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Domingo, 27 de octubre de 2002

MúSICA

Lobo suelto

Los Redondos finalmente se tomaron un año sabático, y el primer resultado de esa decisión es A través del mar de los Sargazos, el debut solista de Skay Beilinson. Con esa excusa, Skay se sentó a charlar con Radar y repasó los momentos menos conocidos de su vida: la vida antes de Patricio Rey, el viaje iniciático a Europa como temprano premio por sus habilidades en la guitarra, su aterrizaje en el convulsionado París de 1968, sus noches en un Londres psicodélico deslumbrado por los sonidos de Hendrix y Pink Floyd, el paso por una comunidad hippie recorriendo lugares inhóspitos y procurándose el sustento cazando con arco y flecha, y los recordados “Lozanazos”, aquellas ceremonias dionisíacas en pleno terror de la dictadura militar que marcan el comienzo de los Redondos.

POR CLAUDIO KLEIMAN

Si George Harrison era “el Beatle callado”, Skay Beilinson bien podría ser “el Redondo silencioso”. Sus modales de caballero, el fuego de su mirada son las maneras que asume este capricorniano de 50 años para deslizarse por la vida de una forma leve, casi ingrávida, pero dejando huellas a su paso.
Ahora, luego de 25 años al comando de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota –una banda que marcó a fuego la historia del rock en Argentina y que se convirtió en un fenómeno masivo sin precedentes, con profundas derivaciones en el terreno social–, acaba de editar su primer disco como solista. A través del mar de los Sargazos, que así se llama, recorre su universo musical en una travesía de hermosas canciones que van conformando una fábula abierta a la interpretación. Puede ser visto como un viaje a través de su historia personal, como una historia de ficción, como una fábula sobre la realidad. Lo que no es materia de interpretación es la excelencia musical que recorre este trabajo, uno de los muy pocos remarcables aparecidos este año en el rock vernáculo.
A lo largo de varias charlas en su casa de Palermo, hablamos en extenso con Skay y Poli, su compañera en la vida y en la música –que en la historia redonda aparecía como “ingeniera psíquica” y en los créditos del disco como “ondina curadora”–, sobre cuestiones que tienen que ver con esta nueva etapa, el álbum, los Redondos, el arte y otras nimiedades.

ATRAVESANDO EL MAR
¿Como aparece la idea de hacer un disco solista?
–Arranca cuando decidimos tomarnos el “año sabático” de los Redondos. Hacía muchos años que veníamos tocando juntos, necesitábamos algunas novedades en nuestra música y en nuestras vidas. En ese momento me planteé qué iba a hacer durante este tiempo, empecé a ver todas las canciones que tenía, y me dieron ganas de entrar a grabarlas. La primera complicación aparece cuando no tengo al Indio para la parte de las letras y para cantar. Con los Redondos, yo a veces escribía letras para los temas, pero lo hacía de un tirón, y cuando las leía al día siguiente no me gustaban. Entonces pensé trabajarlas de la misma manera que lo hago con la música: cuando compongo un tema, lo vuelvo a trabajar, lo cambio de ritmo, de tonalidad, le busco las mil variantes posibles. Y empecé a hacer eso con las letras: un día rescataba una frase, la revisaba al día siguiente, iba reescribiendo, corrigiendo.
¿Y cómo fue ese proceso: laborioso, placentero, accidentado?
–Fue casi un descubrimiento, porque como no era un ejercicio al que estuviera acostumbrado, me resultó una novedad. Empecé a anotar en un cuaderno cosas que se me ocurrían, o que leía, o escuchaba por ahí. Poli me ayudó muchísimo, porque ella es una gran contadora de historias, y éstas me sirvieron de inspiración para varias canciones. Otras veces sucedía al revés, como en “Lágrimas y cenizas”: yo le tocaba un tema y ella me decía qué le sugería, entonces me ponía a anotar. Luego hay que trabajar con la métrica y la sonoridad de las palabras, porque la canción tiene que sonar, las palabras tienen que tener un determinado ritmo.
¿Hubo discos o lecturas específicas que operaran como disparador, como inspiración?
