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Jueves, 24 de octubre de 2013

CONTRATAPA › EL BOTE

El animal más grande del planeta

 Por Beatriz Vignoli

A Alejandra y toda la gente del Kandinsky F.

"Macabro hallazgo en Barrio Tablada" dice el texto en pantalla pero el encargado del McWilly's levanta el brazo cansino de donde cuelga un repasador y cambia de canal enseguida. No les anda el control, por lo visto. No parece querer saber, el encargado, nada acerca de qué puede haber sido lo que encontraron acá a la vuelta, en pleno Barrio Tablada, los tres excavadores que aparecieron como de la nada y se pusieron a cavar en el patio del fondo mientras Irazusta y yo revolvíamos los papeles de Agustín Aguirre.

Irazusta levanta la vista pero ya es tarde. Vemos unos segundos de un documental sobre ballenas. El encargado sube el volumen. Una voz en off explica cuánto miden, y enuncia con voz neutra y desapasionada que se trata del animal más grande del planeta.

Yo temo que los haya aún mayores en otros. Diecisiete metros de largo.

--Un animal diez veces más grande que su abogado ﷓-deduce Irazusta.

--¿Vos lo decís por Aguirre? Pero si el Perro mide uno ochenta...

--¿Tan alto es?

--La ballena hembra está por parir ﷓-anuncia el locutor con voz metálica.

--Va llena -﷓dice el Colo Irazusta, y empieza a reírse solo. Parece fumado.

Al encargado del bar se ve que no le gusta la idea de ver nacer un ballenato y entonces cambia, cambia para encontrarse de nuevo con la noticia del macabro hallazgo pero a la que ya le han cambiado el texto: "Cuerpo NN en Newton al 1400, Atopia". Uno de los jugadores de billar levanta la vista y enseguida todos levantan la vista, asombrados, como una manadita de suricatos que hubieran husmeado sangre en el aire.

--Es acá nomás a la vuelta -﷓comenta el encargado, incrédulo.

Y entonces en vez de ver nacer un ballenato vemos sacar un cuerpo por la puerta de la casa de los Aguirre: un cuerpo humano de un metro ochenta de largo, tapado completamente con una frazada, horizontal en una batea de metal que es llevada en angarillas por dos agentes municipales, que lo suben a la mortera y cierran las puertas.

--¿Y eso dónde mierda estaba?

--Obviamente en el fondo, bajo tierra. Quién es, es la pregunta. O quién era.

--¿Vos, Elena, cuánto hace que no tenés noticias de Cachorro?

--Mucho. ¿Qué te hace pensar que podría ser el Perro?

--Intuición. Hace mucho que no lo pienso.

--¿Y?

--Que yo lo pensaba y sentía su presencia. Era como una radio. La siento apagada.

--No transmite más.

--No. Me pasaba lo mismo con Aguirre. Yo sabía cuándo estaba vivo y cuándo no.

--Lo decís como si vida y muerte fueran intermitentes.

--Me pasó con todos mis pacientes terminales. Con Alambrecito Sosa, también.

--¿Alambrecito?

--Aguirre y yo le pusimos así porque lo quería arreglar todo con alambre. Un Máuser se nos trababa y él decía: "Ponele un alambrecito". Era su frase. Al Hambrecito le empezamos a decir después del primero de mayo, cuando empezó a faltar la comida, porque del hambre quedó como un alambre. Eran los chistes de Aguirre. El era el poeta.

--No puedo creer que se rieran de eso. Pobre Sosa...

--¿Te conté de cuando nos encontramos con el inglés que lo mató? Escocés, bah.

--Ah, no murió de hambre entonces.

--¡No, no! En combate, en combate.

La mueca que se dibuja en la cara de Irazusta me resulta indescifrable. El encargado vuelve al documental sobre ballenas. Se aparta del televisor para azuzar a un perro. Es ese perro negro que nos venía siguiendo; nos mira. Nos mira y gime, como si supiera.

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