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Domingo, 2 de marzo de 2008

TELEVISIóN > TODA LA SAGA DE MARTES 13 POR CABLE

El monstruo sin alma

En los años ’80, el vengador Jason de Martes 13 –un niño muerto de tamaño adulto, detalle macabro que pocos recuerdan– representó al asesino sin psicología, vacío, a diferencia de otros personajes más completos, como Freddy Krueger o Mike Myers. Mataba a parejas, adolescentes y vagos. Acompañó como ningún otro engendro al gobierno de Reagan y anticipó la era del castigo al ocio que caracteriza al nuevo milenio occidental. Ahora su larga saga llega completa a la tevé: un verdadero atracón de sangre y cultura pop.

 Por Hugo Salas

En 1980 Martes 13, una película menor, de bajo presupuesto, tuvo un inesperado éxito de público. La clave no residía en lo vagamente sorpresivo de su trama –una serie de crímenes cometidos en un campamento por (esto recién se develaba hacia el final) la dolida y desquiciada madre de un niño fallecido tiempo atrás merced al descuido de los adolescentes a cargo–; tampoco en el hallazgo de una atmósfera inusitada, como sí había sido del caso de la irreprochable antecesora The Texas Chainsaw Massacre (1974), influencia que este éxito seguía –hay que decirlo– con muy pocas luces, sino claramente en la errática (y muy explícita) sucesión de homicidios apenas hilvanada en el transcurso de sus 95 minutos. A diferencia de Halloween (1978), su ritmo no daba tiempo de establecer ninguna empatía con las víctimas ni tampoco con el asesino, cuya identidad se desconocía hasta el final (quienes sostienen que el cine ha tomado de los videojuegos una lógica sostenida en la aniquilación sucesiva de personajes, tal vez olvidan esta película y sus secuelas, y tantas otras más).

Pero justamente sería recién en el transcurso de la serie donde una aparición apenas insinuada en aquella primera entrega tomaría literalmente cuerpo dentro del imaginario colectivo, un personaje tan indispensable para comprender la cultura de masas de los ’80 como Rambo o Rocky Balboa (eso sí, muy lejos de su rancio nacionalismo): el impertérrito Jason Voorhees. En efecto, de Martes 13 II (1981) en adelante, es el cadáver del propio niño ahogado en las aguas del lago Cristal, mezcla de zombie y fantasma sin especificar, el que lleva adelante la venganza con un estilo mucho más impersonal, desapasionado y quizá por ello más efectivo que su madre.

Si bien es un niño, su cadáver adopta una escala literalmente monstruosa, enorme. Jason es un gigante, un infante hipertrófico (o meramente hinchado por el agua), dotado de una fuerza sobrenatural e inexplicable. Lo que caracteriza su singularidad, sin embargo, es su absoluta carencia de algo así como una psicología: ni antes ni después habrá monstruos tan nihilistas, tan vacíos (incluso Freddy tiene una “biografía clínica” más desarrollada). Su máscara, a diferencia de la de Michael Myers (el asesino de Halloween), no está allí para esconder un rostro, para proteger o desdibujar una identidad, sino para que exista alguna, en tanto el plástico blanco cubre una masa informe plagada de gusanos, haciendo de él uno de los pocos engendros verdaderamente sin alma de la historia de la cultura (la antítesis perfecta de la criatura, demasiado humana, engendrada por Víctor Frankenstein).

Sin embargo, hay que repetirlo, es un niño, y por ello mismo será otro niño el único capaz de vencerlo –si bien transitoriamente– en la cuarta entrega de la serie, subtitulada (aviesamente) El capítulo final (1984). A fin de cuentas, Martes 13 fue uno de los primeros productos cinematográficos mayormente dirigidos al público adolescente (eso que hoy constituye prácticamente la norma de Hollywood), y si se tiene en cuenta que coincide con la difusión masiva de las videocaseteras, también para un público de púberes que comienza a consumir terror –y cine en general– no en las salas cinematográficas sino en reuniones de amigos, en sus casas, a veces a escondidas de sus padres. Las prácticas asociadas al género, que luego se encargará de parodiar Scream (1996), son inseparables de esta saga (y de otros productos mucho menos dignos).

Pero en Martes 13, todavía, no había nada de humor, a diferencia de lo que comenzó a ocurrir poco después, a partir de 1984, con las sucesivas pesadillas de Freddy. Jason no es un perverso que se divierte ni un vengador egoísta (ya se dijo, carece de psicología), sino más bien una fuerza punitiva de la “naturaleza”, o de cierta moral convertida en una segunda naturaleza. Castigaba, como se ha dicho hasta el hartazgo, las relaciones sexuales extramatrimoniales, pero ante todo –detalle nada menor en la era Reagan– la falta de responsabilidad ante una determinada tarea, valga decir trabajo (así en la III, por ejemplo, Jason enfrenta a una banda de motoqueros, uno de los pocos “residuos” de los ’70 por aquella época).

Paradójicamente, esta moralina escenificaba, sin querer queriendo, la progresiva invasión del espacio del ocio (el campamento, el lago), del placer, por el zombie inhumano y desalmado de la responsabilidad. Así, por medio de lo que puede considerarse un terror típico de la adolescencia, Martes 13 anunciaba, a viva voz, una circunstancia infinitamente más aterradora: ese peculiar inicio de la sobreexplotación laboral que no ha cesado de intensificarse desde aquel entonces hasta nuestros días. Y todo ello, por si fuera poco, en nombre de la protección y el cuidado de los niños, el hogar y la familia.

Durante 2008, la señal de cable Space emitirá
todas las entregas de la saga de Jason Voorhees.
El ciclo comenzará en marzo con la emisión, siempre a las 22, de Martes 13 II el viernes 7, Martes 13 III el 14, Martes 13 IV: el capítulo final
el 21 y Martes 13 V: un nuevo comienzo el 28.

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