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Domingo, 3 de agosto de 2003

MúSICA

Adiós Sui Generis

El rock nacional tiene sus coleccionistas, vernáculos e internacionales. Pero con una pequeña diferencia: en Europa, Japón y Estados Unidos hay hordas de fans y un sinnúmero de disquerías especializadas que ignoran olímpicamente quiénes son Charly García y Los Abuelos de la Nada, pero buscan, pagan y hasta piratean vinilos de bandas como Los Mockers, Los Shakers, Los Walkers y consideran un disco del grupo Montes como “uno de los discos más excepcionales grabados alguna vez en la Argentina”. En una investigación internacional, Radar rastreó a los cultores de la otra historia del rock nacional.

POR GUSTAVO SECCHI
En un sótano de Cambridge, Massachusetts, a pocas cuadras de la famosa Universidad de Harvard, hay una pequeña disquería. Es, obviamente, un local de culto, no tan distinto de Transilvania u Oíd Mortales en el centro porteño, atrayendo al mismo tipo de habitué obsesivo en búsqueda de sonidos raros para impresionar a amigos y conocidos. Pero si en las galerías de la avenida Santa Fe uno puede encontrarse con sesiones inéditas de los Beatles o conciertos pirateados de los Stones, en este sótano de Cambridge el sonido que sale de los parlantes decorados con luces psicodélicas no es otro que el de Billy Bond y sus amigos de La Pesada evocando el caos de los desmanes en el Luna Park una noche en octubre de 1972. “¡Existen TONTOS!”, grita el sublime Bond (el nombre de guerra de un tano de veintiocho años bautizado Giuliano Canterini), haciéndose escuchar sobre el filoso estruendo de las guitarras de Alejandro Medina y Claudio Gabis. “¡Tan sólo tontos! ¡Ya sean hippies! ¡Hippies! ¡O tipos de chalecos cortos!”
La disquería de la que salen estos ruidos fantasmas se llama Twisted Village (“La aldea retorcida”) y es propiedad de Wayne Rogers, afable coleccionista de discos de unos treinta y tantos, legendario guitarrista de psicodelia de la costa este norteamericana y fan número uno del rock argentino y latinoamericano del período 1965-1973. Twisted Village es una de las disquerías indie más respetadas en todo Estados Unidos, especialmente para música oscura. Bateas enteras de CDs y discos de vinilo, originales y reeditados, están dedicadas a géneros como “clásico avant-garde”, “improvisación” y “música electrónica”. Difícil encontrar el último de Radiohead en Twisted Village, pero las obras completas de Morton Subotnick, pionero de la música computarizada, o del cantautor agorafóbico texano Jandek están siempre en stock.
La escena del lugar sería insufriblemente snob si no fuera por dos cosas: la personalidad abierta y amistosa del dueño y del staff, y una sección enorme dedicada al beat y la psicodelia internacional, o sea, casi toda la música rock producida en cualquier lugar del mundo entre 1965 y 1973/4. Rogers adora todos estos discos, especialmente los producidos en el Río de la Plata por bandas como Los Shakers, Los Mockers, Los Gatos, La Pesada, Almendra o La Cofradía de la Flor Solar. “Me empecé a interesar en el rock latinoamericano en 1983 –explica Rogers–, cuando escuché una copia de Break it All, de 1966, el primer y último disco de Los Shakers editado en Estados Unidos, que era una regrabación del primer álbum hecha a fines de 1965. Desde entonces comencé a comprar todo lo que podía encontrar de la Argentina y Uruguay de la década del sesenta.”

EL OTRO LADO
La historia que cuenta Rogers no difiere mucho de la de muchos coleccionistas norteamericanos, europeos o japoneses que se vuelven locos por el rock sudamericano de fines de los sesenta y principios de los setenta. Los cultistas extranjeros llegan a los discos argentinos y uruguayos a través de Los Shakers y Los Mockers (bandas que comenzaron como clones rioplatenses de los Beatles y los Stones, respectivamente) y eventualmente se topan con Los Gatos, Almendra y Manal a través de sonidos que asimilan fácilmente a bandas extranjeras. Así, la banda de Nebbia y Fogliatta se ve como un híbrido de los Mysterians y los australianos Easybeats (con una pizca de los Kinks); Spinetta y Cía., como una cruza entre el Pink Floyd de Syd Barret y las bandas de la costa oeste estadounidense; y el “power trío” de Javier Martínez y sus muchachos es asimilado como los Cream criollos (que es como se juntaron, tocando bajo el nombre “Ricota” en el Instituto Di Tella).
Lo que más llama la atención de todo esto es que la selección deja afuera a muchas figuras consideradas fundamentales en la evolución del “rock nacional”, según todas las grandes biblias del género, de Miguel Grinberg y Pipo Lernoud en adelante. Es decir que lo que queda afuera de esta historia paralela (y con ojos extranjeros) de la evolución del rock rioplatense es precisamente lo que siempre se vio como central y originalen las historias producidas en la Argentina. A casi ninguno de estos coleccionistas les interesa la movida de La Cueva, la importancia de “La balsa”, las figuras pioneras de Tanguito o Moris. Parafraseando a Grinberg, que fue testigo de todo, poco importa “cómo vino la mano”. Entre coleccionistas extranjeros no circulan copias de Tango feroz, pero sí compilaciones de shows de Canal 11 o del programa “Escala musical”, donde aparecen La Joven Guardia, un tal Cuarteto Sir John, Los Bestias, Billy Bond como solista, Los Walkers y, por supuesto, los ubicuos Mockers. Alguien generoso incluso ha pasado a NTSC una torta amateur de varios clips de Los Shakers en programas de TV de mediados y fines de los sesenta, culminando con un alucinante cortometraje de Rodolfo Lest que es una especie de A Hard Day’s Night autóctono, excepto que los Beatles rioplatenses hacen referencia a John Coltrane años antes de que sus modelos británicos se metieran con la vanguardia.

