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Miércoles, 27 de octubre de 2010

CULTURA / ESPECTáCULOS › EDITORIAL CIUDAD GóTICA PUBLICó POESíA REUNIDA (1970-1976), DE JORGE ISAíAS

Entre los libros de la buena memoria

Se trata del primer tomo de la recopilación de poemas del escritor, que se define como "poeta barrial". En la presentación, el autor leyó sus textos con una hermosa voz que transmitía emoción y contagiaba la música de sus endecasílabos.

 Por Beatriz Vignoli

Una multitud de gente de Letras, célebres escritores, compañeros poetas, fieles amigos y antiguos vecinos de su pueblo natal colmó el lunes a la noche la sala de auditorio y teatro del Centro Cultural La Nave (San Lorenzo 1383) con motivo de la presentación del primer tomo de la Poesía reunida (1970 a 1976) de Jorge Isaías. Publicado por la editorial local Ciudad Gótica, con un muy buen trabajo de investigación y edición y un prólogo de la crítica literaria Graciela Krapacher, el rescate de esta obra lírica y épica escrita a fines de los años sesenta y durante la década del setenta (e inaccesible en gran parte hasta ahora) es un acontecimiento literario fundamental. Sus 260 páginas sorprenden por cuanto revelan a un joven Isaías que tensaba la cuerda de su poesía entre el cotidianismo por el que es hoy reconocido y otra cosa más moderna, casi vanguardista, en la línea estética del expresionismo.

A sus anchas, y con el apoyo teórico de Krapacher, "el Turco" Isaías leyó sus poemas de juventud en una hermosa voz que transmitía emoción y contagiaba la música de sus endecasílabos. Además hizo gala de una memoria prodigiosa, capaz de recordar hasta el número ganador con el que uno de los allí presentes había obtenido en una rifa la pelota de tiento que les permitió jugar a los pibes del barrio El Jazmín, en Los Quirquinchos, provincia de Santa Fe. El poeta y cronista de su aldea nació allí en 1946 y pasó su niñez en el diminuto universo de las magras tres manzanas de ese barrio que, por lo que cuenta, son su patria: "Ni regional soy. Soy un poeta barrial", afirmó en un momento de la velada, entre los tiernos relatos de su mente memoriosa, que parecía vagar como un avatar por esa especie de GPS incorporado o Second Life que era el recuerdo de cada esquina o cada puerta de aquel paese al que nunca abandonó.

Pero sí lo dejó físicamente (sin animarse a despedirse de su nodriza, una vecina a quien jamás volvió a ver viva, según relató el autor arrancando lágrimas al atento auditorio) un lluvioso día de 1964 en que llegó a Rosario. Pronto comenzaría a formar parte de una época intensa de la cultura de la ciudad, intensa como la llovizna que insiste en su poesía juvenil. "Era un tiempo de comunión, un tiempo de compartir, un tiempo de sueños, un tiempo de amor", escribe en la contratapa. El joven Isaías trabajó en librerías (que no eran como las de ahora sino verdaderos centros culturales, como recordó luego en los pasillos la esposa del poeta y librero Rubén Sevlever), ganó amigos y con esos poetas amigos fundó la revista La Cachimba. Fue en esos años, entre sus 22 y sus 29, cuando escribió los poemas reunidos en este volumen. "Me gustaría que se leyeran como un homenaje a todos ellos", concluye, refiriéndose a esos lazos afectivos tramados en la poesía de un tiempo más generoso, a juzgar por lo que ellos cuentan.

Con o contra cierto tono de desdén antiintelectualista propio de su época, estos poemas dan cuenta implícita y explícitamente no sólo de aquella intensidad sino de sus apasionadas lecturas: "llegar a casa y emprenderla a los versitos,/ o leer a Joyce sin entenderlo/ pero qué lindo queda comentarlo", confiesa en "Rutina". Sobre todo en su período más audaz, son poemas bien alimentados de un modernismo rico en innovaciones. Hay en ellos ecos de Pavese, del Lorca más extremo o del Vallejo de Trilce. Como muchos de sus contemporáneos locales y nacionales (acá, los del Lagrimal Trifurca y La Cachimba; porteños, los de la revista Poesía Buenos Aires), Isaías recorre un arco estético que va desde el romanticismo tardío de su lírica más temprana hacia altos grados de enrarecimiento y experimentación. Va pasando en el medio por un equilibrio admirable entre cotidianismo y expresionismo; al fin su poesía se depura y asume un gesto épico que la emparienta con José Pedroni y es su obra más difundida. En cuanto a los temas, si su poesía juvenil remitía a la inmediatez de su realidad en la ciudad (los patios lluviosos, los amores, las discusiones utópicas, la labor diaria), a fines de la década Isaías se ancla en el referente de Los Quirquinchos y se responsabiliza de la voz del pueblo, en todos los sentidos de la palabra pueblo. Es aquel otro Isaías, urbano, moderno y mucho menos conocido, el que revela este libro al lector.

Tal como recapitula Krapacher en el prólogo, esta recopilación comienza con el poemario Conatos de un vicio y sigue con su primer libro, La búsqueda incesante, "escrito entre 1968 y 1970 y publicado en este último año". Su siguiente libro, Poemas a silbo y navajazo (1972 -1973) se divide en tres partes: Del amor, Embustes y Del otoño desnucado. (Esta última sección está dedicada a, y acusa la influencia de, Juan L. Ortiz). Según Krapacher, Pájaro anual (1974) revela un perfil de poesía comprometida con la época y "en los poemas recopilados en La cachimba ilusionada (1971-1976) se destaca un afianzamiento en la poesía vanguardista". El libro reedita además uno de los suyos más célebres, el épico Oficios de Abdul (dividido en Historias y Crónicas, con el prólogo de Alma Maritano a la segunda edición por Ciudad Gótica) y se completa con una serie de poemas no editados anteriormente en libro. Allí se incluye la mencionada sección que tiene el poco feliz título de La cachimba ilusionada, amén de otras más que rescatan poemas publicados en revistas y en antologías hoy inasequibles.

Un repaso por las notas de edición ofrece un panorama de publicaciones que seguramente armaban entonces redes latinoamericanas: Acento (Córdoba, Argentina), Ultimas noticias (Caracas, Colombia), Puesto de Combate (Bogotá, Colombia), Cal y Canto (Tacna, Perú), Esparavel (Cali, Colombia), La prensa literaria (Managua, Nicaragua), etcétera. Y basta con echar un vistazo a la dedicatoria colectiva del libro de 1974 para reconstruir una red social local: "A Maru. A Jorge Riestra. A los poetas Guillermo Colussi, Enrique Oliva y, Alejandro Pidello y Héctor Piccoli, por cómplices".

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Jorge Isaías no se fue nunca de su pueblo, Los Quirquinchos, aun cuando viva desde 1964 en Rosario.
 
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