rosario

Lunes, 21 de noviembre de 2005

CONTRATAPA

Agente encubierta

 Por Sonia Catela

Me afilié al Partido Rojo Revolucionario, recibí las aguas bautismales en la Iglesia de Jesucristo de los Tiempos Postreros y comencé mi carrera de modelo hace dos meses, en el mes de noviembre, con un par de días de diferencia. Grandioso. ¿Cuántos años tenés, camarada? planilla y birome en mano Vladimir me incorporaba a las huestes rojas, tomándome datos, Vladimir se proclama apóstol de Lenin, marca hoyuelos como los de Tom Cruise y baja el cierre de su campera de aviador aunque trabaje de sodero, "diecisiete, camarada", él me ingresa a la Juventud Comunista y me asigna la misión de infiltrarme como agente encubierta en el Movimiento Conservador que vienen a ser nuestros enemigos de clase, para lo cual me maquillo, me visto de burguesa, vestuario que me proporciona el Partido a través del bosillo de Vladimir (en caja no hay fondos) y que compro en las mejores boutiques del shopping; para camuflarme aprendo tácticas capitalistas en las que me capacita Vladimir y ayuda la buena memoria que tengo; según me instruye, en la sede Conservadora debo anotar en una libretita las consignas electorales que preparan, la cantidad de asistentes, sus puestos, sus empresas, entre sonrisas que cada tanto mecho ensalzando la eficacia de las leyes del mercado y la abstinencia del Estado para emparejar la sociedad, más otros slogans que Vladimir me dicta, me hace repasar y me toma, mientras financia las veleidades consumistas que hay que cultivar para ser una buena conservadora, pero todo sacrificio es poco y yo me entrego al sacrificio ya que en poco tiempo destaparemos ollas ¿qué ollas? sobornos, acomodos en la municipalidad, discursea Vladimir que habla y habla y le entiendo la mitad. Dos días después, el elder John toca el timbre de casa y con un acento -sexy- me anuncia que anda de misionero salvando almas, y si me interesaba. Lo hice pasar, venía de Utah, y que no desconfiara, que los cristianos de allí ya no eran más polígamos y yo concedí que se notaba enseguida que habían abandonado la poligamia o poligrafía, charlamos bravas historias de la Biblia y me preguntó si me encontraba lista para bautizarme, y cómo no, con tal de seguir viéndolo a John no me perdería misa ni dejaría de dar mi testimonio, aunque con Vladimir habíamos concluido en que alma, alma, pura fábula y de su salvación, ni hablar. Los evangelistas me convidaron a unirme al coro, aprendí salmos de memoria y mi voz los elevaba al reino celestial; usábamos túnicas y había que renunciar al alcohol, al tabaco y al café, de lo cual me eximía cuando conspirábamos con Vladimir y planeábamos golpes como dejar abiertas canillas en baños públicos o escribir grafitis con aerosol, de noche, petaca de vodka en mano. ¿Creés en Dios? requirió mi elder, ¿y vos? Claro que sí, pues entonces, yo me hallaba dispuesta a aceptar lo que era verdad aquí aunque hubiera que repudiarla allá. ¿Cuánto tiempo me duraría la buena vida? No me lo planteé hasta que los acontecimientos se desbordaron. Pero parece que mi vocación no se agotaba entre espionajes y misas, ni con mis precauciones de mujer con secretos, ni al decretar la muerte de Dios en la sede del Partido y alabar al Señor en el templo, ni al besuquearme de lejos con John manteniendo la virtud, y acostarme con Vladimir, porque descubrí las bondades de la pasarela gracias a Juan Manuel, presidente de la comisión de proselitismo del partido Conservador. Grandioso.

Mi agenda se atiborró con desfiles de moda para beneficencia a los pobres, movilizaciones contra el imperialismo, la oligarquía y por el cambio de estructuras, y actuaciones corales en distintas filiales evangelistas. Las tres proposiciones matrimoniales me llegaron al mismo tiempo, formuladas con distintos alcances. Vladimir no habló sino de casamiento civil, más un viaje a Cuba. Leí que en Cuba los cortes de electricidad duran diez horas por día y el hotel al que iríamos es de los de menos estrellas. John, por su parte, me ofreció una visita a Utah, y luego radicarnos aquí en Rosario, ya que se había enamorado de esta ciudad costera. Con Juan Manuel habría catedral y un all inclusive caribeño, más Patria, Familia y Propiedad. Les di el sí a los tres. ¿O acaso la poligamia no ha sido un principio de organización social en tantas sociedades? En ese momento sonó el timbre. ¿Quién se hallaba a la puerta? Alguien a quien todavía no conocía. Tono. ¿Y quién era Tono? Un sacerdote convocado por mi madre para ponerme en vereda. Lo saludé modosamente. Qué lindas manos, blancas, tiene el padre. Y ¿cómo será su cuerpo debajo de la sotana? Qué joven es. A Tono no le costó mucho sacarme un arrepentimiento profundo, una confesión sincera y la promesa de enmendar mi vida. Para consolidar el cambio, él me visitará a diario, o mejor, le sugiero que yo lo vea en la parroquia, un lugar discreto, silencioso, santo, propicio para confidencias y reflexiones prudentes. Tono acepta. Tono me da la mano al despedirse. Su mano fija en la mía su olor a tabaco. Me vuelve loca el olor a tabaco.

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