ESTO QUIERE DECIR QUE HAY OTRA HISTORIA
“La gran mayoría de los extranjeros que visitan nuestra página no están particularmente interesados en la historia del rock argentino, aunque paradójicamente sí les interesan algunos artículos relacionados con esa historia”, dice Marcelo Lilienheim que, junto a María Lilienheim y Ricardo Paredes, edita la página de Internet “The Ultimate South American Psychedelic Garage Beat” (http://www.geocities.com/Sunset Strip/Basement/5706/collectors.html). Este website, producido en inglés en Buenos Aires, rellena los agujeros en la evolución del rock con información sobre bandas cuya existencia alucina a los coleccionistas extranjeros, que son su público principal. En el site uno encuentra fotos de tapas y hasta archivos de sonido de bandas como Los Walkers (banda activa entre 1967 y 1970 que grababa en inglés con influencias varias desde The Tremeloes hasta los Doors, y que en algún momento editaron una imperdible versión beat de “Balada para un loco”), Los Seasons (banda de Carlos Mellino y Alejandro Medina, con la que pretendieron ser ingleses por un tiempo), y los más oscuros Moonlights y Los Knacks.
“Lo que buscan los coleccionistas extranjeros es material que tenga un sonido característico de su época”, comenta Lilienheim. “Del ‘64 al ‘68, el sonido garage/beat; del ‘68 al ‘71, la psicodelia; del ‘71 en adelante, lo progresivo; y desde mediados del setenta en adelante lo sinfónico progresivo; con todas sus variaciones y mezclas posibles. Es decir, buscan los ejemplos latinoamericanos que se ajustan a un sonido parecido al de los exponentes internacionales más representativos de esos géneros.” Lilienheim menciona el caso del disco Cuando brille el tiempo, editado por el grupo Montes en 1974, cuya tapa psicodélica a lo Dalí y su sonido de guitarras hendrixeras le han dado una transcendencia internacional vastamente superior a la que habitualmente merece en la historia del rock nacional. “En su momento, el disco de Montes gozó de una promoción escasísima, casi inexistente, y hoy por hoy es reconocido a nivel internacional como uno de los discos más excepcionales grabados alguna vez por músicos argentinos en la Argentina. Ha sido reprensado en vinilo en algún lugar de Europa, así como también recientemente reeditado en CD. En su país, en cambio, la mayoría de los argentinos contemporáneos de Jorge Montes, y supuestamente amantes del rock nacional, consideran este disco un trabajo absolutamente menor.”