–En realidad, no. Cuando hicimos esta impasse con los Redondos, pensé: “¿Qué temas tengo ganas de hacer?”. De movida, tenía un montón que me gustaban y no entraban en un disco de los Redondos, porque al componer los dos, siempre hay mucho material, y una parte importante queda afuera. Hay algunos que tienen como ocho años, readaptados a mi cabeza de hoy, y otros más actuales. Tampoco sabía si esto iba a ser un disco, así que lo primero que hice fue tomar esos demos y darles estructura de canción: ponerles letra, cantarlos y hacerlos bien. En marzo ya tenía doce o trece canciones armadas y quise grabarlas; para eso busqué una estructura que no estuviese relacionada con los Redondos: otro técnico, otros músicos, otra manera de grabar. Me gustó lo que estaba pasando y, cuando me quise dar cuenta, el disco estaba terminado y a punto de editarse.
Cuando decís que buscabas otros músicos, otro entorno, ¿era porque querías diferenciarte de lo que venías haciendo?
–Quería probar otras cosas, y Poli me alentó a que buscara músicos a los que yo admirara, y que trabajaran en el estudio velozmente, a mi ritmo, porque con los Redondos a veces la cosa se tornaba muy laboriosa. Encaramos una grabación intimista y laburamos con un ritmo de cinco horas por día, sin exigirnos más, y las sesiones resultaron muy rendidoras. La idea era encarar la cosa en forma sencilla, sin volverse loco buscando veinte micrófonos para sacar un sonido de viola.
Supongo que la idea era conseguir un sonido de banda, sin demasiada tecnología, con guitarras, bajo, batería y algunos teclados para colorear.
–Exactamente. Una vez que estuvo toda la torta armada con el Pro Tools, me di cuenta de que era momento de buscar un baterista y un bajista, porque una batería legítima y un bajo bien tocado enriquecen muchísimo. Ahí convoqué al Negro Colombres y a Dani Castro para armar la base, y me llevé una gran sorpresa. Escucharon el tema una vez, y a la segunda ya lo estaban tocando perfecto. Como invitados estuvieron Patán Vidal en piano y Sebastián Schachtel en acordeón. Y después hay algunas cosas que suenan como vientos, tocados con la guitarra sintetizada, que tiene la ventaja, para alguien como yo que no toca teclados, de que podés disparar desde sonidos de órgano hasta algunos trombones.
Aun cuando te rodeaste de otra gente, me parece positivo que no hayas buscado diferenciarte de los Redondos, en el sentido de decir “voy a hacer algo totalmente distinto”.
–Es que no puedo, porque en todas las composiciones hemos estado el Indio y yo, y ahí se nota mi manera de entender la música, de sentirla. Yo no estoy rayado con los Redondos en absoluto, simplemente que al no tenerlo al Indio como socio compositor en todo esto, me encontré haciéndolo solo, sin la presión de tener que estar a la altura de los Redondos. En este año sabático, me liberé de Patricio Rey, me lo saqué de la cabeza.
El disco tiene un pulso muy humano, mientras que en los últimos de los Redondos había una mayor orientación hacia la parte tecnológica. ¿Podríamos decir que eso era algo que venía principalmente del Indio?
–No necesariamente, pero es algo que yo hace tiempo que quería hacer, me lo debía. El Indio a veces traía propuestas que abarcaban toda esta inclusión de la tecnología, mientras yo, por otro lado, también estaba queriendo incluir cosas con tracción a sangre, más cercanas al pulso humano. Por ejemplo, en el último de los Redondos, Momo Sampler, hay temas como “Pool, averna y papusa”, que yo quería meter, porque sentía como que todo estaba demasiado cargado de lo tecnológico.
¿Qué fue lo que más te costó de todo esto?
–Vencer los miedos. Principalmente el miedo a cantar, que fue lo más difícil, y también las letras. Una cosa es cantar en un asado con una guitarra y otra, ponerte delante de un micrófono, y que tanto la letra como lo que vos cantes estén a la altura del tema que ambicionás.
Vos cantabas al comienzo de los Redondos, y en tus grupos anteriores.
