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Lunes, 1 de junio de 2009

CULTURA / ESPECTáCULOS › CINE. RUMBA RETOMA LA TRADICIóN DEL CINE MUDO Y LOS GRANDES COMEDIANTES

Colorida fábula con ritmo pegadizo

Escrita, dirigida e interpretada por Dominique Abel, Fiona Gordon y Bruno Romy, esta película franco-belga apuesta a la complicidad lúdica con el espectador. Tiene muy pocas palabras, porque los acontecimientos no demandan ninguna explicación.

 Por Emilio A. Bellon

Atípico film, que deambula en un permanente zigzag y se interna en un juego de insospechadas reacciones, en esta coproducción franco belga que lleva el nombre de un ritmo bailable centroamericano. Porque Rumba, film que abre con una clase de inglés, se mueve creando una coreografía de formas y colores que le otorgan una sorprendente dimensión plástica.

En la tradición del cine silente, o como se lo conoce habitualmente, mudo, el film de estos tres realizadores, que al mismo tiempo son intérpretes, mira hacia el trabajo del comportamiento gestual, del movimiento de los cuerpos, de los gags visuales, de ese modo de pensar al relato desde la abierta repetición.

Desde el primer momento ella, Fiona, en su clase de inglés, frente a un grupo de niños sonrientes, dibuja con tiza en un pizarrón la silueta de un simpático perro. Es ese trazo, que se afirma como "naif" el que se va desplegando en el film, por lo que este más que recomendable film pide un cierto grado de complicidad lúdica, en algunos momentos.

Ya desde la primera secuencia, en la que él, Dom, se nos muestra detrás de la ventana, impartiendo a sus alumnos una clase de gimnasia, en ese segundo plano de la acción, reconocemos aspectos de la tradición de la comedia, que nos llevan a los films de Jacques Tati, Pierre Etaix y Jerry Lewis.

Son muy pocas las palabras que escuchamos en este singular film, ya que todo lo que va aconteciendo no demanda explicación alguna. Por el contrario, cada movimiento narra y a medida que avanzamos por ese vaivén de desniveles comenzamos a familiarizarnos con esos códigos, que nos llevan a pensar en el cine experimental de Delicatessen o en el poder y valor de la música y de las actitudes corporales como lo proponía admirablemente El baile de Ettore Scola.

En la historia de los dos protagonistas, Fiona y Dom, un matrimonio felizmente casado, que ostentan trofeos obtenidos en certámenes de baile, que exhiben sobre la cabecera de su cama pinturas de zapatos de baile, conforme a un estilo de años idos, tendrá lugar un hecho trágico. No sin antes haber asistido ambos a otro de los certámenes, situación que se nos muestra -como tantas otras- a través de una narración abreviada, de una natural elipsis, que evita la mostración de los grandes salones, de la reacción del público, del sucederse continuado de las escenas en el interior del mismo espacio. Por el contrario conforme al criterio de sugerir más que explicitar, según el registro planteado, Rumba recorre cada paso de baile desde un movimiento preciso y atento a ciertas reglas compositivas de síntesis.

La casa que habitan Fiona y Dom está pensada como un abierto esquema funcional, conforme a una paleta que singulariza una estética pop. Podemos pensar entonces, aquel trazo inicial que vamos siguiendo desde el hilo de un carretel que va dibujando una serie de imágenes en aquel mismo pizarrón, que van acompañando esta, por momentos mágica historia, que hasta nos regala una interpretación de un tema de bailable, de parte de la sombra de los dos protagonistas, Fiona y Dom.

Como señalábamos anteriormente, en un momento un hecho trágico llegará a ocurrir. En el camino de regreso, tras haber sido premiados en ese nuevo concurso, se cruzarán con un frustrado suicida. Y aquí la historia tomará bruscamente otro giro, situación que abrirá a otra tragedia, ahora, ambos, víctimas de la misma. Entre la pérdida de la memoria, algo que sufre él, y la amputación de una pierna, ella, el film comenzará a llevarnos a los terrenos de un no tan distanciado humor negro, signado por la crueldad, difícil, por momentos, de sobrellevar.

Reconocemos en el universo de los personajes de Keaton ese interrogante ante lo cotidiano, esa incomprensión frente a un mundo que mueve vertiginosamente, ese lugar que el personaje no encuentra. En esta órbita del absurdo es que el film vuelve a trazar otra línea: la que une el director y actor de El cameraman con Samuel Beckett.

Son las pequeñas anécdotas las que se van hilvanando en ese diseño, orquestado por elementos recortados de una estenografía de símil maqueta, que se reconocen en un continuo plano frontal. Son pequeñas microhistorias que se vuelven a identificar permanentemente entre la ingenuidad y el temor, ante cada nuevo hecho que se manifiesta desde un modo lacónico, sin estridencia alguna, entre la ternura y el gesto lírico.

¿Cómo podemos ver nuestro mundo cotidiano desde aquí? En clave de colorida fábula, en que se celebran los legados de tantos comediantes, el film incursiona en ese sucederse de situaciones, por momentos incomprensibles, que nos suelen asaltar a diario. Y el relato va abriendo a lo inesperado, desde ese paso inicial de baile y desde ese trazo que desde el primer momento nos ha pedido que recuperemos otra mirada.

Rumba. Francia - Bélgica, 2008

Guión, dirección e intérpretes: Dominique Abel, Fiona Gordon, Bruno Romy.

Fotografía: Claire Childeric.

Duración: 78 minutos.

Salas de estreno: Del Siglo, Monumental, Showcase, Sunstar y Village.

Calificación: 8 (ocho)

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Fiona y Dom están felizmente casados, y ostentan sobre su cama trofeos de concursos de baile.
 
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