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Domingo, 5 de octubre de 2008

EL LARGO Y CáLIDO VERANO: PAUL NEWMAN ES BEN QUICK

Comer con los ojos

 Por Mariana Enriquez

Conrad Hall, el legendario director de fotografía que retrató a Paul Newman en su gran momento de los ’60 –en Harper (1966), La leyenda del indomable (1967) y Butch Cassidy & The Sundance Kid (1969)– se puso a llorar cuando le tocó hacerlo otra vez, después de mucho tiempo, en 2002, para Camino a la perdición de Sam Mendes. Entre las lágrimas, Hall decía: “¡Era tan hermoso! ¡Era tan hermoso!”. Un lamento por la belleza perdida que resume el tumulto que provocaba la hermosura de Newman, y los nervios que causaba ese aparente “no darse cuenta” que él daba a entender en sus entrevistas y en su personaje público, una indiferencia que a lo mejor tenía algo de verdad, porque Newman era daltónico: él jamás vio tal cual eran esos ojos azules que tanto alboroto causaron. Cuenta Daniel O’Brien en su biografía del actor: “El me sugirió un epitafio: ‘Aquí yace Paul Newman, que murió fracasado porque sus ojos se volvieron marrones’”.

El llanto de Hall, aunque conmovedor, resulta un poco exagerado. Porque Newman también estaba hermoso en Camino a la perdición. Newman murió hermoso, Newman siempre fue lindo, tanto que es difícil elegir una época o una película. Se puede, sin embargo, detener la mirada en un puñado de las que hizo entre 1958 y 1962, probablemente no su mejor época como actor, pero sí su momento de belleza más escandalosa y monumental, una hermosura definitiva e intransferible, una belleza a la que se le puede aplicar aquello que cantaba el bluesman Howlin’ Wolf en “Back Door Man”: “Los hombres no saben, pero las chicas entienden”. Es el Newman sureño, el de Tennessee Williams, el de William Faulkner y el de Gore Vidal. El cuarteto de películas de 1958: La gata sobre el tejado de zinc caliente (Robert Brooks) El largo y cálido verano (Martin Ritt), El temerario (1958, dirigida por Arthur Penn y escrita por Gore Vidal) y Dulce pájaro de juventud (1962, de vuelta Brooks). Es Newman como sex symbol ambiguo, su momento menos viril, menos patricio. Era joven y glorioso. Acababa de conocer a la que sería su esposa hasta la muerte, Joanne Woodward, en el set de El largo y cálido verano, una película ocasionalmente interesante pero bastante mala, en la que Orson Welles se la pasa gritando en un extravagante acento sureño y tres relatos de William Faulkner (los cuentos “Barn Burning” y “The Spotted Horses” más la novela “The Hamlet”) aparecen diluidos hasta resultar una versión de segunda de un drama de Williams. La cuestión es que en El largo y cálido verano Paul Newman hace dedo en la ruta y Joanne Woodward lo levanta, y desde ese momento son casi dos horas de audiencia deseante boquiabierta, porque de verdad lo que se ve en pantalla es incomprensible. Ben Quick –así se llama el personaje ambicioso, buscavidas y supuesto pirómano, condenado y farsante de Newman– es el hombre más lindo del mundo y también es bastante canalla, pero poco importa, sobre todo en una escena donde está de jean y camiseta blanca sin mangas cavando la tierra, o en otra donde sale de la pieza para poder dormir –hace calor, se entiende– y se pasea en calzoncillos y le conversa a la Woodward abrazado a una almohada y tiene un cuerpo que sólo es comparable al de Brad Pitt en Thelma y Louise (Pitt ha tomado nota de Newman), sólo que más lindo.

Durante esa película, Newman estaba casado con su primera esposa y Joanne estaba comprometida con un hombre que luego sería gran amigo de la pareja: Gore Vidal. Durante un tiempo largo, los tres vivieron juntos: Joanne le servía de pantalla a Vidal para que él pudiera vivir su sexualidad gay más libremente. Pocos saben qué pasaba en esa casa y los tres involucrados tuvieron toda la vida la decencia de callarlo. A lo mejor no pasó nada: a lo mejor eran nada más que amigos, como dice la historia oficial. (¡Pero cuánto cachondeo mental!) Vidal se encargó de fetichizar a su amigo Paul en El temerario: ese Billy The Kid es por demás ambiguo, feroz en la venganza de la muerte –como Aquiles–, autodestructivo y hermoso como todos los efebos de leyenda de aquel entonces (es un papel escrito originalmente para James Dean, que murió antes de poder hacerlo; antes, Dean le había ganado a Newman el protagónico de Al este del Paraíso). Después de esa vida en trío, la pareja continuó una amistad muy cercana con Vidal, que en su autobiografía cuenta una anécdota deliciosa sobre su amigo: una vez iban por la calle, caminando, Paul y él; Gore escuchó un ruido, vio una mujer en el piso y quiso ir a ayudarla. Pero Newman lo agarró del brazo y lo obligó a apurarse. “Se desmayó porque me vio”, le dijo, avergonzado. “Vamos antes de que se junte gente.”

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El largo y cálido verano (The Long, Hot Summer, 1958), que el director Martin Ritt realizó sobre una adaptación diluida de tres relatos de Faulkner. Esta última es la película en la que conoció a su mujer, Joanne Woodward.
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