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Lunes, 15 de diciembre de 2008

CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. EL úLTIMO GRAN MAGO, UNA MIRADA SOBRE HOUDINI DE LA DIRECTORA GILLIAN ARMSTRONG

Juego entre la ilusión y la memoria

Más que confiar en los efectos especiales y en la enumeración de las destrezas del ilusionista, la directora australiana prefiere sondear en los laberintos del pasado para acercarse a la carnadura humana del artista, al develar un secreto.

 Por Emilio A. Bellon

El último gran mago. "Death defying Acts". (Gran Bretaña, Australia, 2007)

Dirección: Gillian Armstrong

Guión: Tony Grisoni y Brian Ward

Fotografía: Haris Zambarloukos

Música: Cezary Skubiszewski

Intérpretes: Guy Pearce, Catherine Zeta﷓Jones, Timothy Spall, Saoirse Ronan, Jack Bailey.

Duración: 96 minutos.

Salas: Del Siglo, Monumental, Showcase y Village.

7 (siete)

En 1926 moría Harry Houdini. Este húngaro llegado a Estados Unidos cuando tenía cuatro años pasó a ser considerado el más grande escapista de todos los tiempos. A partir de su muerte, en plena y exitosa carrera, numerosas biografías comenzaron a circular en diferentes idiomas. En 1953, la leyenda seguía expandiéndose con ese aroma de los viejos tiempos y Hollywood se hizo eco a partir de aquel film de la Universal dirigido por George Marshall e interpretado por uno de los galanes de entonces, Tony Curtis, junto a Janet Leigh. Atento a las nuevas experimentaciones tecnológicas, el film exhibía un muestrario de trucos y destrezas.

Pero no es éste el camino elegido por la realizadora australiana Gillian Armstrong, a quien ya conocemos por Mi brillante carrera, Oscar y Lucinda y aquella remake de Mujercitas. En este caso, creo que hay que estar más atento al título original del film, que se puede traducir como Actos que llevan a la muerte. Enigmática expresión que nos lleva a explorar otros espacios, que si bien parten de ciertas pruebas que se juegan en un escenario ante un público expectante y atónito alcanzan a las propias profundidades oceánicas de la memoria.

Mas cercano al film El ilusionista de Neil Burger, sobre el cuento Eisenheim, el ilusionista de Steve Millhauser, que a El gran truco de Christopher Nolan, este cautivante film transita desde una puesta en escena que participa tanto de lo pictórico como de lo fotográfico, en donde el trabajo sobre el color y las animadas sombras le otorgan, y no precisamente de manera preciosista, una atmósfera de época. Como acontecía en el film de Burger, interpretado por un singular Edward Norton.

Son varios los elementos que actúan como disparadores de este film, rodado tanto en Melbourne, ciudad en la que nació su directora, y en Edimburgo, locación que remite a la biografía del propio Houdini y al país de donde es oriunda Catherine Zeta-Jones. En primer lugar, se plantea todo un desafío que intenta enfrentar dos posiciones: la que surge del acto ilusionista, combinación de técnicas y artificios, frente a las prácticas espiritistas, muy en boga, entonces, a partir de los años de la Primera Guerra Mundial. Y en segundo lugar, la que apunta a que se revelen las últimas palabras pronunciadas por la madre del gran mago, antes de morir.

Desde aquí, desde esta situación﷓pretexto respecto de términos, vocablos, se comienza a armar una serie de puestas en escena que operan en el terreno de la farsa y la simulación. Y será precisamente una voz en off, la voz de la hija de la protagonista, la que nos conduce por una historia que nos interna en diferentes ámbitos que se pueden pensar como juegos de espejos en el mundo de las ficciones, y de una borrosa y zigzagueante historia de amor.

Film de rara belleza, extrañado e hipnótico, El último gran mago deslumbra por ese tono sombrío y fantasmal, por esa manera en que se asoma ante nuestra mirada en arrebatos de suspense. Y lo hace por otra parte con esa idea de un espectáculo que se va armando frente a nosotros, mediante imágenes de un falso documental, estrategias escénicas, descoloridas fotografías.

Las grandes discusiones de la época sobre verdades o charlatanerías, sobre videntes y psíquicos que se conectan con el mas allá y sincronizan en el mas acá, nos son presentadas en un contexto en el cual emergen las grandes diferencias sociales. Así, siguiendo con este planteo, vemos la confrontación de dos mundos, el de los ornamentados teatros y rutilantes hoteles frente a espacios marginales, como el que habitan madre e hija: una barraca en el interior de un cementerio.

No se trata de una biografía sobre Houdini. Tampoco es un film a la manera del espectáculo de efectos especiales. Aquí todo transcurre desde un tener que adivinar algo -resonancia de "Rosebud"- que puede llevar a un radical cambio de posición: ¿Cuáles fueron las últimas palabras que...? Madre e hija se lanzaran a una aventura mientras Houdini ensayará su arrojo final.

Entre el exitoso Houdini, que ya en los últimos años de su vida gozaba de un prestigio internacional, registrado en el film a partir de los noticieros de época en un verosímil blanco y negro, y las actuaciones de la protagonista junto a su hija, vestida de psíquica egipcia, empujada por la necesidad, por el hambre se irá abriendo un territorio de vacilaciones y sospechas, igualmente no exento de acariciantes gestos románticos.

Imágenes oníricas se van desplegando. El agua como elemento fundante desborda en varios tramos del relato. Rostros desvaídos que se van fusionando en el azul permiten unir una deuda con el pasado y el misterio del presente. Y si bien el film adolece de solemnidad en algunos momentos se disfruta, nos emociona y hasta nos lleva a aquellos tiempos de los espectáculos de varieté y de juegos de pruebas de escamoteo en donde bailar tango era todo un ritual.

Es en esta atmósfera, ahora, donde un secreto está a punto de revelarse. Y es en este punto donde el salto al vacío queda en suspenso.

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Catherine Zeta-Jones protagoniza la tensión entre las creencias, y sus correlatos sociales.
 
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