esperaba que hiciera carrera en la magistratura o en el ejército. Poco interesado en el destino que se le había asignado, Dominique pasaba los días escribiendo pequeñas obras de teatro más o menos intrascendentes y buscando un protector entre los personajes importantes de la corona. Gracias a su carisma y a su tenacidad –se habla de un plan por el que todos los días se interponía en el camino del rey–, Dominique llegó a ser protegido de Luis XV. Así comenzó una carrera en el funcionariado que se extenderá hasta sus últimos días. A la muerte del rey se integró al servicio diplomático cumpliendo funciones primero en Suiza y luego en Nápoles, ciudad en la que permanece entre los años 1778 y 1785. De esta época data una gran cantidad de dibujos y grabados que reflejan sus grandes pasiones: los viajes, el arte clásico y las mujeres. En el primer rubro podemos incluir los paisajes que ilustran el libro del abad de Saint-Nom, Viaje pintoresco a Nápoles y Sicilia. En el último, la serie de grabados picarescos titulado La belle napolitaine, en los que la modelo, una amante del autor, se levanta el vestido descubriendo las nalgas o el pubis en una actitud de ingenua inmoralidad.
Denon fue también un coleccionista voraz e indiscriminado. Una muestra recientemente realizada en el Museo del Louvre expuso un ilustrativo catálogo de sus pertenencias: antigüedades egipcias, griegas y romanas, cuadros de Fra Angelico y dibujos de Rembrandt o Durero junto concachivaches necrofílicos como un diente de Voltaire, algunos pelos del bigote de Enrique IV o los huesos del Cid.

LA INVENCION DE EGIPTO
Cuando supo que Napoleón estaba reclutando artistas, científicos e intelectuales para su campaña a Egipto, Denon apeló a sus relaciones en el círculo del emperador para asegurarse un lugar en el contingente. Así, a los 51 años inició la acción más trascendente de su vida. El viaje fue una revelación en más de un sentido. El burócrata que había eludido la vida militar en su larga carrera, al principio al servicio del Antiguo Régimen, más tarde durante el Imperio, demostró ser un soldado temerario. Sin rechazar los lugares de vanguardia en el combate –los testimonios señalan que peleaba sin vacilaciones y con entusiasmo junto a sus jóvenes compañeros–, tuvo tiempo para, entre las detonaciones de los cañones y el crepitar de los mosquetes, realizar gran parte de sus bosquejos de tumbas, templos y monumentos.
En 1802, cuatro años más tarde, ya de vuelta en Francia, ordenó sus notas y sus dibujos en una especie de libro de memorias que llamó Viaje al Bajo y Alto Egipto durante las campañas del general Bonaparte. El éxito de la publicación fue inmediato y lo convirtió en un personaje de una extraordinaria popularidad y prestigio. Napoleón, impresionado por la repercusión de la obra, y en beneficio de la propaganda de su campaña, lo nombró director del Museo Central de las Artes, que cambió su nombre por el de Museo Napoleón y hoy en día es el Museo del Louvre. Un grabado de 1810, perteneciente a su amigo Benjamin Zix, lo retrata en una de las imágenes más famosas: un atareadísimo Dominique Vivant Denon trabajando en un imaginario depósito del museo, rodeado de ejemplares de su obra, estatuas clásicas y egipcias, un obelisco y un busto de Napoleón. El retrato no tiene título pero bien podría llamarse “El nacimiento de la egiptología”.

