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Domingo, 23 de febrero de 2014

CALEIDOSCOPIO DE CANCIONES

Música Nacido y criado alrededor de una idea primal de Juanito el Cantor, La Nube Mágica es un proyecto colectivo que resulta, en el panorama musical de estos días, tan impensado como necesario. Y tan ecléctico como hermoso. Algo que se evidencia en las canciones que conforman su primer disco: aires folk, cierto pulso rockero y una muralla de voces y coros que por momentos alcanza tintes lúdicos y lisérgicos a la vez.

 Por Juan Ignacio Babino

Hay que imaginarse a los once titulares de un equipo de fútbol más el arquero suplente. O a un equipo de rugby que sufrió tres bajas. O también –¿por qué no?– los meses del año. Doce. Y después hay que imaginarse ese mismo número pero de músicos sobre un escenario, haciendo canciones. Raras, inclasificables, inasibles. Canciones como conjuros a la vez modernos y antiguos. O como arrullos para dormir –y andar– feliz. La Nube Mágica es, justamente, un grupo, un conjunto musical de doce integrantes que encuentra parte de su génesis en la hechura del aún inédito segundo disco de Juanito el Cantor –apodo de Juan Ignacio Serrano– El sueño de las ballenas. “Para ese disco empezamos a trabajar a guitarra y cuatro voces. Ese núcleo funcionó muy bien e hicimos algunos conciertos. Y en un momento y por alguna razón, en el transcurso de un mes y medio pasamos de ser cinco personas a ser doce. Y empezaron a surgir composiciones colectivas, ideas bocetadas que se terminaban de construir en los ensayos. Estábamos con una energía creativa muy fuerte y nos dimos cuenta de que se trataba de algo más que un proyecto solista con banda. En 2013 refundamos el proyecto y lo rebautizamos como La Nube Mágica”, explica Juanito. Y define: “La génesis fue un poco así: no buscada, caótica, real”. Y La Nube, entonces, son –además del propio Juanito en guitarras, voz y progamaciones–: Cristian Bonomo en bombo legüero, voz y percusiones; Maxi Gallo y Clara Besfamille en voces; Licina Picón: piano y voz; Gabriel Santamaría y Daniela González, guitarras eléctricas, de nylon, criollas y voces; Fernando Cobo, sintetizadores y programación; Nicolás Soares Netto en batería, percusión y voz; Santiago Capriglione, bajo y voz; Martín Méndez Cánepa, sintetizador y programaciones; y Mariela Méndez Christie, juguetes, voz. Los orígenes repartidos entre esa pequeña patria que es el Oeste y Uruguay. “Las canciones tienen algo muy lúdico, están entregadas al juego”, dice Juanito. “Lo lúdico es algo natural de trabajar siendo tantos. De trabajar en el caos, como los niños, siendo chicos y chicas. Es muy divertido. Y es algo que podría no ser, pero es. Lo que hacemos roza un poco la locura. Es el niño, el desorden.” Clara Besfamille, agrega: “El niño antepone el juego antes que nada. Y no tiene que ver con sólo dejar atrás el ego por once personas, sino por las ganas de algo más grande que vos, que vos sólo no podrías reproducirlo. Es formar parte de ese todo que se forma entre toda esa gente. Jugar entre toda esa gente”. Y Juanito resume: “Quitarle poder al ego”. Que sean tantos los que, además de tocar diversos instrumentos, canten, es lo que explica la fortísima impronta grupal y vocal de las canciones: un variadísimo tejido tímbrico que por momentos se convierte en un colchón coral imbatible. Voces que entran, salen y vuelven a entrar; que suben, bajan y vuelven a subir, desdibujando los bordes de las canciones, tensando sus formas convencionales. No las voces como un complemento, no las voces como un mero coro, sino un instrumento en sí mismo. Maxi dice: “Es diferente escuchar muchas voces. Y hay momentos en que dejan de ser solamente voces”. Entonces, esto mismo sumado a la variada instrumentación y lo particular de sus letras genera un combo un tanto impensado en el panorama de la música actual. Por ejemplo: “Ramal de impulsos” es una simpática cumbia en la que pareciera cantar una niña de seis años; el inicio de “Desarmar (yo te mato)” parece una típica balada beatle que luego se vuelve eléctrica, poderosa; la letra de “Conejos” comienza diciendo: “Tengo un conejo en la vagina, que hace cosquillas y camina”; y la hermosa “UhUhUh” puede entenderse como una proclama luminosa de la banda: “A mí pedime lo que quieras cuando quieras, estoy dispuesto a cortar todos los nudos, llegó el momento de lanzarme al vacío, sentir el viento de los pies a los cabellos; la adrenalina y un amor que nos convoca por vez primera una vez más, que rebeldía”. Entonces ¿cómo es el proceso creativo de las canciones de La Nube? ¿Cómo se componen las canciones que la banda decide firmar con el nombre del grupo –grupo que además decidió que el envoltorio del disco estuviera hecho con sachets reciclados–? ¿Cómo es que esta tropa musical y musiquera las hace? “Desde el caos. Y confiamos en ese proceso desde donde salen cosas que no tienen forma y esa manera nos resulta mucho más rica de la que podría nacer desde un mapa ya trazado. Jugamos un poco con eso de las no canciones de La Nube, porque las que hacemos escapan al rigor de la canción popular, que es algo que podés sintetizar en una guitarra y una voz. Con la gran mayoría de las canciones de La Nube, no pasa eso. Eso es imposible porque están construidas desde su esencia para un formato donde las cosas están pasando por fuera de esa síntesis”, dice Juanito. Y define: “La palabra que se me viene todo el tiempo sobre el disco es la no certeza respecto de lo que va a ocurrir. Porque somos tantos y siento que es tan fuerte el peso de cada uno dentro de la banda, que eso lo hace muy frágil. Todo está supeditado a una energía muy vertiginosa e inestable, con lo cual puede ser que dure muchísimos años”. Para Clara, La Nube “es más que una suma de partes, entre todos formamos una nueva cosa. Así, cosa. En La Nube pareciera ser que es un grupo humano que está como encastrado entre todas sus partes y es un nuevo objeto, más grande”. Si todo lo que dura es eterno, así serán, pues, las canciones de La Nube. Como el tiempo, tan inasibles. Como los niños, que de tiempo nada saben y que mantienen allí, imperturbable, un único dogma: el juego.

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