rosario

Viernes, 13 de enero de 2006

CONTRATAPA

El instante más mentiroso

 Por Hugo Alberto Ojeda

A la vuelta de mi casa vive una parejita de entrerrianos que tienen un horno de barro donde hacen el pan de chicharrón más rico del mundo. Son jóvenes, ella es ayudante de cocina en una tanguería, él trabaja y estudia. El vago sabe que tengo el vicio de la escritura, me pidió que documentara la historia del crimen del peso con cincuenta. Hoy se apareció temprano con un pancito de chicharrón, su inseparable equipo de mate y me empezó a contar.

Era una mañana de noviembre, un sórdido patio techado, un hombre encadenó su bicicleta y se sumó al grupo de vecinos que estaba haciendo cola para pagar. A los costados del patio había sórdidas oficinas, en ellas funcionaba algo del estado municipal de Baigorria. El hombre tenía en sus bolsillos una fotocopia, una billetera y una boleta en triplicado de un depósito judicial.

La fotocopia era un artículo de Foucault: "La verdad y las formas jurídicas". El depósito judicial era por un cobro de pesos de Aguas Provinciales.

Un jilguero había hecho un nido en un hueco de la estructura de hierro que sostenía al tinglado. El pajarito entraba y salía. Volaba, daba salitos junto a la canaleta de desagüe y parecía lo único vivo. Los vecinos esperaban con resignación en la cola. Y la sordidez se profundizaba en los empleados que tomaban mate cocido o iban de un lado a otro.

El trabajo había dejado de ser lo que era pero la burocracia era como el capitalismo, se regeneraba continuamente, tenía aires de maldición eterna.

El hombre sacó la fotocopia para distraerse. La cola se iba moviendo en su quietud. Abstraído en los pensamientos provocados por la lectura, el hombre avanzaba maquinalmente. De pronto, se encontró ante la ventana toscamente enrejada de la oficina del Nuevo Banco de Santa Fe. Justo cuando estaba leyendo a Nietzsche citado por Foucault. "En algún punto perdido del universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquél el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal". Con algo de alivio y estorbo, guardó la fotocopia y entregó ciento cincuenta pesos y el juego Nº 307359 de boletas judiciales al empleado bancario. Este selló tres veces y sentenció: "Son ciento cincuenta y uno con cincuenta centavos".

El hombre apeló el peso con cincuenta, el bancario respondió que era un recargo por el trámite. El hombre maldijo en voz alta a los responsables de la privatización y dio las monedas para completar las exigencias. Al recibir la boleta con el sello rojo y rectangular de la caja 3 de la Suc. Lisandro de la Torre, comprobó que no tenía recibo alguno del recargo impulsivo. Reclamó, el empleado dijo que recibía órdenes, que no podía darle ningún comprobante por el maldito peso con cincuenta. El hombre pidió hablar con su jefe. El bancario llamó con su celular a una tal Dora y luego le dió el aparato. El hombre saludó, reclamó y la supervisora bancaria le respondió con soberbia. ¿Por qué tanto lío?, encima de que le hacían el favor de cobrarle allí, tan lejos de Balcarce y Pellegrini, se atrevía a exigir un recibo por un miserable peso con cincuenta.

Detrás del hombre la cola aumentaba y los demás vecinos rezongaban. El hombre tomó la boleta masticando la bronca más pura, desencadenó la bici y se fue de raje a la oficina local de Defensoría del Pueblo. Allí, una empleada joven y amable le hizo firmar una inútil planilla de reclamo. La doctora no estaba, le dio un número para que la llamara después de las diez. Llamó a esa hora y dos veces más, gastó en teléfono más del peso con cincuenta de la estafa pero nunca fue atendido por la abogada de la Defensoría. Llamó a varios medios para denunciar su caso y a Defensa del Consumidor. Allí está citado el miércoles que viene para una audiencia conciliatoria.

Le agradezco al vago el último mate y, con algo de viejo Vizcacha, le aconsejo que nunca más se atreva a sufrir en una cola acompañado por impresentables como Nietzsche y Foucault. Que le escriba una carta a los Reyes Magos por el peso con cincuenta. O mejor, que consulte al abogado defensor del Chiche Vanrell.

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