rosario

Viernes, 15 de abril de 2016

CONTRATAPA

Todo lo que se pueda hacer

 Por Valeria Gianfelici

Ahí el tiempo no pasaba nunca y no quería llorar porque si lloraba Mati se podía descompensar justo en ese momento. Sentada al lado de la cama tomándole las manitos, como lo había hecho hasta ahora, podía controlar todo. La temperatura del cuerpo, el ritmo constante de la respiración, algún acto reflejo atravesado por un sueño profundo.

--Si querés andá a comer algo, yo me quedo.

--No.

--Hace un montón que estás acá, mejor si salís un rato.

--Mejor si me lo puedo llevar a Mati a casa rápido.

El espacio es grande, entrarían más camas pero sólo hay dos. La de Mati y la de don Beto, un hombre mayor que vive pero no recuerda. Está ahí sin saber dónde ni con quién, aunque la mayor parte del tiempo esté solo.

El viejo a veces se despierta y mira al techo. Imita el zumbido del fluorescente. Resopla, rechina los dientes. Si viene la enfermera que le gusta le mira el culo o las tetas, a veces le dice alguna guarangada y a veces se la confunde con la hija.

--Ese perro de porquería.

--Ya lo dijiste veinte veces a eso. No se puede hacer nada. Es el perro del dueño.

--Sí se puede. Me voy a ir a la mierda y me lo llevo a Mati conmigo.

--Andá a donde quieras pero si te lo llevás al chico te mato.

--Perro de mierda.

--El Chicho es bueno, no le hagas nada. Dice el viejo desde su cama.

Se quedan en silencio. Llora de odio con lágrimas blancas y espesas, tan pesadas que les toma tiempo correr por sus mejillas.

El dueño es un hombre que lo tiene todo y ella se resiste a que su familia también forme parte ese patrimonio. Con su marido puede hacer lo que quiera pero Mati tiene que ir a la escuela y jugar como cualquier chico.

--El Chicho viene a jugar a la pelota siempre. No sabés cómo corre.

--¿Y de qué juega el Chicho, don?

--Sos un pelotudo.

En esa habitación no es de día ni de noche. Las paredes están frías. La luz del fluorescente titila y murmura. Es un zumbido que se mete en la cabeza y que, cuando por unos segundos se detiene, alivia.

--¿Qué querés que haga? ¿Querés que haga magia? ¿Que lo llame a Superman?

--Ese no te va a ayudar, pibe. No está nunca cuando lo necesitás. Hay que aprender a cuidarse solo nomás, porque ese, aparece a buscar votos y después se las toma.

Cierra los ojos para irse por un momento del hospital, respirar y bajar la ansiedad. Entonces puede decidir dónde está y cómo se siente. Es de día, hay sol, Mati está corriendo por ahí y ella está tendiendo la ropa. Tiene todo lo que quiere. Lo que zumba son insectos y lo que refresca es la brisa que viene del arroyo.

--Te dije mil veces que ese perro le ladraba feo. Que hasta a mí me mira mal. Que si ibas con Mati te fijaras que estuviera atado.

--Yo tengo que hacer mi trabajo, no tengo la culpa si el nene me sigue a todos lados. Será que la pasa bien conmigo y me quiere acompañar siempre.

No encuentra respuesta para semejante estupidez.

--Me llamó el dueño. Quería saber cómo está y preguntó si puede venir a verlo. Dice que quiere ayudar con lo que sea necesario.

Se volvió filosa. Sus pestañas se convirtieron en lanzas. Si quería ayudar, que hiciera algo para que su marido fuera menos imbécil, pensó. Que le diera de una vez por todas el aumento con el que lo viene boludeando desde siempre. Pero por sobre todas las cosas, que si llegaba a aparecer por ahí, fuera con la novedad de que el perro ya no estaba más en el campo.

--Más vale que ni se le ocurra aparecer por acá.

--Quiere hacer algo. Él también se siente mal.

--Que se vaya a la mierda.

--Si viene pedile todo lo que necesitás. Apurate y aprovechá a pedirle, mirá que cuando pasan las elecciones no les ves más la cara a esos hijos de puta.

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