LOS NUEVOS PRÓCERES
Además de Tanguito y Moris, el otro gran ausente de la historia internacional del rock argentino no es otro que el mismísimo Charly García. Rogers ha sabido tener uno que otro disco de Sui Generis o Seru Giran en Twisted Village, pero no tienen gran aceptación. “Cuando salís de la psicodelia y entrás al sonido de los setenta, la escena cambia”, explica Rogers. “El tercer disco de Sui Generis, Instituciones, tiene ciertos fans pero, más allá de eso, García no llama mucho laatención.” Nada comparable con la aclamación de Montes o del Walking Up de Los Walkers, un disco de 1968 que es pirateado constantemente en vinilo y CD para satisfacer la gran demanda por este grupo largamente olvidado en su tierra. O con el interés por todo lo relacionado con Billy Bond y los músicos de La Pesada. “Todos los países –reflexiona Rajarais–, Japón por ejemplo, tienen estrellas folk que son reverenciadas en el país, pero que no se trasladan bien a otros países. Yo, por ejemplo, no entiendo cómo Dylan es popular fuera del mundo angloparlante.”
No todos los indiscutibles son ignorados tan completamente como Charly. “De los históricos –cuenta Lilienheim–, el artista cuya obra ha trascendido los límites del toque local y del idioma es sin duda Luis Alberto Spinetta, en el período que va de Almendra a Invisible.” Pero, aun dentro de este interés general, las preferencias internacionales son idiosincráticas: “El primero de Almendra lo encontré cuando recién comenzaba a interesarme en el rock latinoamericano, pero no me pareció gran cosa”, cuenta Rajarais. “Fue el segundo, conocido como Almendra, ‘el doble’ o ‘la operita’, el que me pegó muy fuerte. El estilo de guitarra de Edelmiro Molinari es allí increíblemente único y original.” Aunque parezca increíble, el mundo de este tipo de coleccionista es uno en que “Obertura” es infinitamente más importante que “Muchacha ojos de papel”.
Sería fácil endilgarle esta extraña situación de una doble historia del rock argentino –para adentro y para afuera– al imperialismo cultural y al imperativo de contar la historia del otro desde el centro, pero hay otras razones mucho menos siniestras y conspirativas. Dos de las razones más viejas del mundo, de hecho: ignorancia y estrechez de mira. Y no necesariamente de afuera. La historia del rock nacional existe desde hace años en la Argentina, pero nunca ha habido un esfuerzo concreto y consistente de parte de agentes culturales, tanto el Estado como los sellos discográficos y managers que controlan los derechos de esta gran tradición, por difundirla como el importante patrimonio cultural que es. Los trabajos de testigos como Miguel Grinberg y de compiladores como Marcelo Fernández Bitar, o la impresionante historia oral Historias del rock de acá de Ezequiel Abalos, nunca fueron traducidos o difundidos como haría falta para crear un contexto para la música que se exporta. Los dealers de discos viejos y los coleccionistas han llenado ese vacío con importantísimos tomos como The Magic Land de Marcelo Camerlo o Dreams, Fantasies and Nightmares del inglés Vernon Joynson, pero éstos son principalmente catálogos ilustrados para el Parque Rivadavia virtual que es el mercado global internetizado. Sitios de web como “Rebelde” (www.dospotencias.com.ar/rebelde), realizado por Dina y Tano de Palermo con la colaboración de cientos de fans de todo el mundo, también contribuyen a la difusión y al debate.
Pero si la ignorancia sobre el contexto del rock puede ser reducida con libros o sitios de web, la ignorancia con respecto a la música misma no va a acabar hasta que se trate el tema de la falta de visión de los sellos discográficos. El hecho es que existe cierto mercado que desea consumir rock argentino de esa época. Uno, por ejemplo, puede comprar en disquerías especializadas de Estados Unidos, Europa y Japón re-ediciones pirata de discos de Almendra, de Los Gatos y hasta del único long play solista de Kubero Díaz, guitarrista de La Pesada y de La Cofradía de la Flor Solar. Este último está editado por el sello trucho Survival Records y es una reproducción perfecta del original impreso en vinilo de mucha mayor calidad. Los sellos argentinos que tienen actualmente los derechos de álbumes como éste no parecen interesarse por el posible mercado internacional. Los discos de Almendra distribuidos por sellos informales de fans y coleccionistas llegan a disquerías independientes (donde están los posibles fans) que la discográfica de la Argentina desconoce o ignora. “Los sellos grandes no van a mandar una caja de 20 CDs, pero los independientes sí”, comenta el dueño de Twisted Village. “Yo les recomendaría a los sellos multinacionales de la Argentina que licencien elmaterial a sellos chicos que trabajen con disquerías independientes si quieren difundir esta música en el exterior.” Esta estrategia ya se probó con cierto éxito hace pocos años con una compilación de Los Shakers editada en Europa por el sello Big Beat. Pero el caso de Almendra, pirateado constantemente en Alemania, por ejemplo, aparentemente sin que los músicos vean un centavo mientras copias legítimas de los CDs se saldan en disquerías porteñas, es un típico ejemplo del mal manejo del catálogo del rock argentino.
Para Charly García, el dios Poseidón “rescató a Litto Nebbia/ cuando se fue a naufragar/ devolvió la balsa a Tango/ inventó el rock nacional”. Si se le pregunta a Wayne Rajarais cuál es su Top 5 del rock argentino, contesta sin parpadear (y en ningún orden particular): Tontos de Billy Bond y la Pesada, el doble de Almendra, el segundo y el tercero de Los Shakers, Walking Up de Los Walkers, y el segundo solista de Nebbia. Son seis, pero se lo dejamos porque ya aclaró que Shakers for you, el segundo de la banda, es su disco favorito de todos los tiempos, “unas pulgadas por encima de Revolver de los Beatles”.
Cuando uno sale del pequeño sótano cerca de Harvard se puede ver al otro lado de la calle el luminoso café donde se suelen sentar a tomar un cortadito con edulcorante ex ministros de Economía argentinos que vienen a dar cátedra. Desde el café casi se escucha a Billy Bond terminando su tema en octubre de 1972: “¡TONTOS que ensucian la sangre a otros! ¡TONTOS que chupan la sangre a otros! ¡TONTOS que tienen la sangre de todos los TONTOS!”.

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