–Exacto, pero en esa época no grabábamos, y una cosa es cantar en vivo, que cuando terminás de tocar te olvidaste, y otra cuando vas a grabar y lo tenés que escuchar al día siguiente. Hay gente que tiene lindos timbres de voz, como Miguel Cantilo, Vicentico, El Indio, pero mi voz no me parece tan interesante, entonces busqué producirla, deformarla un poco, pasarla por una distorsión, como para que me enamore un poco más.
¿Te parece que hay como una historia que puede configurarse a través del disco?
–El otro día hablando con el Mono (Rocambole) acerca de cuál era el punto de unidad de todo esto, él me dijo una frase: “Entre el sarcasmo y la pasión”. Yo tenía otra de unos gitanos, que decían: “Los buenos trapecistas toman sopa de lince”. O: “puchero kermesse”. Pero terminó siendo A través del mar de los Sargazos, que es un mar que está cerca de las islas Bermudas y que se cubría de algas en determinada época del año, entonces los barcos quedaban varados, veían la tierra pero no podían moverse de ahí. A partir de eso se crea el mito, o la leyenda, porque los marineros pensaban que aparecían monstruos que se devoraban las embarcaciones. Es un lugar muy difícil de transitar y sólo lo podían relatar aquellos que habían logrado atravesarlo.
El disco se compuso y se grabó durante un período de mucha ebullición social y política. ¿Pensás que eso se infiltró de alguna manera?
–Supongo que sí, aunque a uno le resulta difícil tener en claro hasta qué punto y de qué manera. Yo creo que las épocas de crisis te paralizan o te movilizan. A mí, hasta ahora, siempre me han movilizado.

EL “AÑO SABáTICO”
Hace rato que se venía hablando de la separación de los Redondos. Sin embargo, su propia determinación hacía que siempre hubiera un nuevo disco, un nuevo concierto. Aún ahora, Skay se refiere a este momento como “el cierre de un capítulo”, y avizora nuevas historias aún por escribirse. Cuando habla del Indio, siempre lo hace con enorme respeto. Una cosa que no dice –aunque da a entender– es que los Redondos necesitaban desmitificar su propio lugar en la historia para no seguir cargando con un peso difícil de sobrellevar. Después de todo, ellos son músicos que se juntaron para hacer una banda de rock, y es de suponer que no les resultaba demasiado agradable, a la hora de planear un concierto, juntarse durante meses para planificar los movimientos de todo un ejército de seguridad, en vez de dedicarse a cuestiones relacionadas con lo artístico.
¿Cómo llegan el Indio y vos a la decisión de tomarse el “año sabático”?
–Estábamos necesitando un cambio. Los Redondos somos una muy buena banda, pero terminó siendo una estructura demasiado absorbente, necesitábamos un aire de libertad. Se había vuelto medio mastodóntico, en el mejor de los casos podíamos hacer dos recitales por año. Coincidió con que justo el Indio tuvo su hijo y también quería un tiempo para dedicarse a su familia, y qué mejor que tomar un poco de distancia, un poco de aire: eso es el famoso “año sabático”. Si no, parecería que uno está repitiendo fórmulas, repitiendo actos. Yo quería sorprenderme; después de tantos años de tocar con los mismos músicos, se llega a tornar rutinario, previsible.
¿Y qué va a pasar con los demás músicos?
–No lo sé. Cuando nos juntemos de nuevo veremos si serán ellos, si serán otros, si seremos un dúo, o qué será.
¿Influyó también la realidad, en el sentido de que hacer un recital de los Redondos se tornaba cada vez más difícil por los disturbios que se armaban, a lo que se sumó una realidad explosiva?
–Exacto, eso fue otro de los determinantes, porque se nos estaba haciendo cada vez más difícil tocar. Los últimos shows que hicimos en Córdoba y en Uruguay fueron impecables, no pasó nada, pero estábamos por hacer Santa Fe y se veía venir lo que terminó siendo el famoso 20 de diciembre. Por suerte habíamos decidido parar y no hacerlo.
¿Entonces hay una parte del público de los Redondos que tuvo responsabilidad en esta momentánea separación?
