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Domingo, 14 de marzo de 2010

TELEVISIóN > UNA EXTRAORDINARIA MINISERIE INGLESA

Los poderes terrenales

El año pasado se estrenó en Argentina Los secretos del poder, un thriller con Russell Crowe digno de los ’70 sobre conspiraciones políticas, corporaciones, investigaciones periodísticas y crímenes en las más altas esferas del poder mundial. En verdad, la película está basada en una miniserie británica escrita por un guionista brillante llamado Paul Abbott y dirigida por David “Harry Potter” Yates. A partir de mañana, por suerte, se puede ver por cable esta versión todavía mejor que su descendiente norteamericana.

 Por Mariano Kairuz

La miniserie y su remake: a la izquierda, David Morrissey y John Simm como el parlamentario en problemas y su amigo periodista, respectivamente. Acá a la derecha, en los mismos personajes, Ben Affleck y Russell Crowe.

Ya agotada la cantera de las remakes de films clásicos y viejos norteamericanos, secados los pozos del best-seller literario con público cautivo, y exprimidas las series televisivas y hasta los videojuegos y los juegos de mesa, los hambrientos estudios de Hollywood escarban en busca de alimento en la televisión británica. La versión estadounidense de la brillante The Office ya viene durando cuatro temporadas más que el original de Ricky Gervais. Y Al filo de la oscuridad, el thriller de corrupción política y venganza con Mel Gibson estrenado hace unas semanas, fue la segunda superproducción hollywoodense de una miniserie inglesa que llega en dos años consecutivos. Mientras que éste está basado en Edge of Darkness, un éxito de público y crítica de mediados de los ‘80, su antecedente más directo, reciente y notable fue el de Los secretos del poder, la película que protagonizaron Russell Crowe, Ben Affleck, Rachel McAdams y Helen Mirren el año pasado. Una historia potente que arranca con la muerte de la asistente de un congresista en lo que primero parece ser un suicidio o un accidente, pero pronto empieza a revelarse que se trata de un oscuro crimen relacionado con una red conspirativa, una corporación inescrupulosa y políticos de alto nivel. En otras palabras, uno de esos thrillers que eran más comunes en los ‘70, los años de Todos los hombres del presidente, cuando los periodistas podían ser los héroes cinematográficos de un fuerte argumento “conspiranoico” de fondo político. Esta resurrección con Russell Crowe que no provino de las entrañas de la industria californiana, de la pluma de unos potenciales nuevos Alan Pakula o Sydney Pollack, sino que se originó en State of Play, una serie hecha al otro lado del Atlántico en el 2003, producida por la BBC y escrita por una de las estrellas más sólidas de las nuevas generaciones de guionistas británicos, un tal Paul Abbott.

Sin vergüenza

Y el tal Abbott (Burnley, Lancashire, 1960) no era un recién llegado a la televisión inglesa cuando se filmó State of Play. Ya tenía dos series importantes en su haber, Cracker y Clocking Off, y todavía estaba por dar forma a su mayor éxito, un programa titulado Shameless que lleva seis temporadas en el aire y que capitaliza las desventuras familiares de su propia infancia, a un punto que sus protagonistas, los Gallagher, redefinieron la idea de “familia disfuncional” para la televisión contemporánea. (La primera temporada de Shameless pudo verse en I.Sat el año pasado y actualmente se repite los miércoles a la madrugada.)

Lo que llamó la atención de toda la prensa de su país, y también la internacional tras la insoslayable adaptación al cine de State of Play, fue el misterio de cómo Paul Abbott había conseguido superar una vida siquiera mínimamente parecida a la que describe en Shameless para convertirse en un prestigioso libretista. “Asómbrense aún más”, respondió Abbott. “Mi historia real fue aún peor”. A diferencia del Frank Gallagher televisivo que se droga en la casa de los barrios proletarios que comparte con sus siete hijos, a quienes además roba dinero y golpea a menudo, los padres de Abbott estuvieron directamente ausentes, dejando al septeto (u octeto o un número por ahí) al cuidado de una hermana mayor, de unos 17 y embarazada. Convertido en un maníaco-depresivo sin ningún tipo de contención emocional, víctima de una violación a los 12, intentó suicidarse un par de veces, la primera a los 13. Los servicios sociales, dice, alcanzaron a rescatarlo a tiempo todavía para intentar estudiar, y para los 15 ya había ganado un concurso literario. Unos años más tarde abandonaba sus estudios universitarios, pero para trabajar en la serie Coronation Street, interminable telenovela británica que empezó en 1960 y en la que se han fogueado varias generaciones de guionistas. Ahora que es considerablemente rico y famoso, Abbott ve a su familia –de la que habla nada amablemente y a la que se refiere como sus parientes “literalmente iletrados, que no pueden ni escribir su nombre”– para poco más que pasarles dinero y escuchar sus quejas y burlas sobre sus ínfulas “de artista”. Shameless también tendrá su versión (televisiva) norteamericana este año, con William H. Macy con Frank Gallagher.

Paren las rotativas

A pesar de condensar las casi seis horas (repartidas en otros tantos episodios) en poco más de dos, State of Play, la película, sigue bastante de cerca a su original televisivo, moviendo de un continente a otro su trama de corrupción y conspiración político-corporativa. A la vez, mantiene en su centro dramático el elemento que tiende una conexión con el otro gran éxito de Abbott. Las relaciones matrimoniales descompuestas de uno de sus protagonistas se convierten en foco de atención pública cuando queda en evidencia que la chica muerta, la asistente del congresista (el ascendente David Morrissey, luego interpretado por Ben Affleck en el cine) era además la amante de éste. Su esposa (Polly Walker en la miniserie, Robin Wright Penn en la película) se comporta como un auténtico político y mientras en la intimidad todo se viene abajo, redime en público la imagen profesional de su marido sin necesariamente disculparlo. Esta tensión, se vuelve explosiva cuando entra en escena la tercera pata de la historia, el periodista que investiga el caso (John Simm en televisión, Russell Crowe en la pantalla grande): mantiene una larga y conflictiva amistad con el parlamentario y un pasado más complicado aún con la esposa de éste (un ángulo que la película explora mejor). Y si bien es cierto que la película salva dificultades de adaptación y condensación supliendo alguna falta de rigor con mucha onda –y cargando las tintas sobre cierta transición entre el viejo y el nuevo periodismo, retratando las negociaciones diarias y la vida de una redacción “tradicional” hasta lo anacrónico, con tanta convicción como lo hacía Zodíaco, de David Fincher–, todos estos elementos centrales de la historia, los que la vuelven atrapantes, ya estaban en la serie, narrada con inusual pulso cinematográfico. Cortesía de la última pieza de la oferta de exportaciones de la televisión británica: el director David Yates, inglés de 46 años con larga trayectoria catódica que ha quedado a cargo de la dirección de las últimas cuatro películas de Harry Potter. Y a quien ahora podrá conocerse a través de su primera obra maestra, este celebrado thriller televisivo que llega, siete años tarde pero seguro, al cable argentino.

State of Play empieza mañana e irá todos los lunes a las 23, por Film & Arts.

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