PASION DE MULTITUDES
Las noticias egipcias difundidas por Denon, junto con los primeros traslados de piezas a París, desencadenaron una curiosidad popular nunca antes suscitada y que alcanza a nuestros días. Sólo basta ver en los calendarios de varios de los museos más importantes del mundo el lugar de privilegio que obtuvieron las muestras dedicadas al Antiguo Egipto. A la ya mencionada sobre la obra y las colecciones de Denon, realizada en el Louvre en el año 2000, podemos añadir la que el British Museum dedicó a la reina Cleopatra en el 2001 y “La búsqueda de la inmortalidad: tesoros del Antiguo Egipto” exhibida recientemente en la National Gallery de Washington. El impulso provocado por Denon generó también un gran interés en el ámbito académico. Un par de décadas después de la publicación de Voyages... Champollion, un joven investigador, descifró los jeroglíficos de la piedra de Roseta. Auguste Marriete, la otra gran figura de la egiptología del siglo XIX, realizó nuevos descubrimientos en territorio egipcio y desarrolló una tarea monumental en la clasificación de piezas arqueológicas y en contra del saqueo del patrimonio.
Sin embargo, el porqué de la atracción de las antigüedades egipcias parece tener menos relación con el trabajo riguroso de los investigadores que con el lugar que pasó a ocupar lo exótico en el imaginario popular del siglo XIX. En la antigüedad las relaciones con Egipto eran fluidas. Los griegos los respetaban y sintieron su influencia en aspectos tales como la arquitectura, la religión y la ciencia. Luego fue provincia romana durante el Imperio. El culebrón sobre las relaciones de Cleopatra, primero con Julio César, luego con Marco Antonio, formaba parte de los relatos populares. Pero esta cercanía se fue perdiendo con los siglos y cuando reaparece en la era moderna, lo hace detrás de un extraño velo de misterio en el que quizá resida su irresistible atracción. La complejidad y bellezade su sistema de escritura, el romanticismo del proceso de desciframiento, la sofisticación del culto funerario y, naturalmente, sus construcciones monumentales produjeron un fenómeno de marketing único. El mismo que aún hoy provoca amontonamientos y empujones entre aficionados y neófitos en las salas de los museos y que presta sus momias para alguna película de cine bizarro, cuando Hollywood las necesita. En este aspecto mucho ha tenido que ver aquella lejana publicación de unas notas tomadas en el campo de batalla.

ME LLEVA HASTA EL OBELISCO
En las décadas que sucedieron al redescubrimiento de la civilización de los faraones, los egipcios estuvieron convencidos de que estaban estafando a los europeos que pagaban en moneda por piezas tan insólitas como rollos de papiro o momias de animales. Las primeras polémicas sobre la depredación o conservación de los sitios arqueológicos del Tercer Mundo también datan de esta fecha. Discusión que sigue vigente en los países centrales y que, recientemente, ha sido reavivada por episodios como la voladura de los Budas de Bamiyan o el reclamo de Irak para que el British Museum restituya a su sitio de origen las piezas de la cultura asiria. La arqueología y la antropología, como se sabe, son disciplinas que surgieron a la sombra de la expansión colonial. Una de las situaciones más siniestras que enfrentaban los etnógrafos, en el desarrollo de su actividad, es lo que técnicamente se denomina contacto. Este primer acercamiento a una etnia para su estudio algunas veces es fortuito, otras requiere meses de acecho y paciente espera. Paradójicamente, el éxito del contacto, que permite el conocimiento del nuevo grupo humano, asegura la muerte de un porcentaje, que en ocasiones puede ser muy elevado, de sus integrantes por la falta de defensas ante nuevas enfermedades. Algunos bellos dibujos de Dominique Vivant Denon provocan un sentimiento de profanación equivalente. Uno de ellos es el que plasma para siempre la majestuosa entrada del Templo de Luxor, dedicado al dios Amón, deidad suprema de Egipto. En un primer plano, dos obeliscos colmados de inscripciones bordean el amplio corredor. Alejándose, en la misma línea, dos estatuas colosales del faraón Ramsés II custodian la entrada al templo. El dibujo de Denon fue probablemente la primera imagen tomada del templo erigido 1300 años antes de Cristo. También fue la última. Pocos años más tarde las dos estatuas y uno de los obeliscos fueron trasladados a París.

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