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Domingo, 10 de abril de 2011

RESCATES > EL MUNDO TEHUELCHE EN EL ARCHIVO GENERAL DE LA NACIóN

El alma robada

Por primera vez se exhiben para el público masivo objetos y fotografías del pueblo tehuelche, junto con documentación del exterminio, como nóminas de tehuelches prisioneros o cartas del general Roca o el coronel Rauch. Un recorrido que va desde la antigüedad paleolítica hasta la actualidad de la colonia Kamusu Aike, en Santa Cruz, pasando por siglos de saqueo y exclusión.

 Por Angel Berlanga

El tamaño de la imagen los propone altos, rondando el metro noventa: son el cacique Kasûmiro (Casimiro Biwa) y uno de sus hijos, Sam Slick. Al parecer, esta foto, de 1864, es la primera que se les sacó a unos tehuelches y fue acá cerca, en un estudio de Buenos Aires, porque este líder vino por entonces a negociar con el presidente Mitre para declarar que los territorios por los que se movía, al sur del río Santa Cruz, fueran argentinos y no chilenos. El detallito histórico, leguleyo, anecdótico, por un momento es apenas una interferencia ante la sensación que se instala a poco de entrar en la sala de exposición del Archivo General de la Nación frente a esta primera, enorme foto: un mundo extinguido, con sus pocos descendientes, en el mejor de los casos, acorralados. Tres pasos más allá y también a gran escala está la imagen de las hermanas Wtetinkone y Chamksuwûn, hijas de madre tehuelche y padre irlandés, arropadas con sus quillangos de piel de guanaco. En este espacio central de Tehuelches –tal el nombre de esta muestra– hay también flechas de madera y un mortero y un hacha de piedra, todo del siglo XVI. El intento de aproximación a una puesta en época se complementa, aquí, con mapas de la costa santacruceña del siglo XIX y el libro original en el que el virrey Loreto, en 1784, ordena una expedición de reconocimiento por la costa patagónica, como para ver si se detecta alguna riqueza y cerciorarse, a la par, de que no se asienten extranjeros. Las caras adustas de las fotos alrededor y la luz regulada en este salón amplio, de techos muy altos, sin visitantes al mediodía, contribuye a la falsa noción de haber caído en un recodo del tiempo: unos minutos atrás la calle 25 de Mayo imponía todo el trajín del microcentro.

La mayor parte de los objetos de esta muestra, curada por Magdalena Insausti, proviene del Museo de los Corrales Viejos de Parque de los Patricios; casi todas las fotografías y la documentación son parte del AGN. “En este primer espacio central buscamos señalar que este es un pueblo antiguo, que está desde la época del paleolítico –señala Insausti–-. Y trabajaban con los objetos que se ven ahí. Y eran, desde el punto de vista físico, bellos. Las dos líneas sucesivas de recorrido que los rodean intentan mostrar, paulatinamente, qué le pasó a esta gente cuando empezaron a interactuar con otros, y cómo termina esa relación.” En efecto, el recorrido fotográfico parte de unas kau (sus viviendas, toldos) en pleno campo y desemboca en tehuelches progresivamente trajeados. De a poco fueron corriéndolos, apropiándoseles de las tierras. En rigor, la muestra se centra más bien en los aonik’en, el nombre con el que se llamaban a sí mismos los tehuelches meridionales (los otros, septentrionales, combatieron más de frente con los militares criollos).

La documentación se exhibe ante el público masivo por primera vez: entre otros materiales hay una nómina de tehuelches prisioneros enviados por barco para quedar detenidos en Retiro, recomendaciones para disolver colonias, alguna carta del general Roca, algunas notas con la letra prolijita del coronel Rauch, próceres del exterminio. Un viejo rifle belga, en una vitrina, simboliza bastante. En un extremo del último círculo hay un texto que señala que “en la actualidad existe en la provincia de Santa Cruz la reserva Kamusu Aike”, donde “se preserva la memoria de esta cultura milenaria”; en el otro extremo corre un documental de Encuentro sobre pueblos originarios en el que puede verse, en un tramo, un chaperío de Kamusu Aike. “En realidad se trata de una colonia, no de una reserva”, aclara un poblador. Buscando datos en la red pronto se ve que Casimiro Biguá es, hoy, el nombre de un restaurante en El Calafate. Un repaso por las fotos, una por una, permite comprobar la sospecha: no hay un solo aonik’en que sonría ante la cámara. Luego, en la calle, hasta acostumbrar la vista y el oído, chirrían los carteles publicitarios, los oficinistas y todo lo que se llama el parque automotor. En la esquina de 25 de Mayo y Corrientes hay un barbeta morocho en cueros que monta una bicicleta con canasto de plástico en su portaequipaje. No espera a que el semáforo salga de rojo para largarse barranca abajo.

Tehuelches puede verse hasta el 29 de abril en el Archivo General de la Nación, 25 de mayo 263. De lunes a viernes de 11 a 17.

Entrada libre y gratuita.

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