–Yo no diría que es el público de los Redondos, que va a disfrutar del show y de la fiesta, sino lo que atrae cualquier manifestación multitudinaria. Cuando se mueve mucha gente aparecen los pungas, y un montón de gente que va a armar quilombo, y es lo que arruina la fiesta. El público de los Redondos, al contrario, siempre estuvo a favor de que el evento suceda.
Siempre se habló de la posibilidad de una mano negra detrás de los disturbios, gente mandada a provocar desórdenes.
–Hay algunos indicios que indicarían que eso puede ser, pero nunca tuvimos la certeza. Es probable.
(Poli tiene algunas historias terribles para contar acerca de esto, pero ha decidido no abrir la boca por ahora, al menos públicamente. Simplemente dice que “el público de los Redondos va a manifestar una situación única de libertad, entonces hay gente que va a aprovechar eso y a especular con otras propuestas”.)
También se publicaron cosas acerca de una discusión muy fuerte entre vos, Poli y el Indio. ¿Hay algo de cierto en eso?
–Nada que ver. De los Redondos se ha dicho de todo: que habíamos comprado un teatro, que el Indio tenía sida, que nos íbamos a vivir a España; ésta es otra más de las barbaridades que se han publicado.
¿Después que decidieron parar, se han mantenido en contacto con el Indio?
–No, somos muy respetuosos del sabbath (risas), así que no nos hemos visto ni hablado. Yo lo que siento es que terminó un capítulo de los Redondos, no toda la historia. Ya han pasado otros capítulos: el primero sería como la protohistoria, después viene la primera época de los Redondos, con diferentes formaciones. Un capítulo nuevo es cuando venimos a instalarnos a Buenos Aires, y empieza la época de los pubs. Luego empezamos a grabar, y ése es otro capítulo. Más adelante pasamos a tocar en lugares más grandes y después vienen los estadios. Otro capítulo es cuando empezamos las movidas por el interior y el último fueron estos tres discos aggiornándonos con la tecnología. Siento que necesitamos reencontrarnos renovados, después de un tiempo en que nos haya pasado algo interesante en nuestras vidas, para volver a escribir un nuevo capítulo.

LA PROTOHISTORIA
Justamente, el primer capítulo de los Redondos y la época anterior, que Skay denomina –acertadamente– como la protohistoria, es el menos conocido por el público y la prensa. Pero su vida siempre estuvo poblada de acontecimientos extraordinarios. Desde un viaje a Sudáfrica que derivó en otro a Europa como temprano premio por sus habilidades en la guitarra, hasta su aterrizaje en el convulsionado París de 1968 y en un Londres psicodélico deslumbrado por los sonidos de Hendrix y Pink Floyd. También su paso por una comunidad hippie con gente de La Plata, recorriendo lugares inhóspitos donde estaban obligados a procurarse el sustento cazando con arco y flecha, y los recordados “Lozanazos” que marcan el comienzo de los Redondos, ceremonias dionisíacas en pleno terror de la dictadura militar, con un “sultán mumificente” que repartía buñuelos entre el público (“los auténticos redonditos de ricota”), chicas ataviadas para la ocasión que formaban el “ballet ricotero” y un variado desfile de personajes.
¿Cómo fueron tus comienzos con la guitarra?
–A los 12 o 13 años armé una banda con mis compañeros de colegio, que era The Longfellows, donde tocaba la guitarra: hacíamos temas de los Byrds, los Tremeloes, Los Beatles.
¿No pasaste por una etapa de tocar zambas con la guitarra criolla?
