rosario

Sábado, 9 de febrero de 2008

CONTRATAPA

¿Alguien vio jugar al "chato" Collere?

 Por Jorge Isaias

El primer mito futbolístico de mi pueblo tiene nombre y apellido: Juan Bautista Collere, a quien apodaban "El Chato".

Empezó en las huestes albiazules del Club Federación, pasó a Corralense, de Corral de Bustos, desde donde fue transferido al Club Argentino de Rosario, llegando a jugar en 1945, convirtiendo 43 goles. Pasó un año en Tigre, luego sobrevino una lesión, meses de inactividad y cuando se recuperó se disputaron su pase Chacarita y Racing. Jugó un año en la Academia y volvió a Argentino de Rosario en 1948.

Gracias al inefable Masquique tengo un recorte del diario La Tribuna en este último regreso. No sé cuando terminó su carrera deportiva, pero fue entre la década del cuarenta al cincuenta cuando cosechó sus éxitos profesionales. Al serle requerido el monto de lo que fue había ganado en su carrera.

﷓Doce mil pesos , dijo.

Cuesta trabajo imaginar a los valores de hoy si era mucho o poco esa plata, pero estoy tentado a pensar que en aquellos años los jugadores no eran potentados como ahora. Hay algo seguro, se jugaba con otro estilo y con otra pasión.

Estos son los datos escuetos de una carrera, sacadas de un reportaje en su regreso a la ciudad, del día 14 de mayo de 1948, que no recogen las historias del fútbol.

En esos años, mi vecino el inefable "Pajarito" Pichichello también triunfaba en Tiro Federal, dejó en Ferrocarril Oeste y terminó su carrera en un club de Rosario, cuyo nombre no recuerdo.

A "Pajarito" lo traté, porque cuando caía por el pueblo lo rodeábamos como su enjambre los niños de entonces.

Jugaba en el mismo puesto del "Chato" (entreala izquierdo, según la nomenclatura de aquellos tiempos) es decir con el 10 a la espalda.

Allí desgranaba sus anécdotas ante un público azorado e su infantil.

El caso del Chato es distinto. Nadie, de todos los que he hablado, lo vio jugar. Ni los más grandes. Está sin embargo instalado como un mito inamovible, tal vez, mito inaugural en un pueblo que dio al fútbol decenas de buenos cracks que lustraron y lustran la autoestima local.

Era, según las mentas, pequeño y silencioso, tranquilo, pero una furia en el área, apilaba defensores, y tenía, como los goleadores, un instinto salvaje de gol.

¿Y, él? ¿Cómo era?

Yo conocí a otro Collere, a quien llamaban "Piquino" y trabajaba en el Sindicato de Estibadores con mi padre. Ignoro si eran hermanos pero su única habilidad eran los chistes mordaces y su pasión, el trabajo.

En la década del ochenta jugó en las huestes albirrojas de Huracán un Collere a quien también apodaba "El Chato" y creo, era su hijo. Yo lo vi jugar. Era bueno.

Cuando lo comenté en voz alta, alguien me respondió: ﷓﷓﷓Al otro, el verdadero, no le lustra los botines.

Claro que yo di por sentado que había visto al otro, a Juan Bautista, "al Chato verdadero" jugar aunque sea un partido. Me contestó que no, por la edad, me dijo, pero que no hacia falta, si todo el pueblo sabía que la calidad futbolística y aun humana era incontrastable.

Ahora, cuando estoy recopilando estos apuntes deportivos me desuellan sus nostalgias y, pese a mi obstinación, no encuentro a nadie que haya sido testigo del dominio endiablado que, dicen, tuvo con la pelota.

Los pocos datos orales que recojo, sumado a este recorte amarillento de tamaño sábana que tuvo el diario La Tribuna por entonces, sólo agrega una cara, un cuerpo menudo, un trajecito escueto y prolijo, su ademán en pose fotográfica manipuleado (o intentando manipulear una impresora).

Al pie de la foto, titulado en el contenido estilo de entonces el anónimo periodista acota: "El entreala de Argentino observa curioso el funcionamiento de la titulera Ludlow, Collere parece reflexionar: Esto es muy difícil; prefiero vérmelas con las defensas más duras". Y dejó la máquina para posar en un grupo con los muchachos. Al irse prometió por lo menos un gol.

"Los muchachos" no son otros que los periodistas y personal del taller del diario, quienes al lado posan para la mera eternidad junto al crack que había nacido en mi pueblo, había corrido tras una pelota en los mismos lugares que yo y otros, pero vivimos luego con diversas fortunas esto del fútbol, como el lector supone.

La nota en cuestión, a cuatro columnas, más las dos fotos mencionadas, tiene con su titulito que reza: "Un hombre sobrio".

"Collere es un hombre de costumbres sobrias, sencillo y disciplinado. Nunca se lo ha visto caer en hechos criticables que tanto afean al deporte. El se entrega por entero a la lucha y pugna con recursos nobles en las contiendas más bravas. Pero jamás ha perdido la línea... Lo celebra por él y por Argentino, que se honra con su valioso aporte."

Debo inferir de esta semblanza deportiva, y moral, ya que estaría a su persona y su costumbre, que era el "Chato" Collere un hombre sobrio y discreto como tantos en mi pueblo y en su tiempo..

Pero el mito es otra cosa. El mito lo quiere transformando su pequeño cuerpo sudoroso en un gladiador de jornadas históricas, las que fueron cohesionándose hasta ser este símbolo intransferible, envidiable. Un elegido de los dioses, un hombre que es mito en mi pueblo. Aunque nadie que yo conozca lo haya visto jugar nunca.

Cuando deviene una jugada única, de imposible concreción, la gente dice: "El "Chato" lo hacía mejor", o, al "Chato" sí que este gol no se le escapaba".

Mi pueblo, como tantos otros fue cuna de grandes futbolistas, de craks, que dieron que hablar a las generaciones futuras y fueron mitos: El "Pelado" Miguez, el "Flaco" Meggi, Ramón Giaccobe, el "Chiquito" Giaccobe, su hermano y el último de todos: El "Balazo" Renzi.

También hubo otros, muy buenos a los que faltó "piolín" como dice el tango. El "Pochi" Lencioni, que jugaba como los dioses, sólo cuando quería. Yo lo vi una vez y cuando pregunté por él me refirieron la siguiente anécdota: Lo convencieron y lo llevaron a que se probara en las inferiores de Ñuls. Cuando el técnico, que era Jorge Griffa (nada menos) se acercó a darle instrucciones, él se retiró de la cancha airado y soberbio como un dios. ﷓¿vos me vas a enseñar a jugar a mi, Flaco?,﷓ lo dijo antes de caminar cansinamente hacia los vestuarios con los botines en la mano.

Le faltó esa humildad que tienen los grandes, aunque habilidad con la pelota le sobraba.

Me quedo entonces con ese recuerdo prestado que la historia oral del pueblo me regala, ya que cuando nací, era un crack y ya no estaba entre nosotros.

El "Chato" que se agranda en el recuerdo, pese a ese cuerpo breve, agigantándose en la memoria colectiva, tal vez por ser el primero que se destacó fuera de esa comarca chica, ingenua, llena de sapos y de yuyos, y de cereal y de ilusiones, que como sabemos es el deseo más grande que da manija a la rueda de la Historia y termina transformándolo en mito fundador en todas las conciencias.

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