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Domingo, 11 de abril de 2010

FOTOGRAFíA > LA ISLA MACIEL POR CHARLIE MAINARDI

La otra vereda

¿Cómo fotografiar la pobreza y la marginalidad? ¿Por qué no salir del blanco y negro para conseguir retratos que capturen los colores brillantes y gastados, los contrastes, pero también los matices? Las 60 fotos de Charlie Mainardi tomadas en la Isla Maciel, con sus habitantes en sus casas, en sus bares y en sus lugares de trabajo, echan una luz insospechada sobre estas tensiones a la hora de valerse de los más modernos recursos técnicos para fotografiar la exclusión.

 Por Angel Berlanga

La mayoría de las fotos de Maciel, libro de Charlie Mainardi, interpela desde distintas vertientes: la incomodidad, el desasosiego, incluso el desconcierto. Experto en imagen publicitaria, ganador de múltiples premios y con un cuarto de siglo como proveedor de iconografía para las principales marcas del país, Mainardi pone aquí ese repertorio vasto de herramientas que ha acumulado al servicio de explorar un terreno que su oficio suele ocultar. Se advierten, por eso, algunas señales de producción publicitaria. Sobre todo en el trabajo con luz blanca y de posproducción con las imágenes. Muchas veces esa luz pone en relieve objetos y/o materiales que equilibran la composición, balancean y contrabalancean; en otras, en contrapartida, la iluminación adicional se aprecia sobre las personas retratadas. Y ocurre que hay un crujir casi palpable entre esos procedimientos, muy utilizados para consagrar lo deseable, lo bello, y su aplicación al ámbito de Isla Maciel, icono de marginalidad, precariedad y contaminación. El libro, de hecho, tiene esta dedicatoria: “Para Ewing, que se vaya”. Es que para un cronista televisivo puede parecer pintoresco, cada tanto, darse una vuelta para mostrar cuán jodida está la cosa –prostitución, tironeos entre bandas que derivan en chicos muertos, pobreza extrema– y cuán valiente o sensible es él mismo al animarse a ir hasta ahí, pero lo cierto es que, si pudieran, la gran mayoría de los vecinos de Maciel se rajarían mañana mismo.

Puede sonar medio ingenuo, entonces, hablar de riesgo artístico, pero ese uso de la luz plantea algunas preguntas: ¿por qué está naturalizado en el ámbito publicitario y por qué Mainardi lo importa a la Isla Maciel para hacerlo chirriar allí? ¿Qué habilitaría a aplicar esa parafernalia lumínica a una modelo o un auto lujoso y 0 km, qué inhibiría de usarla ante unos chicos marginales y una camioneta que se cae a pedazos de tan oxidada? ¿Hay objetos y personas de primera y segunda categoría? Quizá Mainardi pone el foco sobre esas llagas. Porque la belleza, además, es sobre todo una cuestión de mirada, de historia, de tiempo.

Con la excepción de algún chico, no parecen muy a gusto los retratados por Mainardi; tampoco hay una búsqueda directa de gestos encantadores o enternecedores. Ni tiene por qué haberlas: se trata de un territorio y unos seres sometidos a la aspereza de las últimas décadas. Las construcciones, los objetos, los rostros, dan cuenta del desamparo. Esa noción, por otra parte, surge del abanico diverso de escenas retratadas, que abre el foco sobre la totalidad de Maciel: un anciano en una casilla, una pareja con seis hijos en una casa muy precaria, cuatro adolescentes jugando al pool, trabajadores en sus ámbitos, mujeres maduras en la cocina o levantándose de la cama, la panadera y el almacenero, el trío de policías en el destacamento –uno durmiendo, los otros dos abrazados a las Itakas, un perro salchicha asomándose en un rincón–, un pintor en su cuartito y la camiseta de San Telmo con la inscripción Futura AFJP.

En fotografías personales de otras series que se pueden ver en internet, Mainardi parece poner en juicio la iconografía de la publicidad: con mujeres bonitas decepcionadas ante la imposibilidad de bañarse en el Riachuelo, con modelos “muertas” en distintos ámbitos, con secuencias corridas de travestis desnudándose. Como si se inclinara a romper linealidades. La foto de tapa de Maciel es, en ese sentido, también excepcional: una nena de unos diez años riendo con ganas, los ojos cerrados, el muro a sus espaldas iluminado por el sol de un lado, en sombras del otro. Pregunta, de algún modo, por el porvenir.

Maciel Charlie Mainardi 60 páginas

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