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Domingo, 29 de junio de 2014

CONTRATAPA

Fútbol y colonialismo light

 Por Javier Chiabrando

Qué lejos quedaron los días que los argentinos éramos vistos como justos descendientes del Che. Eso nos hacía heroicos, temerarios, aventureros. A nadie le llamaba la atención encontrar a un argentino en el Polo Norte. Si estaba ahí era por algo grande: encontrar petróleo con un destornillador, salvar a las ballenas de su extinción, haciéndoles upa si era necesario. (Otra opción es que estuviera persiguiendo minas, pero en el Polo lo veo dudoso; aunque las esquimales tienen un no sé qué de china gaucha).

Luego lo deportivo. Siempre hubo un argentino metiendo la nariz donde se ganaba al fútbol, al tenis. Si había que darle fuerte a la pelota, lo hacíamos. Y si había que acariciarla, lo hacíamos. Pero pasó el tiempo. Y nos fuimos diluyendo como personajes de Paul Auster, y fue cada día más difícil encontrarnos en situaciones épicas y más común encontrarnos en París, tratando de conseguir esa bufanda que Hermés pone de oferta para la gilada entre las 19,30 y las 19.31 y que casualmente es la más fea, tanto que ni un turista japonés la compraría.

El argentino perfecto ya no es el Che, de ése ya vendieron suficientes remeras y tatuaron excesivos culos. El capitalismo te transforma en lo que no sos o en lo contrario de lo que sos. Te come como símbolo y te caga como publicidad. El Che pasó a ser símbolo de la rebeldía a publicidad de cualquier cosa que se puede llevar en la cartera de la dama o en el bolsillo del caballero, aún los temerosos integrantes de la clase media de cualquier cultura.

El argentino más incómodo siguió siendo Maradona, que fiel a su naturaleza de jugador arranca siempre para el lugar menos esperado. El sistema intentó (no lo logró, o lo logró a medias) acorralarlo. Lo acusaron de todo y sobre todo él dio batalla. No lo acusaron a haber matado a Kennedy porque ya habían elegido a otro gil y hubiera sonado raro. La FIFA nunca lo acusó de robar porque hubiera sido como decir es de los nuestros. Pero sí lo acusaron de ser amigos de otros mafiosos menos fashion, los de Nápoles. Es que las marcas que sponsorean los mundiales pueden poner a fabricar zapatillas a filipinos de diez años a cambio de un alfajor, zapatillas que valdrán 500 dólares en la 5 Avenida, pero no pueden permitir que un boca sucia y deslenguado como Maradona sea la cara de sus productos.

Igual, algunos argentinos seguimos adelante y fiel a cierta ilógica forma de ver el mundo, intentamos ser herederos del Che, y no dejamos de romper las pelotas, de rebelarnos, de incordiar. O se olvidan que CFK en una reunión de los G7, en lugar de chupar medias, dijo que había que reformular el sistema financiero, regular el mercado de capitales y cuestionó a las calificadoras de riesgo? Pero el sistema, el establishment, el capitalismo, la globalización, o como prefiera, siempre tiene un as, o varios, en la manga, y de pronto salieron a adoctrinarnos. Nos dan dos opciones (qué suerte, la mayoría de los países periféricos tiene una): pagar con plata o pagar las consecuencias.

El mundo ya no nos quiere émulo de un héroe, nos quiere muertos de miedo, ordenaditos, cagones. Les cierra mejor el modelo Messi, que quizá es tan grande como Maradona pero garantiza el negocio de todos porque no escupe el asado ni se rebela. Lo que digo no tiene nada que ver con él fútbol. Tiene que ver con política, como cuando el Diego dijo que los italianos sólo se acordaban de Nápoles cuando querían que hincharan para la selección, y logró (una frase!) que toda Nápoles hinchara para Argentina en el mundial de Italia.

Diego fue el representante argentino (o sea que simbólicamente él era nosotros, y nosotros éramos él), que esperó a que la cámara lo estuviera tomando en primer plano para putear al país donde jugaba al fútbol porque silbaban el himno argento. Que cada argentino que se cree valiente, piense si hubiera siquiera imaginado (ya no realizado) semejante acto de rebeldía. La mayoría nos cagaríamos en las patas. A lo sumo aprovecharíamos una caceroleada donde las quejas se confunden e incluso se anulan por antagónicas, para meter la nuestra sin que se note mucho.

