"Nadie quiere ver la locura", se lamenta Fabiana Imola, artista plástica rosarina que desde hace una década y media coordina talleres de arte en el Hospital Colonia Psiquiátrica de Oliveros "Dr. Abelardo Irigoyen Freyre". En el marco de la nueva Ley de Salud Mental, la institución busca "generar puentes entre sus usuarios y la comunidad", mediante dispositivos de externación y de acompañamiento. Este año cumple 15 su Centro Cultural "Macedonio Fernández". El mismo incluye, además de los talleres de arte y muchas otras actividades, el taller de escritura que coordina desde 2007 Hernán Camoletto, guionista de una película realizada el año pasado con gente que vive en el hospital y gente que vive en el pueblo. Para celebrarlos, el viernes pasado, en los primeros cuatro pisos del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Macro, Bulevar Oroño y el río) se inauguró Enciclopedia Oliveros, una selección de obras creadas por 35 participantes del taller, con curaduría de Imola y de dos invitados: Max Cachimba y Claudia del Río.

Los expositores viajaron desde una institución a otra: desde el hospital, a un inhóspito museo con el ascensor roto donde se concentraron en la explanada, afuera, ante la prohibición del personal del museo de acceder al quinto piso, donde hubieran podido sentarse. Su único cocktail fueron las viandas del hospital, arriba de la combi.

La muestra, sin embargo, tiene un hermoso y cuidado catálogo, con 12 autobiografías y tres textos críticos. Y las obras sorprenden por su normalidad. Se trata principalmente de dibujos a crayon color. En el cuarto piso pueden verse pinturas expresionistas, de intensa gestualidad, por Antonio Vázquez y por Juan Carlos Ludueña, junto a una contundente instalación por Aníbal Brizuela que acompaña sus personalísimos dibujos (que Del Río viene integrando a su Club del Dibujo). Pero salvo por Brizuela (quien inscribe en papeles, desde mucho antes del taller, palabras y emblemas de su propio sistema) y por algunos otros creadores muy singulares, como Norma Rey, Cristina Zimmerman, Eduardo Giovanini y Oliverio de Vincenti (quien dibujaba espontáneamente en las paredes del hospital, también antes del taller; falleció antes de la muestra), no prevalece el esperado genio de la locura, el que hace nudo en su propia estructura a través de su arte.

Predomina, sí, el arte que hace lazo.

Imola cuenta que al taller ella siempre lleva imágenes de la historia del arte, que los artistas de Oliveros en general buscan imitar; eso explica la recurrencia de formas inteligibles para el gran público y géneros tradicionales como el bodegón o la figura. Las de animales son enternecedoras: un gran oso por Enzo Núñez, uno pequeño, una diversidad de pájaros. El montaje y el enmarcado fueron hechos con sensibilidad. Esto destaca Fabiana Imola de los curadores que convocó. "Se enamoraban de lo que veían", recuerda la artista.

El objetivo es que "ellos" logren lo que quieren, nada distinto de lo que quiere cualquiera: "festejar", escriben, o "expresar emociones"; ser mirados, queridos, apreciados. Poner en valor la obra de arte es una consigna, también aquí. La tallerista militante se pone una camiseta que fue literal: las remeras del proyecto Popi, pintadas por Cristina Zimmerman con esos trazos suyos que buscan hacer cuerpo, elocuentes en su enigma y en su espesor. "La simetría estabiliza", reflexiona Imola, pensando en las composiciones de Antonio Cabrera.