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Miércoles, 9 de enero de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › LIBROS. "INTERVALO LUCIDO" DE LISANDRO GONZALEZ

Señales de un estilo propio

 Por Roberto Lobos

Un concurso. Un premio (el José Rafael López Rosas que otorga la Asociación Santafesina de Escritores). Cualquier excusa vale para, como en este caso, encontrarse con otra producción de la nueva generación de poetas rosarinos. Intervalo lúcido, el último libro de Lisandro González coloca al lector, una vez más, dentro de sus estratos terrenales e invita a recorrerlos interpretando esos espacios cotidianos como huecos de un tiempo que inevitablemente va transcurriendo. Esta vez ha elegido denominarlos intervalos lúcidos porque no puede ni ¿quiere? desprender que en esos huecos la constante es la ausencia de lugar para lo impensado.

Desde ese lugar habla en imágenes que reflejan dos seres ("en aquellos días/ nuestra sed/ era de lluvia"). El universo del poeta se dibuja, entonces, en un abanico desplegado desde las sombras que abren el libro en una extraña combinación de felicidad y melancolía ("te descalzaste entonces/ tu triste talón vulnerable/ pudo alejarte/ descalza, prudente").

González continúa repitiendo a lo largo de esta nueva obra formas y señales de un estilo propio que lo perfilan como una voz que ha encontrado ese cauce donde, para expresarse, utiliza todos los recursos que la cuidadosa elección de sus palabras necesita ("tus manos van a soltarse del paisaje/ hacia donde un viento sin aire/ te calme").

El desarrollo de cada uno de los capítulos está atravesado de principio a fin, por la recurrente mención de dos palabras que van entregando claves para comprender ese arco de lucidez que propone el autor: las citas del agua y la lluvia nos transportan en una comunión de voces donde la vida y las serenas reflexiones sobre el pasado constituyen un tránsito demasiado complejo como para presumir que esos versos son sólo un simple hallazgo de papeles personales o manteles abiertos en cualquier lugar. El párrafo ("nos acaricia/ y enreda el pelo/ y entonces intentamos/ guardar en cajitas de agua/ esos intervalos") es un claro ejemplo de esto.

Son giros que van señalando esos nuevos rumbos que desea revelar y a través de los cuales levanta un efectivo soporte que consigue transportar al lector adonde él mismo lo desea. Ese es, probablemente, el mayor logro de Intervalo Lúcido.

Las sombras de esas siluetas que dan comienzo al libro terminan confundiéndose, con total intencionalidad, claro, con aquella imagen del pez volviendo a su elemento, el agua, de la mano de un supuesto pescador en el cierre. Como si se tratase de una autopista de palabras donde la ida y la vuelta se confundieran en un arco iris de infinitos colores.

Nada ni nadie queda afuera. Todos, ellos y nosotros, constituimos esa problemática dimensión humana donde González introduce al lector para que pueda ser disfrutada con la siempre necesaria lucidez.

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