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Domingo, 17 de febrero de 2002

TV

Pegame y llamame rating

Atención, productores nacionales: la nueva ola de reality shows que ha invadido la televisión norteamericana somete a sus participantes a las más diversas formas de tortura, incluyendo shocks eléctricos, chorros de vapor hirviendo, congelamiento y lluvia de tarántulas vivas. Voluntarios para “Gran Hermano 3”, háganse faquires si quieren ser famosos.

 Por Mariana Enriquez

Después del ataque terrorista al World Trade Center, ejecutivos de las grandes cadenas televisivas y productores de Hollywood auguraban un futuro de candidez y buenas intenciones en la industria del entretenimiento. Los espectadores no volverían a reclamar violencia y sufrimiento en pantalla después de ver el verdadero horror de las Torres derrumbándose, y vendrían tiempos fraternos.
Las profecías no se cumplieron: la película Black Hawk Down de Ridley Scott, que se consideró demasiado realista para tiempos de guerra, es hoy un éxito de taquilla. Arnold Schwarzenegger pudo estrenar su película antiterrorista con gran pompa. Así, todos relajados porque las susceptibilidades no eran heridas, los ejecutivos de TV se lanzaron a pergeñar reality shows y programas de preguntas y respuestas nuevos y violentos, con componentes demasiado cercanos a la tortura. Si a alguien le parecía que tenía un elemento de sadismo encerrar gente durante tres meses en una casa, sin comunicación con el exterior, es porque no ha visto las nuevas vedettes del prime-time norteamericano: “The Chair” (ABC), “The Chamber” (Fox) y “Fear Factor” (NBC), de los cuales pueden verse fragmentos en el programa “Talk Soup” que se emite por E! Entertainment.
En “Fear Factor”, el primero en salir al aire, los participantes deben superar diversos retos, algunos estilo deporte extremo (saltar de un camión en movimiento hacia un auto, por ejemplo), otros linderos con el asco extremo (a la manera de “Jackass”, pero sin el entusiasmo voluntarista de esos muchachos). En su última temporada, los finalistas tuvieron que sumergirse en un tanque lleno de calamares podridos. Antes debieron buscar patas de pollo entre gusanos vivos, y cuando comieron algo que sólo puede describirse como culos de chancho, el programa obtuvo su rating más alto en el año. Las penurias de los náufragos de “Survivor” son zonceras al lado de esto.
“The Chair” y “The Chamber” son tan similares en su premisa de hacer sufrir a la gente que hasta las cadenas que los emiten (Fox y ABC) se demandaron mutuamente por robo de ideas. En rigor, “The Chamber” ya quedó fuera del aire por escaso interés público, pero volvería a mediados de año en otro horario. “The Chair”, en cambio, sigue en pie con más de cinco millones de espectadores, muchos de ellos seguramente atraídos por el conductor, nada menos que el ex tenista conocido por sus berrinches John McEnroe. Con el formato de esos programas de preguntas y respuestas en los cuales el secreto es no perder la calma (cosa que hace paradójica la elección del conductor, hombre conocido por salirse de sus casillas ante el menor contratiempo), cada participante de “The Chair” debe sentarse en una silla que recuerda tanto a la destinada para la pena capital como a la del dentista. En las muñecas, atadas a los brazos de la silla, tiene conectados monitores que controlan su ritmo cardíaco mientras contesta preguntas triviales, por lo general de lo más sencillas. Pero he aquí que, cada tanto, de la silla emergen llamaradas, o tremendas vibraciones, o dejan caer sobre la cabeza del participante un cocodrilo bebé. Si el pobre tiene un ataque de taquicardia por la sorpresa, pierde la plata que venía juntando por las preguntas que contestó bien. El límite es de 60 pulsaciones sobre el ritmo normal en reposo. Si de por sí es difícil estar tranquilo en televisión, con público en el estudio y cerca de una estrella como McEnroe, es fácil predecir que en “The Chair” es prácticamente imposible ganar plata. El premio mayor es de 100 mil dólares, pero hasta ahora nadie logró obtener más de 37 mil.
