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Jueves, 30 de agosto de 2012

CONTRATAPA

Los hermanos Lavari

 Por Jorge Isaías

Desde Canadá me escribe Tago Sánchez y me tira temas que reposan en sus recuerdos y tratan de encontrarse con los míos.

Y me pregunta si recuerdo los circos que paraban en el pueblo en esos tiempos al lado de la Escuela Provincial, la primaria Nº 212. Allí donde hoy hay una cortada que se llama Gil Ferreira Sosa, de una familia que fue la primera que pobló los campos de la zona, muy cerca de Colonia Hansen.

También lleva en sus recuerdos las visitas de las compañías de actores y actrices de radionovelas que luego visitaban los pueblos aprovechando su gran popularidad. Y no era raro que acosaran al que representaba un personaje malvado, el que a veces recibía algunos golpes. Era muy proclive en esos tiempos ingenuos confundir fácilmente la ficción con la realidad.

También las anécdotas del gran Felipe Lavari, conspicuo tambero de nuestro pueblo que había venido de Buenos Aires escapado del trabajo y del ruido. La leyenda dice que Felipe conducía un ómnibus de línea y que un día de calor insoportable, en enero para más datos, paró en una esquina para que descendieran los pasajeros y vio justo allí una cervecería, en la esquina que cruzaba todos los días. Pero ese día le pareció distinto, con los parroquianos que plácidamente se tomaban sus tranquilos lisos o sus porrones suculentos.

A él le pareció muy bien que esa gente reposara bajo los toldos de colores vivos, pero le pareció muy mal que él mismo no pudiera disfrutar a las dos de la tarde del mismo placer, de ese placer hondo de sentir cómo la espirituosa bebida caía por su garganta sedienta, mientras el asfalto se derretía bajo su vista que se le iba nublando. Entonces le pareció muy natural parar el motor y bajarse para refrescar el garguero, y como tardaba tanto los pasajeros se fueron bajando y cuando se dignó salir el colectivo estaba absolutamente vacío y sólo un grupo de mariposas rondaba el motor ya frío. De la empresa debieron mandar a un compañero para que lo llevara adonde dormían estos seguramente destartalados escarabajos verdes con el número 60 en la frente.

Así que Felipe se arrimó a los campos de la zona donde lo había precedido su hermano menor, Juan Lavari, quien andaba escapando de la represión de la Libertadora, como correspondía a un peronista de esos tiempos. Así fue como esos hechos fortuitos en la vida de los dos hermanos produjo el exilio en nuestro pueblo, que no se cansa de repetir sus mil anécdotas -﷓a cual más picante-﷓ porque en verdad rivalizaban en picardías y en la afición por los caballos y la timba con los naipes y otras inclinaciones que incluían al sexo opuesto. Tago me cuenta cómo se divertía Felipe molestando a los magos y prestidigitadores que pasaban ganándose su pan por los pueblos polvorientos de la pampa, y las apuestas que ganaba cuando se salía con la suya y partía el aire con sus sonoras carcajadas.

Y su hermano Juan, o "El Pato" quien era ducho por cascotearle el rancho al prójimo como se decía entonces al que seducía mujeres ajenas, no sin escándalo algunas veces. Y era notable verlos juntos haciendo apuestas en la carreras y como para pagar entrada al observarlos de parejas en un partido de truco, porque a las picardías del pago le agregaban sus años de porteños y esa mezcla era imbatible para que todos, aún los más chicos, fuéramos sus incondicionales admiradores.

Todas estas cuestiones me vienen a la memoria cuando alguien tan querido como mi amigo Tago, cantor y tanguero, me escribe desde su exilio en Montreal, como para que yo haga de cronista de aquellas anécdotas que la historia oral del pueblo ya la tuvo en cuenta y los más jóvenes la repiten pero con la eventualidad en contra del desconocimiento de estos personajes que hicieron la historia chica de mi pueblo, con sus sacrificios, sus trabajos, sus sudores y sus picardías que nunca pasaron de eso, como para arrancar una sonrisa a los azorados copoblanos que festejaban sus chanzas, que ritualmente repetían porque sabían que un público fiel los estaban esperando y cuando se iban por las noches después de haber jugado un par de partidas de truco y haber tomado un poco, lo hacían a sabiendas que esa madrugada los esperaba su trabajo de tamberos, muy sacrificado y muy duro, sólo para guapos en esos tiempos donde se hacía el ordeñe manual, bajo la simple estrella que los miraba, mientras los grillos barrenaban nuevamente la delicada capa de cebolla oscura que la noche extendía sobre los hombres y las cosas.

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