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Jueves, 24 de octubre de 2013

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Anomia y violencia

En la novela de F. Dostoiesky, Los hermanos Karamazov, Iván uno de los protagonistas afirma contundente que cuando un niño muere todo el universo debe ser puesto en cuestión. En efecto, la muerte de seres humanos que aun están asomando a los avatares de la vida debe interpelar a la sociedad, ya que contradice las leyes de la naturaleza.

En los últimos meses y sobre todo en jornadas recientes han muerto en Rosario niños abatidos por balas, en diversos puntos de la ciudad y los perpetradores de los crímenes son adultos. Adultos que hicieron blanco sobre los cuerpos de niños y adolescente cegando sus vidas de modo absurdo, o al decir del filósofo Jean Paul Sartre "gratuito".

No hay semana en la que en este territorio y en otros de la Región Argentina no aparezcan hechos de violencia que tienen como víctimas a niñas, niños o adolescentes. ¿Una sociedad filicida? ¿Una sociedad en que la vida humana ha perdido el sentido en función de un paroxístico consumismo y el reino de las mercancías?

Las estadísticas al respecto son insoslayables y gran parte de la población parece inerme, pasiva o directamente indiferente frente a este exterminio.

Al parecer, en el presente, se puede morir a causa de la corruptela estructural instalada por el neoliberalismo, con sus secuelas de destrucción de la trama básica de solidaridades que permite mantener los vínculos en las relaciones interpersonales.

En su novela Diario de un loco, el escritor chino Lu Shin lanzó un llamamiento que mantiene una absoluta vigencia: "salvemos a los niños".

Semejante afirmación es una exhortación de alerta imposible de desoír.

La anomia, o falta de respeto a las reglas sociales que permite la convivencia, encamina a las sociedades hacia la violencia, que siempre padecen los menos favorecidos, los más vulnerables los que padecen el imperio del capitalismo patriarcal: los niños y las mujeres.

Frente a esto, nuestra actitud debe ser la de defender el derecho a vidas dignas y no desde la retórica de los discursos sino desde las acciones que llevemos a cabo solidariamente.

Carlos A. Solero

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