rosario

Viernes, 8 de enero de 2016

CONTRATAPA

El concepto de ficción

 Por Roberto Retamoso

No hay -no podría haberla- una única acepción del término ficción en nuestra lengua. De manera convencional y generalizada se entiende al vocablo como la expresión de significados referidos a lo que no es verdadero, lo cual puede entenderse como imaginario e incluso inventado. Baste con consultar el Diccionario de la Real Academia para verificarlo.

Sin embargo, la ficción también puede entenderse como un modo de representación, por mediada que ésta fuese, lo que nos llevaría a conferir al vocablo otra clase de sentidos, más ligados a la idea de un saber acerca de lo representado, que no sería como el saber científico de tipo lógico, racional e instrumental, sino alegórico, simbólico y figurado.

Ese saber, ficcional, por así llamarlo, pero no por ello menos significativo que el saber científico, es el que hallamos cuando leemos la novela A dónde van los caballos cuando mueren, de Marcelo Britos. La novela narra una historia situada entre la guerra del Paraguay y la conquista del desierto, protagonizada por un médico alistado como tal en el ejército mitrista. No es nuestro propósito practicar una reseña crítica de la novela -que ya fuera hecha, en este medio, por Beatriz Vignoli- puesto que lo que nos interesa, en esta ocasión, es la posibilidad de pensar a la novela de Britos como una suerte de antropología ficcional de la Argentina de aquella época. Antropología ficcional que tendría un sustento, asimismo, en una sociología y en una historia operantes, también, en términos de ficción y no de ciencia.

¿Es lícito, en tal sentido, postular una serie de disciplinas o formas del conocimiento social a las que llamaríamos ficcionales? Lo es con la condición de mantener, rigurosamente, la distinción entre esas formas de saber que separan a la ciencia de la ficción, asignándole a la segunda la capacidad de producir una clase particular de aprehensiones, propias de otro estatuto gnoseológico, pero no por ellos menos significativas ni importantes.

Si aceptamos, entonces, que una novela puede leerse como una antropología ficcional, diremos que A dónde van los caballos cuando mueren no sería más que la representación simbólica de un universo cultural marcado por una serie de rasgos particulares y distintivos. Ese universo es propio de una sociedad pre capitalista, signada por relaciones aristocratizantes entre los distintos estamentos que la constituyen. Hablamos, como es obvio, de la Argentina que se configura entre la Revolución de Mayo y la formación de un Estado Nacional hacia 1880. En ese país, que es anterior cronológicamente y previo lógicamente respecto del país capitalista dependiente que terminará de conformarse en la década mencionada, rige un conjunto de preceptos y valores establecidos que constituyen lo que podría llamarse el universo de los valores socialmente dominantes.

De esos preceptos y valores, justamente, habla la novela de Britos, representándolos a través de personajes como el médico, que hacen de su vida una singular trayectoria personal pero también colectiva orientada por esa clase de pautas. Se trata, así, de conceptos capaces de modular comportamientos y caracteres, por lo cual se pueden entender tanto desde un punto de vista ético como político. Esos conceptos refieren por ejemplo al honor o al deber, regulados siempre por prescripciones asimismo pre jurídicas, dado que en vez de obedecer a leyes socialmente sancionadas y admitidas, obedecen a códigos más cercanos a una cosmovisión si se quiere feudal y caballeresca.

Lo notable, en el caso de esta novela, es que el relato va componiendo, de tal modo, lo que podríamos llamar el ser social del conjunto de sus personajes, y que al hacerlo va exhibiendo, por medio de la ficción, sus rasgos culturales, políticos e históricos.

Se dice, habitualmente, que la historia no es más que la visión del pasado desde una cierta posición en el presente. Algo similar podría decirse de esta novela, ya que al recrear ese mundo hecho de relaciones signadas por la violencia, no deja de mostrar, aunque fuese como ausencia, un mundo donde la ley es un mito y la justicia una fábula.

Como el lector advertirá, cualquier semejanza con el tiempo actual es sencillamente una mera y absoluta coincidencia.

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