–Sí, cuando tenía 8 o 9 años, mis viejos me regalaron una guitarra y vino un profesor que me enseñó unas zambas. Los dedos estaban durísimos, era bastante complicado. Al poco tiempo, descubrí tres acordes con los que podía tocar “La Bamba” y “Twist y gritos”, y estaba fascinado, porque por fin podía tocar algo que me gustaba. Después tuve un profesor de inglés, que también tocaba la guitarra y entonces la mayoría de las clases consistían en que me pasaba temas de Harry Belafonte, por ejemplo, y así practicábamos el idioma. Pero en realidad soy un autodidacta, las únicas clases que tomé fueron con ese profesor que me enseñó las zambas. Al poco tiempo, en Inglaterra, vi un tipo que afinaba la guitarra en un acorde abierto y me puse a buscar, sin saber cómo se hacía, hasta que encontraba alguna afinación que me gustaba. Con eso podía tocar esas cosas tipo ragas hindúes, y era una manera de estar componiendo todo el tiempo, pero nunca terminaba de ser una canción. Eso me preocupaba, hasta que descubrí que uno podía repetir una parte y armar una estructura, y entonces empecé a darme cuenta de que podía componer. Porque hasta entonces todo era disparar melodías, climas, pero no sabía cómo hacer una canción con eso.
¿Hubo influencias?
–A nivel composición, Los Beatles son el ejemplo de lo que es una buena canción, y la síntesis. Hendrix también fue clave, porque era la libertad absoluta y todo lo que era capaz una guitarra, cómo era posible hacer música con un acople, la distorsión, el wah-wah, el tratamiento del sonido, una cosa totalmente salvaje.
¿Cómo surge lo de tu viaje a Inglaterra?
–Empezó con una epopeya, cuando viajé con mis viejos a Sudáfrica. En ese barco, en un momento se hace como un concurso, donde todos podían hacer su gracia. Yo con mis 15 años subí con mi guitarra y toqué un tema de Los Beatles y uno de Peter, Paul & Mary. Parece que fue lo que más gustó, porque me gané un viaje a España. Como yo era muy chico, mis viejos me dicen que esperáramos un año y nos fuéramos con mi hermano, Guillermo, a estudiar a París. Él estudiaba antropología y quería ver si podía hacer algún curso con Lévi-Strauss, para aprovechar el viaje. Justo caímos en París en 1968, y era un hervidero, se estaba produciendo un cambio en toda una generación. La historia recuerda simplemente el Mayo francés, pero nosotros llegamos en noviembre, fuimos a vivir al Barrio Latino y había manifestaciones todo el tiempo, se tomaba el barrio por una o dos horas, entraba la policía y había corridas. En una de esas manifestaciones, la policía me parte la cabeza de un palazo y mi hermano y yo terminamos presos. Nos dijeron que nos teníamos que ir de Francia y nos vamos a Londres, donde estaba mi otro hermano (Daniel), que ya se había conectado con un montón de hippies de todo el mundo. Era algo increíble, París ya me había partido la cabeza, pero cuando llegué a Londres me terminó de explotar. Para mí fue un quiebre, una manera de empezar a entender la vida desde otro lugar.
Allí viste unos cuantos recitales importantes.
–Uno de ellos fue Hendrix en el Royal Albert Hall; después vi Free, Soft Machine, Family, Donovan, T. Rex. Me acuerdo de que en un momento pasamos por el Roundhouse, que era una vieja estación de trenes que habían acondicionado para hacer recitales. Preguntamos quién toca y nos dicen Pink Floyd, pero estábamos tan entretenidos con lo que pasaba en la calle que al final ni entramos, porque tampoco sabíamos bien de qué se trataba. Después me enteré, y antes de venir me compré el primer disco, Piper At The Gates Of Dawn.
¿Por qué volviste?
–Mis viejos se habían enterado de que estábamos en el mal camino, se asustaron y nos hicieron volver. Entonces yo aproveché para sobornarlos y les pedí un amplificador y una guitarra.
Ahí aterrizaste nuevamente en La Plata.
–Cuando volví de Inglaterra, ya tenía ganas de armar una banda. Me había traído un equipo Marshall, una guitarra Gretsch, un distorsionador y un wah-wah. Yo ya venía tocando con (el tecladista) Bernardo Rubaja –que más adelante tocó en la primera época de los Redondos–, y él me conectó con (el baterista) Isa Portugheis y el Topo Daloisio. Cuando el Topo conectó el distorsionador y el wah-wah, para mí era como Hendrix, así que le di todas mis cosas y pasé al bajo. Yo era bastante maleta como guitarrista y con el bajo me llevaba bastante bien. Con Isa hacíamos algo interesante, porque empezábamos a deformar los ritmos a la manera de Cream. Eso fue Diplodocum Red & Brown. Nuestros recitales eran psicodélicos, hacíamos proyecciones, juegos de luces con aceite. Hicimos un par de conciertos con Diplodocum y la Cofradía, en el Teatro Opera de La Plata. También tocamos en el primer B. A. Rock, en el Velódromo. Una vez vino Cristina Plate a La Plata y nos propuso grabar un simple, que salió en el sello Trova (“El blues del hombre de la cara azul” y “Blind sex”). Cantábamos en inglés. Creo que grabamos los dos temas en un par de horas.