“The Chamber” daba otra vuelta de tuerca al sadismo de la silla. Se trataba de una cámara cerrada y transparente, con un asiento adentro, muy parecido a los simuladores que se usan para entrenar astronautas. Los participantes lograban entrar tras una breve rueda de preguntas triviales eliminatorias. Una vez adentro, las preguntas seguían, pero ahora no había que mantener la calma sino aguantar, a saber: 1) chorros de aire caliente que elevaban la temperatura de la cámara a casi 50 grados centígrados; 2) chorros de aire frío que lograban, incluso, escarchar piel y cabello deltorturado; 3) pinchazos en la espalda; 4) shocks eléctricos en músculos de piernas y brazos; 5) giros de 360 grados de la caja hermética; 6) tarántulas. Las preguntas que debían ser respondidas en estas condiciones eran, por ejemplo: “¿Qué planeta de nuestro sistema solar comparte el nombre con el perro de Mickey Mouse?”. Si los signos vitales del participante entraban en “zona de peligro” durante más de 20 segundos, lo sacaban de prepo del encierro. Si quería salir solo, debía rogar que detuvieran la tortura. El primer participante de “The Chamber” ganó sólo 7 mil dólares, de un total de 100 mil. La segunda aguantó hasta casi congelarse, pero permaneció menos tiempo adentro de la cámara, y se llevó a casa una suma aun más módica. Es más fácil ganar plata en el bingo, y mucho más seguro.
El presidente de ABC confirmó que “a la gente le gustan estos programas y además son mucho más baratos que lanzar una nueva sitcom”. “The Chamber” se lanzó con una campaña publicitaria que hablaba de “un agujero de acero infernal”, un “ambiente intolerable” y hasta “la palabra que empieza con T” (por esa costumbre de los norteamericanos que prefieren enunciar la primera letra de palabras políticamente incorrectas como tortura). “Queríamos dar miedo”, se disculpó el productor del programa. “Queríamos expresiones viscerales de los participantes, poder ver si están sufriendo”. Casi un moderno Coliseo Romano.
MTV, mientras tanto, también tiene su propio jueguito perverso (si obviamos el ya mencionado “Jackass”). Se llama “Kidnapped”: se juega por equipos, uno de los integrantes hace de “secuestrado” y tiene que responder preguntas y adivinar cómo se comportarían sus compañeros ante determinadas situaciones propuestas por la producción. Si contesta mal, no se le descuentan puntos ni nada tan benévolo: es maltratado (después de todo, como el título del programa indica, está “secuestrado”) mediante escorpiones que se le arrojan encima (eso sí: no son mortales). O se los obliga a comer gusanos (eso sí, con cobertura de chocolate). Después del verdadero secuestro de periodista de The Wall Street Journal en Pakistán, el programa comenzó a recibir críticas, pero el público es soberano, los ratings se mantienen y nadie parece ver el mal gusto de la situación. A fines de este mes se agregará otra atracción a la pantalla norteamericana: una idea que estuvo congelada esperando la reacción de los espectadores a los shows antes mencionados, titulada “The Runner”, donde el protagonista hace de espía que viaja por el país, y los televidentes (mediante el voto y otros mecanismos) tratan de descubrir dónde está y atraparlo.
The New York Times consideró a estos programas “barómetros culturales”. Parte de la moda, reconocen, es el negocio redondo que proponen: son baratos para los productores y adictivos para la audiencia. Pero en el fondo capitalizan el enojo nacional: “La ola de violencia y venganza en televisión no fue causada por los ataques terroristas, pero juega a favor del clima de una sociedad en guerra”, escribía el diario neoyorquino. “Y ni siquiera parece satisfacer un hambre de violencia, como ofrecer a los espectadores la seguridad de poder sobrevivir a circunstancias adversas.”
Es posible, pero de todos modos impresiona la campaña de promoción de la insensibilidad: que de golpe sea divertido ver sufrir, con todas las consecuencias de banalización de la tortura y el verdadero sufrimiento que ello implica. Por eso, quizá, para bajar el nivel de sadismo nacional, algunas cadenas están peleando por obtener los derechos de un programa japonés, cuya premisa es comer hasta reventar. Se llamaría “The Glutton Bowl” y durante dos horas los participantes comerán todo lo que puedan de determinado alimento (huevos, arroz, cosas sencillas). La idea es que el ganador sea quien logre ganar peso en cámara (se montan balanzas para medir dicho incremento). Después de todo, otra consecuencia de la guerra es la hambruna.

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