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Domingo, 6 de febrero de 2005

Segundos afuera

La película de Eastwood: ¿obra maestra o cliché?

Por H. F.

Millon Dollar Baby es todas las películas de boxeadores de los últimos setenta años, desde El Campeón con Wallace Beery y Jackie Cooper hasta Rocky V, con Sly Stallone y su hijo Sage (ah, paradojas, ambos nombres significan “sabio”) comprimidas en una. El resultado puede ser visto de dos maneras: como un clásico indiscutible o el conjunto más desvergonzado de clichés de historias del cuadrilátero de que se tenga memoria. Eastwood es Frankie Dunn, el mejor cut-man (el tipo que arregla las heridas de los boxeadores en el banquillo) de su era y un entrenador extraordinario con un solo pupilo. También es dueño del semiderruido gimnasio Hit Pit, en el que Scraps (Morgan Freeman), un viejo boxeador que perdió un ojo en una pelea que Frankie hubiera debido parar, es el ordenanza, sereno, sparring, lo que haga falta. El pupilo de Frankie, un muchacho negro que sabe que tiene pasta de campeón, lo abandona cuando comprende que con el viejo entrenador nunca tendrá una chance para el título –Frankie no quiere arriesgarlo porque teme que pase lo mismo que con Scraps–. Entra en escena, entonces, Maggie Fitzgerald (Hilary Swank, muchos dientes para el ring), una boxeadora muy, muy pobre que sueña con que Frankie la entrene. Pero Frankie no entrena “nenitas” y la desestima. Maggie, puro entusiasmo, es de la que no pueden aceptar un “no” e insiste e insiste aun cuando ya todos sabemos que no existe la posibilidad de que sea rechazada. Cuando Frankie comienza a prepararla, las habilidades boxísticas de Maggie se multiplican por cien. Luego de una secuencia de rivales que parecen extraídos de una versión femenina de Rocky III, llega su gran oportunidad: una pelea por el título. Lo que sucede a continuación cambia el tono y hasta el género de la película, para convertirla en algo mucho más denso, tortuoso y lacrimógeno. En definitiva, se trata de un melodrama de tres personajes que son conducidos por la desgracia a una peculiar forma de redención –el tema central de la películas de box–. Para sus fans, Eastwood es el heredero directo de John Ford y Howard Hawks, el último suspiro del clasicismo cinematográfico, gloriosamente libre de toda exhibicionismo narrativo o ironía posmoderna. Pero en esta película Eastwood no está revitalizando un género moribundo, hurgando en el pasado y reconvirtiéndolo, tal como hizo con Los Imperdonables. Está reescribiendo El Quijote, al pie de la letra, muchos, muchos años después. Borges nos enseña que Pierre Menard fracasó en semejante empresa, porque el contexto no es el mismo y, aunque la versión de Menard, idéntica en todo a la de Cervantes, no careciera de virtudes y no fuera tan disfrutable como la original, ya no es la obra maestra que había sido cuatrocientos años antes. ¿Es Millon Dollar Baby una película magistral, como parecen indicar las críticas, la respuesta de los espectadores, las nominaciones para el Oscar? ¿O pueden varios centenares de miles de fans de Clint Eastwood estar equivocados?

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