rosario

Viernes, 4 de septiembre de 2015

CONTRATAPA

Mi perro Beliso

 Por Bea Suárez

"'¿Adónde van los perros?', dicen ustedes, hombres poco atentos. Van a sus asuntos. Y son muy exactos, sin cuadernillos, sin apuntes...y sin cartera". Charles Baudelaire (1821﷓1867)

"Qué extraño animal es el hombre!/ Nunca está en lo que tiene delante./

Nos acaricia sin que sepamos por qué,/ Y cuando le acariciamos más, y/ cuando más a él nos rendimos, nos rechaza o nos castiga". Miguel de Unamuno (1864-1936)

Su nombre original es Belisario pero nuestra vagancia verbal hizo a nombrarlo por una especie de apócope descontrolado; tanto es así que él mismo parece haber obviado su marca fundamental (en la que, precariamente, pensábamos mantenerlo) y hoy responde a la voz de "Beliso" como si tal cosa.

Es argentino. Lo fui a buscar a una casa que olía a lavandina hace tres julios. Estaba amontonado junto a tres hermanas, una mamá y una abuela sin dientes que daba miedo. Permanecían todos al borde de la cáscara de un árbol a 4° centígrados de temperatura bajo cero mirados por una supuesta cuidadora quien me relataba (entre otras cosas) el difícil alumbramiento de la perra que lo había parido y la muerte del padre aplastado por un auto 24 horas antes de mi arribo.

Por eso, su solo kilo de peso, más esa historia de palpitante desamparo hizo al nacimiento de un amor que por mucho tiempo no pude describir.

Hace ya tres años que es mío y de mi hija. No es un perro, es una fundación de sentimientos que se impuso en la vida.

No habla ni nunca dijo nada, ni que no, ni que sí; tal vez sea eso lo que más me acompaña.

Es a la vez un perro, cuya sinceridad de auténtico animal cura la enfermedad sin salvación o consuelo, esa que, de no estar él, podría incluso, llegar hasta la choza de la muerte.

En tiempos, en esos tiempos donde la soledad parece no dar tregua, y en mentirosas cuerdas el amor brinda espanto, él, con su pelo crespo, su mirada tan fija, me remonta a la sutil idea de saber que lo quiero hasta perdonarle (de antemano) que sea perro.

Arde en casa sin razones, ladra obediente a su especie. Al ladrido lo concreto yo en frases impropias, traduzco tiniebla en prosa, y Beliso, aún así, hace de mapa cada vez que me pierdo.

Está claro que no es mudo, pero tampoco hablante, por eso elude lo que elude y sin embargo existe. A veces me pregunto si ese ruido entre dientes no es poesía, no es de la misma tela que el castellano hecho poema, no es la memoria del lenguaje en tiempos rústicos, irredento; si no es acaso la última materia de los sueños. Me pregunto si la garganta de mi perro pretende algo, si hay allí discurso en cautiverio.

La viscosidad está de mi lado, él se parece a ramajes nerviosos flotando. Lo siento cómplice de las palmeras, pariente del sol y el agua (que tampoco hablan). Pertenece al costado del universo donde no hay verdades ni sudarios, ni brebajes para dejar gente en la lona. Astuto componente del reino de girasoles y jirafas, cebras, té, vino.

Por eso deviene catedral, por eso su rostro exasperado cuando llora mi hija y él no seca sus lágrimas pero las secunda como una gota de salmuera que pudiera mejorar los remolinos de dolor, el sabor de la vida.

No sé qué pasará cuando se muera. No sé conmigo, no sé siquiera si uno muere en pedazos. Su muerte ya es un arma sin sendero, que solamente se ve con el cristal de la tristeza.

Dicen que multiplicando los tres años por un número se humaniza la edad de mi perro y puedo saber a cuánto equivaldría si deviniera hombre. Calculé que fuera un muchacho, joven, un relámpago, un quinceañero con la casa cumplida, esa casa donde vive mi corazón hecho cenizas.

Es necesario y grave saber que puedo o podría no tenerlo, me desespera razonarlo como parte de la memoria, ya tengo recuerdos por anticipado que me hacen a desmoronar como un castigo previo.

Mientras tanto está ahí entre birome y desvelo, dejando una polvareda de pelos que limpio porque constituyen el sedimento y el compás que su música trajo.

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