El sistema está entrenado para adoctrinarte. Te dice que si no te bajás los pantalones (la cremita la pagás vos, como es lógico), no vas comprar la bufanda fea en Hermés, en Miami serás tratado como el peor de los árabes, y en países que tanto nos deben como España o Italia nos recibirán mal. Y a uno le entran ganas de creerlo, porque debe ser cierto. Mejor ser ordenaditos, no eructar en la mesa, no decir palabrotas, no escupir el asado, no ser como somos, o como nos gustaría ser, herederos del Che, contemporáneos del Diego.

No es tan terrible como el colonialismo del siglo XIX, donde te plantaban una bandera y andá a discutirle. Ni siquiera es un imperialismo a la manera de los 80 y 90. Este es un colonialismo cool, simpático, moderno, fashion, casi una broma entre amigos. Te rompen el orto igual, pero no te invaden el país ni te hacen golpes de estado. Es menos sangriento. Hay menos muertos, o no hay muertos, apenas desocupados, desterrados, desclasados, parias. Es feo pero se pueden hacer muchas películas y escribir muchos libros, para felicidad de los artistas locales. Algo es algo.

Esto ha generado una nueva clase de argentinos, los que se sienten cómodos con este esquema de opresión light. Es fácil detectarlos, porque lo dicen, se sienten felices cuando perdemos una batalla, cuando somos castigados como rebeldes y se nos pone en caja. Hay que entender a estos argentinos. Se sienten protegidos. Se sienten amigos del país más poderoso del mundo. Así, si Cuba nos invade, EEUU nos va a proteger. Si Corea hace un túnel desde allá hasta acá, y un día nos despertamos llenos de coreanos comunistas, los yanquis nos van a invadir pero para salvarnos.

Esta es la "quinta columna" del colonialismo. El concepto fue creado por un general franquista durante la guerra civil española. Cuatro columnas avanzaban sobre Madrid, y una "quinta columna" operaba desde adentro. Eran supuestos invadidos que miraban con cariño a los invasores. Traducido sería "por más que detengan a las cuatro columnas, no van a detener la traición interna". No es casualidad que cuando Argelia decide liberarse de Francia lo primero que hace es acabar con los traidores internos (esto lo recuerdo de la película La batalla de Argel, de Pontecorvo, así que es una cita al paso).

Esos argentinos de bien (porque entre ellos hay amigos y familiares, además de periodistas, políticos, empresarios, etc.) se sienten bien siendo un engranaje menor y dócil de ese mundo, donde hay libertad, shoppings, free shop, descuentos de navidad, cupones y acumulación de millas como viajero frecuente. Y también les parece razonable que ese mundo tenga un jefe. Que sea un jefe que se eligió a sí mismo es un tema menor. Sobre todo porque no se puede discutir.

Los integrantes de una quinta columna no aprenden ni quieren. Saben. Saben qué es lo mejor y qué es lo peor. No importa que haya libros y pensadores internacionales que digan lo contrario. Ellos saben, sin leer esos libros ni escuchar a los expertos, que argentina no es seria, que estamos aislados del mundo, que el gobierno hizo todo mal, que la fragata estuvo retenida por culpa de CFK; saben (sin leer expedientes, a veces ni diarios, ni preguntar quién es Boldt, Ciccone y otros actores oscuros de lo peor de Argentina) que Campagnoli es inocente y Boudou culpable. Y adoran postear simpáticos cartelitos en FB con este refrito, sin aclarar, sin preguntar, sin estudiar, sin dudar.

No hay libertad posible sin romper esa quinta columna. Lamento darles la mala noticia, queridos y rebeldes amigos. De nada vale amurallar la puerta de entrada para detener al enemigo si uno de la quinta columna les abre la de atrás. Y los dueños del mundo van a intentar que alguien de la quinta columna maneje el país, no importa si es Macri, Massa, Binner, Cobos o Juan Pérez. Importa que no se rebele cuando le den órdenes. Importa que no los putee cuando le hagan un primer plano. O que los putee, pero que pague. Y que también pague la cremita.

A nosotros nos queda resistir como hizo Madrid. Siempre tendremos lugar para una cuota de rebeldía. Ante los buitres podemos ponernos una remera del Che debajo del buzo de Just Do It. O tocarnos el huevo izquierdo o la teta izquierdacon la mano derecha al nombrarlos. Pero Madrid cayó, y se instaló una dictadura que te la voglio dire. Igual resistiremos (algunos), y si nos toca caer, que sea con las botas puestas. Eso sí, botas de potro de puro caballo argentino, mierda, carajo.

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