¿Cuándo te reencontrás con la guitarra?
–Después llegó un momento en que empezamos a hacer la música para una película que estaban haciendo Guillermo y el Indio, que ya se conocían. Ellos habían escrito un cuento que se llamaba “Ciclo de hielo sobre viento”, y luego terminaron usándolo como una especie de guión para una película, que se hizo en Súper 8, con todos los amigos de la patota platense. Incluso yo actúo. Guillermo me propuso que hiciéramos algo para la música y nos juntamos toda una banda de desaforados, en un sótano que había conseguido Basilio Rodrigo. Bernardo tenía un grabador y yo dirigía desde la guitarra. Ahí encontré un poco mi rol como guitarrista, en función de banda. Nos divertíamos muchísimo, un poco haciendo la música de la película y otro poco tocando rocanroles. Así terminó formándose un grupo que luego desembocaría en los Redondos.
¿Aún existía Diplodocum?
–Ya no, pero en la primera época de los Redondos éramos una parte de Diplodocum y otra parte gente de la experiencia comunitaria de la que veníamos con Poli, donde estaba Guillermo, Fentom (primer bajista de los Redondos) y Cecilia “Solita” Elías (del “ballet ricotero”). Porque no desembocamos de casualidad en los Redondos: era un grupo de gente que veníamos de curtir mucha historia juntos.
¿Por qué no siguieron con Diplodocum?
–Justo ahí yo me voy de mi casa, me voy del colegio, y nos vamos a vivir con esa comunidad ambulante, y el plan de Diplodocum quedó colgado. Justo en aquel momento, después de la grabación, la vida me había hecho un vuelco maravilloso.
Además, en esa época no había la idea de hacer una carrera con la música.
–Es que para mí la música es un camino, no una carrera. Un camino de descubrimiento, que además no se acaba nunca. Jamás tomé la música como una carrera, por eso aún hoy, cuando dicen “Skay y su carrera solista” no sé qué es eso, no me refleja.
¿Cómo fue la experiencia de esa comunidad?
–La historia arranca en Tolosa, en la famosa “Casa de la Luna”. Nos habían dejado un terreno, que era un taller en construcción y un baldío, donde instalamos todo un campamento. Éramos una tribu de nómades hippies, como 30 personas, y no teníamos un lugar fijo, porque de allí nos fuimos a la Isla Paulino, a la Balandra, después terminamos en las sierras de Pihué, cazando con arco y flecha para morfar (risas), aprendiendo a cuerear la vizcacha, una experiencia extraordinaria. Por eso, todo este asunto de la independencia y la autogestión viene casi desde siempre.
¿Qué relación tenía esta comunidad con la Cofradía de la Flor Solar? Porque también aparecés como invitado en el primer disco de la Cofradía.
–Cuando vuelvo de Inglaterra, me dicen que hay un grupo de músicos que está viviendo en una comunidad en La Plata. Y para mí fue toda una novedad descubrir que aquí estaba pasando algo tan parecido a lo que había visto allí, con sus propias características. Cuando los conocí les mostré el distorsionador y el wah-wah: enloquecieron, era la primera vez que veían uno. Yo tenía 17 años y aún estaba intentando terminar el secundario, pero no lo conseguí. No por mal alumno, sino porque me parecía mucho más interesante lo que estaba pasando afuera, dentro del colegio me estaba perdiendo la vida. Ahí nos conocemos con Poli y nos vamos a vivir juntos a esa especie de terreno baldío, con mucha otra gente. Con la Cofradía, en un momento armamos un trío de guitarras acústicas con Morci (Requena) y Kubero (Díaz), tipo Crosby, Stills & Nash. Cuando ellos grabaron el disco, la idea era grabar también un par de temas con esta formación. Pero al final los tiempos no dieron; terminé metiendo palmas en “Quiero ser una luciérnaga”, y no recuerdo si algún coro. Era toda una aventura, venir a Buenos Aires, meterse en un estudio de grabación, aunque ya lo habíamos hecho con Diplodocum.
