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Domingo, 6 de octubre de 2002

Haciendo Eco

Umberto Eco y la pregunta del millón: ¿Qué derecho debe prevalecer cuando el pueblo manifestando impide el acceso de los representantes a sus bancas?

Plazas hay en todo el mundo, pero no siempre se escriben con mayúscula, como en Italia. Es esa importancia de la Plaza lo que los girotondi parecen estar reivindicando, y es eso lo que parece estar deparándoles tantas felicitaciones como recelos. Semanas antes de conseguir que varios cientos de miles de personas (los números van de trescientos mil en adelante) se reunieran en Roma, la Fiesta de la Protesta ya había logrado que el gobierno italiano no pensara en otra cosa. Enfrentado con la imagen de la Piazza San Giovanni poblada por una multitud de girotondi, el ministro del Interior Giuseppe Pisanu declaró que había que defender el libre acceso al Parlamento y el derecho de los elegidos por el pueblo a sentarse en sus bancas de diputados. Umberto Eco salió inmediatamente a señalar el revés de la trama: el derecho de ser representados en el Parlamento evoca automáticamente el derecho de “salir a la plaza: el derecho de manifestar libre y pacíficamente las propias opiniones”. “La referencia al derecho de salir a la plaza parece tan evidente que no tendría sentido felicitar al ministro por haberlo citado, pero vivimos en tiempos oscuros y no debemos olvidar que menos de dos semanas atrás este derecho había sido cuestionado por el presidente del Senado, Marcello Pera, quien había advertido que la política no se hace en la plaza sino en las bancas parlamentarias. Con esa advertencia retomaba las opiniones ya expresadas en los últimos tiempos por la mayoría parlamentaria, que más de una vez expresó irritación por las manifestaciones públicas. Ahora bien, ya que las opiniones de personas tan ilustres pueden ser escuchadas en la radio o la televisión hasta por los más pequeños, a veces aprovechándose de la oscuridad de la noción de democracia, es necesario reflexionar un momento sobre la función de la política de la plaza”.
Las manifestaciones de la plaza pueden ser de diferente tipo. Algunas dieron origen a represiones terribles; a veces la plaza se reveló feroz e incontrolable; en otras ocasiones fue manipulada por el poder para sus propios fines. Pero –como escribió Eco días antes de que la Piazza San Giovanni se vaciara tan pacíficamente como se había llenado– “la plaza no se manifiesta sólo por la violencia, y las democracias occidentales la reconocieron e institucionalizaron como lugar de libre expresión; con esto no me refiero románticamente a la voluntad popular, pero sí, al menos, a los sectores menos escuchados de la opinión pública”.
En las democracias hay tres poderes: el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial, los tres soberanos en sus respectivos ámbitos. Pero las democracias también le reconocen al pueblo –que es la opinión pública en sus varias expresiones– el derecho a controlar los poderes del Estado, a evaluar sus acciones y estimularlas, a manifestar eventuales insatisfacciones sobre la conducción de la cosa pública. En ese sentido, dice Eco, la voz del electorado, que no puede manifestarse sólo el día del voto, es útil para el Parlamento y para el mismo gobierno; para el gobierno porque le da señales, y para el Parlamento porque de la insatisfacción popular se pueden extraer indicaciones útiles para las sucesivas elecciones (que es, además, lo que se intenta conocer mediante encuestas y sondeos, un recurso, una plaza virtual que nadie considera una forma ilícita de presión).
¿Cómo se expresan las opiniones de los electores?, se preguntó Eco. Y se respondió así: “A través de la acción de diferentes líderes de opinión, de diarios, asociaciones y hasta de grupos de interés particulares, tanto que en Estados Unidos está prácticamente institucionalizada la función de los lobbies, que intentan favorecer los intereses de cada grupo particular, ya sea el de los fabricantes de armas o el de los que defienden una minoría étnica o religiosa. Pero hay que tener presente que estas opiniones se expresan, además, en un escenario público como la plaza”. Las democracias conocieron históricamente infinitas demostraciones públicas, que no son tales exclusivamente en virtud de la cantidad de personas que participande ellas. En ese sentido, “basta con ir al célebre Hyde Park Corner londinense para ver a la gente que, parada en un podio improvisado, arenga a los transeúntes. Las manifestaciones públicas también pueden ser imponentes, como el Moratorium de Washington contra la guerra de Vietnam, en 1969. La plaza se manifiesta siempre de diferentes formas, y es la ley de la democracia que pueda hacerlo mientras no degenere en violencia ni sea aprovechada por algunos para romper vidrieras o incendiar autos”. Es cierto que en “las manifestaciones de la plaza”, como las bautizó Eco, la cantidad hace diferencia, pero “cantidad no es una fea palabra, ya que es de acuerdo con la cantidad (a falta de criterios más seguros) como se rige la democracia, y ya que en las elecciones ganan quienes consiguen más votos. La plaza, cuando se comporta de modo no violento, es expresión de libertad civil, y en general consideramos que aquellos en los que no se permiten manifestaciones en la plaza son países autoritarios. Es más: ¿Dónde pronunció el presidente del Senado (italiano) su arenga en contra de la plaza? En la misma plaza, en una manifestación que se desarrollaba puertas afuera del recinto parlamentario y que pretendía expresar la opinión de una parte de los ciudadanos, con lo cual la condena a la plaza hecha en la plaza parecía la reacción de un severo moralista que, queriendo condenar la práctica del exhibicionismo, entra en una iglesia, se abre de golpe el impermeable, exhibiendo lo que no se debe mostrar, y grita: No hagan más esto, ¿entendido?”.
Algunos miembros del gobierno liderado por Silvio Berlusconi fueron más perspicaces y admitieron que el derecho de manifestar en la plaza existe “con tal de que no se muestre lo que no se debe mostrar”. Para Eco fue evidente que “en la situación en la que vivimos, se advierte un nuevo clima de desconfianza hacia la plaza. Claro que hacia la plaza de los demás, no hacia la propia. Sin embargo, en democracia no debe haber diferencias entre la Piazza del Popolo (Plaza del Pueblo), la Piazza Risorgimento o la Piazza San Pietro. Las plazas son todas iguales, son de todos, abiertas a todos. Y cuando quedan vacías, apenas ocupadas por tanquetas o carros de asalto, se suele hablar de República bananera”.

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