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Martes, 14 de octubre de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › PLASTICA. TERMINó LA CUARTA SEMANA DEL ARTE CON SUBASTA, FIESTA Y RECORRIDO

El procedimiento que sumó belleza

Pensada para sacar las expresiones contemporáneas de sus recoletos ámbitos habituales, la iniciativa sirvió para recobrar la sensación de vida urbana, y para advertir, por ejemplo, que el tacho de basura está ahí y es de metal.

 Por Beatriz Vignoli

"Mas he aquí que para recobrar la sensación de vida, para sentir los objetos, para advertir que la piedra es de piedra existe lo que se llama arte", escribía Víctor Shklovski en 1917 en su ensayo El arte como procedimiento. Y he aquí además (si cabe la perífrasis 101 años después) que para recobrar la sensación de vida urbana, para sentir la ciudad, para advertir que el tacho de basura está ahí y es de metal y que la invisible vidriera es de vidrio, existe en Rosario la Semana del Arte. Que acaba de concluir su cuarta edición consecutiva con una subasta, una fiesta y un último recorrido guiado el domingo a la tardecita por los espacios intervenidos de la calle principal, léase Córdoba.

El jueves 9 tuvo lugar un recorrido completo por todos los espacios. Con inicio en la esquina de Boulevard Oroño y Córdoba, los 32 puntos del derrotero incluyeron una topología que abarca el sentido local más petit bourgeois del término "pertenecer". Se repartieron unos prolijos mapas y a lo largo de la semana, orientados por dos guías del Equipo de Educación del Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino y el Museo de Arte Contemporáneo MACRO, hubo recorridos diarios. El viernes 10 se organizaron recorridos con 6 escuelas, entre ellas una EGB de Froilán Palacios (Provincia de Santa Fe). Los chicos, encantados con el paseo.

El del domingo con adultos parece haber servido menos como introducción al arte contemporáneo que como ámbito de encuentro. Respondió en esto al lema de la 4SAR: "Las ciudades nacen en una plaza, se construyen en una calle y se encuentran en un bar". Un grupo de unas 20 personas interrumpía cada tanto su conversación para mirar, con cortesía pero no con mucho entusiasmo, lo que les era señalado por las guías en cada parada. La organización se esmeró este año en señalizar, indicar, apuntar, impedir que las delicadas obras sacadas del silencioso invernadero del "cubo blanco" (el espacio expositivo tradicional) pasaran desapercibidas entre la masa de información visual provista por el diseño, cada vez más sofisticado y seductor, de las vidrieras rosarinas. Pero los rasgos que el espectador no entrenado en las últimas tendencias neo minimalistas locales sigue esperando encontrar en una obra de arte (belleza, sentido, emoción, elaboración técnica, cuidado por los materiales, presencia, impacto visual y un largo etcétera) se hallaban casi siempre en otro lado, y allí era donde el capital había puesto sus fichas: en el diseño.

En este imprevisto darwinismo estético triunfaban contra toda expectativa keynesiana los más aptos, o los mejor adaptados al medio ambiente; es decir, los artistas que más conscientes habían sido del entorno con el que deberían dialogar sus producciones en la azarosa selva de símbolos que es la calle, y lo trataban como a algo más que simple interferencia o mero ruido comunicacional. Lo que en el museo triunfa (el concepto, la "vulnerabilidad" y otro largo etcétera) desaparecía en la calle donde en cambio se imponía al gusto y a la vista lo técnicamente bien resuelto, lo sólidamente compuesto, lo cromáticamente atractivo, lo figurativamente icónico, lo unívocamente humorístico: es decir, los rasgos artísticamente "regresivos" que hoy son el terreno del diseño. Ni las propuestas más lúdicas lograban revertir esta disparidad. ¿Adivinen dónde está la obra?, preguntaba la guía en la esquina de Presidente Roca y Córdoba, ante una vidriera donde el trabajo de los mejores creativos publicitarios del mundo convencía de las bondades de un teléfono celular. El ¡ajá! del público al descubrir en un rincón un montaje de pared compuesto por unos almohadoncitos casi invisibles de tan blancos sobre una pared blanca ("Blanco", de Mabel Temporelli) fue seguido de inmediato por la suspicacia y la decepción. "A esto lo cosía mi mamá con la máquina Singer", comentó con sorna un señor que había traído sus propios dibujos, unos retratos al plumín técnicamente impecables que mostraba a todos con orgullo.

"Hay muchas obras que generan esa cosa de que no sabés si es parte de la vidriera del negocio o es una intervención", comentó a Rosario/12 una de las guías, Mariana De Matteis. "Hay obras que son más visibles, como los tachos. La gente iba sacándoles fotos y las comentaban". Por "los tachos" se refiere Mariana a una genuina y eficaz intervención urbana que dio que hablar: Al tacho, de Leo Aragües. Por definición, una intervención en el espacio público no debería confundirse o camuflarse con otra cosa y ésta no sólo no lo hacía sino que al reiterar el gesto sencillo de forrar uno por uno los tachos de basura del Paseo del Siglo, siempre con envolturas diferentes, logró enriquecer estéticamente y hacer así más vívida la percepción de los mismos.

Un equipo coordinado por Aragües e integrado por veinte artistas los vistió de aterciopelada pana sintética animal print, de arpillera plástica, de pintura fluo, de duros espejos, de textos o de empapelados con distintas texturas, tanto visuales como táctiles. El procedimiento es el de singularización que postula Shklovski en el texto citado al principio. Y tiene un efecto cívico acaso no buscado: los rosarinos que hayan atravesado la experiencia de contemplarlos, tocarlos, hacerlos objeto de afecto sensible, ya no podrán ignorar los tachos de basura y quizás ahora los usen más seguido. El tacho ha dejado de formar parte invisible de una intemperie hostil para convertirse un compañero de ruta, un personaje, casi un amigo; la calle en su compañía resulta más amable. No se sabe aún si gracias a la Cuarta Semana del Arte los estilos contemporáneos ganarán aceptación y saldrán de la endogamia municipal o si, por el contrario, se incrementará el rechazo que despiertan en el sentido común estético de la ciudad. Pero ésta habrá ganado en embellecimiento literal. Porque las calles, eso sí, van a estar más limpias.

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Al tacho, de Leo Aragües, fue una verdadera intervención, que hizo visibles estos dispositivos.
 
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