Finalmente, aquel grupo que ensayaba en el sótano la música para la película se transforma en Patricio Rey.
–Sí, hicimos un par de recitales en el Teatro Lozano, y luego con Poli nos vamos a vivir a Salta. Allí conocemos una gente, le decimos que teníamos un grupo y les proponemos ir a tocar. Ahí es cuando aparece el nombre Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, porque necesitábamos anunciarlo de alguna manera para el viaje a Salta. El diario de Salta publicó que era “un grupo de estudiantes platenses” (risas). Porque lo del Lozano eran como fiestas que primero se hacían en casas, pero al final era demasiada gente y decidimos juntar entre todos un poco de guita para alquilar un lugar. Poli descubrió el Lozano, que era un teatrito muy simpático, y empezamos a trasladar toda la fiesta allí. Una noche luego de tocar en el Lozano, nos subimos al micro y nos fuimos para Salta. Y a la vuelta volvimos a tocar en el mismo lugar, que fueron los “Lozanazos”, ya con el nombre Patricio Rey.

A TOCAR, MI AMOR
Para presentar A través del mar de los Sargazos, Skay armó una banda con el Negro Daniel Colombres en batería, Claudio Quartero (La saga de Sayweke) en bajo, Javier Lecumberri (La doblada) en teclados y Oscar Reyna (ex La guardia del fuego) en guitarra. Según él, la química grupal funcionó instantáneamente y ahora –con el disco en la calle– se dispone a salir a tocar. Inteligentemente, piensa empezar por el interior, evitando la presión capitalina, para ir fogueando la banda.
¿Tenés algún tipo de expectativa con respecto al disco?
–Yo estoy seguro de que puse lo mejor que tengo: creo que los temas están logrados, bien resueltos compositivamente, son distintos unos de otros. No es un disco de guitarrista, sino de canciones. La expectativa es ver si a alguien le gusta (risas).
¿Cómo armaste la banda que va a tocar en vivo?
–Para tocar en vivo, el Negro Colombres está disponible, pero Dani Castro está metido en muchos proyectos, y además quería también darle una oportunidad a Claudio (Quartero), a quien admiro como músico y como bajista. Al principio no había pensado en los teclados, pero Javier Lecumberri me pidió que lo pruebe, y empecé a trabajar con él, con quien tengo una relación de amistad de muchos años. Luego vi que en realidad estaba necesitando otro guitarrista, porque al principio quería reemplazar los roles de guitarra con el teclado y no terminaba de encajar. El Negro me sugirió a Oscar Reyna y, cuando nos juntamos, descubrí una hermosa persona y muy buen guitarrista. La incógnita era qué iba a pasar juntos, porque venimos todos de mundos diferentes y yo sé que las bandas funcionan cuando empieza a pasar eso que se llama química. Curiosamente, la banda empezó a sonar enseguida, porque es gente con mucha oreja y no tienden a tocar de más, saben que cuanto menos mejor, todo al servicio de los temas.
¿En el repertorio están sólo los temas del disco solista, o hay otras cosas?
–Sólo con los temas del disco faltaría para completar el show, así que empezamos a incorporar viejos temas de los Redondos, algunos de ellos inéditos, pero en otras versiones. Por ejemplo, “Nene, Nena” y “Pura suerte”.
Supongo que el plan es salir a tocar seguido.
–Sí, la idea es salir a tocar pronto, porque la banda se está poniendo muy interesante. Queremos empezar por el interior en noviembre, probablemente en Santa Fe y Mar del Plata, para luego tocar en Capital.
Tengo muchas ganas de salir a tocar, estoy extrañando eso.

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