rosario

Viernes, 23 de mayo de 2014

CONTRATAPA

de Tinayre

 Por Candela Sialle

No fue por su melena blonda. Tampoco por el brillo que desprendían sus accesorios dorados. No me sobresaltaba el timbre agudo con el que refrendaba a sus auspiciantes más bien, entiendo que me reclutó la misteriosa duplicidad que albergaba su nombre.

Hasta ese momento, ninguna mujer en mi mundo sostenía un apellido que le hiciera lugar a otro. Mamá era Demiddi, la abuela Jaroslavsky, mi amiga Besson. En ese reino infante cada nombre se autoabastecía. Todas ellas se me representaban monstruosamente autónomas.

La única vulnerable era la chica que me cuidaba pero irremediablemente, al cabo de un tiempo, sea por el deseo repentino de engendrar sus propios hijos, sea por una oferta salarial superadora a la de mis padres, me abandonaría. Junto a ella desabotonándome el pintor colorado supe pegarme a la tele para oír la presentación de los almuerzos de la señora Legrand de Tinayre.

Llamarse así era como un truco de magia en medio de una cotidianeidad lógica y bastante tabulada en donde una debía ser una, independientemente de que a ratos se eligiera a otros para abrir la puerta y salir a jugar.

Verdad que el decálogo de los papás progresistas comienza con "sé vos misma"?

Linda changuita te tiran encima justo, cuando sólo aspiras a fundirte con los chicos en el terreno abandonado de la esquina. Por qué ser una misma si hay posibilidad de estar junto a otros? Sagaz el liberalismo, se instaló con displicencia en cada resquicio del sentido común (progre).

Me fetichicé con aquel programa y muy especialmente, con los minutos iniciales en donde la locutora angelada nos alertaba: "Con ustedes, la señora Mirtha Legrand de Tinayre".

Mi pegatina a la pantalla tenía fundamento aunque la cuidadora de turno no lo advirtiese. Quizás su temerosa idea del deber justificaba los reportes diarios y con ellos, mi entrega a los fuegos infernales del castigo materno.

Fue entonces cuando divisé la inminente amenaza de desconexión del artefacto y me vi obligada a idear una estrategia de tele﷓espectadora solapada. Tenía que arreglármela para estar allí cuando ese otro que habitaba a la señora rubia se hiciese presente. Pues tarde o temprano, de Tinayre iba a aparecer.

Disimulé trayéndome al living la cubetera con las témperas, fingiendo ensimismamiento en el dibujo. Otras, interrogaba a Estela (ella fue mi más querida entregadora) sobre su familia en Resistencia, sobre sus planes para Navidad o Reyes. Esta última supo ser la estrategia más efectiva. Tales preguntas sumían a la muchacha de temple Quom en un sopor prolongado que la llevaba a esconderse en la cocina. El balbuceo de una respuesta más o menos precisa la tendría un cuarto de hora alejada. En ese ínterin yo podía mirar la pantalla con tranquilidad. Y es que Estela se demoraba en contestar porque hasta último momento nunca sabía si parte de su sueldo podía ser gastado en el viaje al Chaco o si su familia, preferiría postergar el abrazo y como todos los meses, recibir ese dinero por Correo Argentino. Saben que para el 84" u 85", el amor de los Tobas expatriados era resguardado por el Correo Oficial, cierto? Estela debió esperar a que Menem lo hiciera. Desde 1993 ni el amor por encomienda estatal les dejó a los pobres.

Han pasado treinta años, Chiquita sigue allí, espléndidamente rabiosa, y Estela, a quien nunca le conocí apellido, me etiqueta por Facebook en fotos amorosas de aquella época. Sospecho que tal vez, intuye que me sigue fascinando el enigma de Tinayre. Sospecho que imagina que, me asusta la idea de convertirme en parte de esas mujeres sin intenciones de albergar duplicidad en el nombre, autónomas, y montuosamente solas.

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