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Martes, 30 de marzo de 2010

CULTURA / ESPECTáCULOS › MUESTRA RETROSPECTIVA EN EL CENTRO CULTURAL BERNARDINO RIVADAVIA

Pintura heroica de Carlos Andreozzi

La ambiciosa exposición revela distintos períodos de una obra neoexpresionista, en diálogo con la tradición occidental.

 Por Beatriz Vignoli

"Con estas obras intento revelar la mente por medio de la forma y manifestar la razón por medio de la materia", declaraba el pintor rosarino Carlos Andreozzi (haciendo eco al concepto de "pintura mental" de Leonardo da Vinci) en el texto de catálogo de su exposición del otoño de 1998 en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia (San Martín 1080), en la totalidad de cuya planta baja expone nuevamente desde el lunes 22.

La ambiciosa muestra, a la que le cabe la definición de retrospectiva, revela diversos períodos de una obra visceralmente neoexpresionista, que desde hace unas dos décadas viene siendo en gran medida un diálogo con la tradición pictórica occidental.

Diálogo no exento de furia, emoción básica del neoexpresionismo, furia que en las obras más recientes de Andreozzi se acentúa a través de consignas que funcionan como las pintadas políticas que una mano rebelde traza en un muro. La monumentalidad, de hecho, es una constante: gran parte de lo expuesto en las tres salas y el pasillo del CCBR son pinturas de dos metros cuadrados. Acorde con el formato, la grandilocuencia de las figuras evoca al muralismo mexicano, aunque con un tratamiento muy distinto: menos clásico y mucho más informalista, casi ingenuo en algún punto. Al igual que aquellos muralistas, Andreozzi dirige su arte políticamente comprometido de gran escala a un público de masas, de ahí lo contundente y directo de su retórica visual.

Sin embargo, en la soledad de su taller en Granadero Baigorria, estas piezas inmensas, verdaderos murales portátiles, se acumulan como un milagro secreto. Un trabajo más pensado de curaduría hubiera sacado a la luz un conjunto de piezas estéticamente más cohesivo y conceptualmente más actual en lo que a montaje respecta. Por ejemplo no parece haber sido una idea del todo feliz, en relación con las nociones de género que se manejan en este siglo, enfrentar una galería de retratos de grandes hombres (Tiziano, Goya, Aristóteles, Belgrano, el Che) a una serie de tres "Scherzos" donde un mismo desnudo femenino (reiterativo al modo de los motivos recurrentes que eran denominados "emblemas" entre los pintores transvanguardistas de los 80) insiste en el tema de la figura femenina como un dato exclusivamente sexual.

Es estridente pero eficaz la retórica visual de sátira política de pinturas que aluden expresamente a cuestiones conflictivas del siglo pasado, pintadas con la urgencia y la intensidad de lo actual. Tal inmediatez donde cabría esperar distancia histórica es el resultado de una voluntad didáctica moral que contrapone hombres admirables a hombres infames. El retrato de Hitler aparece dos veces: en una, en blanco y negro y tachado, junto a un águila y una bandera norteamericana cuyas franjas rojas sangran, bajo un título nada sutil: "Maldito imperialismo". Esta estética se inscribe en aquel proyecto moderno de recuperar la función de la pintura como educación popular: el mural sería una "Pintura Monumental descubierta", como escribía Siqueiros en 1933; un arte de divulgación y transmisión que encuentra su antecedente en los murales renacentistas. Andreozzi continúa esa fe en una pintura capaz de comunicar contenidos.

Hay un salto temporal en el montaje en cuanto a la inclusión de una impactante pieza de 1986, donde una multitud de rostros semiabstractos reeditan el grito primal de la angustia expresionista de un modo que evoca los experimentos de Jorge de la Vega en los 60 y a la vez los carga de inenarrable horror ante la dictadura que transcurrió. Pero aparte de la fecha y la referencia a un premio obtenido, nada parece articular esta obra con las demás. La técnica es muy distinta. No se ve ninguna otra obra del período.

La muestra sin embargo tiene algunos subconjuntos muy sólidos, tales como el tríptico en homenaje a Tiziano o la serie titulada "Manicomio Gèricault", donde reelaboraciones de los estudios de internos de asilos mentales pintados por el autor de "La balsa de La Medusa" habilitan una crítica de la institución psiquiátrica centrada en la Historia de la locura de Michel Foucault. Bordean la abstracción las reescrituras neoexpresionistas que Andreozzi hace del género bodegón, en una paleta que remite a los ocres y los verdes botella de la escuela española (y también a los marrones de Siqueiros). La técnica de pintura a la resina les otorga además a sus obras una densidad material extrañamente mineral, un efecto paradójico de superficie profunda. La pintura grita, compitiendo en elocuencia con el cine. La elección del lugar, una sala con muros transparentes en plena plaza pública, no podía ser más acertada. Es una coincidencia feliz que justo a la vuelta se encuentre el cine Monumental. No es poco logro para un pintor solitario pero de firmes convicciones que recupera lo heroico y lo sublime.

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Maldito imperialismo, una de las pinturas de mayor contenido político de Carlos Andreozzi.
 
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