rosario

Domingo, 12 de noviembre de 2006

CONTRATAPA

Costumbres argentinas

 Por Luis Novaresio

Uno: No sé, a esta altura, qué cosa es. Ni creo que vos los sepas, a pesar de andar recitando el rosario de lugares comunes. Rosario de cosas comunes, digo, y pienso que hasta el mismo hilvane de una cuerda con cuentas que se van palpando a medida de que pase el tiempo con la convicción de que el reloj avanza, tus dedos avanzan, dos minutos, dos centímetros, si eso es la tradición, muerta está. Dios te libre y a mí la fortuna me guarde, vos sabés que yo no creo. No creo. Eso es tradición. No creo en Dios a secas. No creo que Dios sea argentino como dice la tradición, Dios, se ve, no se acuerda de nosotros, al que madruga Dios lo ayuda por más que por mucho madrugar no se amanezca más temprano. ¿El refranero popular es tradición? Entonces la tradición es contradictoria del blanco al negro, de lo níveo ala profundidad. El que calla otorga, chi non parla non dice niente, decían tu abuelo paterno por un lado y la nona materna por el otro. Si en casa de herrero cuchillo de palo explicame el porqué se presume de lo que en realidad se carece. Pero no hagamos de todo esto un tonto juego dialéctico.

¿Qué es hoy la tradición? Y punto. O a lo sumo, ¿qué es hoy la tradición argentina? Rosario, otra vez, de definiciones oficiales, pacíficamente aceptadas porque vienen con el sello de la Real Academia. La primera: femenina, no hay dudas. Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos y costumbres, hecha de generación en generación. ¿Quién transmite? El que gana, como el que dice la historia, el que decide qué es lo transmisible. Problema. Composición literaria. ¿Es hoy Hernández o ya es Patricia Suárez? ¿Los dos? Busco en las ganas de hacer que haya una literatura que cuente lo que hoy pasa hundido en las raíces de lo que fue. Y cuesta. ¿Costumbre? ¿La reacción popular sólo ante el bolsillo, que se vayan todos, corralito golpeado con cacerolas, plaza de Galtieri en las Malvinas? ¿Existe una costumbre argentina o es apenas una comodidad de las generalizaciones como esa inasible noción de argentinidad, italianita o japonesidad? A veces me suena a dogma, indiscutible, necesario como matriz de los autoritarismos. Desesperada necesidad de tener todo definido, sin pregunta, sin duda. La duda, letal virus que inquiere y cuestiona que atenta contra las costumbres nuestras. No embromemos. Seguís mezclando, me decís, con esa vieja costumbre, tradición de definir todo o nada con deseo nihilista de los conceptos. Y no te entiendo.

Hoy la democracia, dicen, luce en Internet. Un solo clic, una tecla correctamente presionada, juega las veces de la biblioteca de Alejandría, te oigo exagerar. El ciego de Borges recorriendo los laberintos de libros podrían ser resumidos, te envalentonás, en un giro de google, odiosa vedette de la navegación un peso por media hora, todos por igual, yo también puedo. Las posibilidades infinitas se reducen apenas en una, dice el sabio que jamás imaginó, creo, Internet. Y sin embargo miro en el oráculo de las tres doble ve y leo: tradición proviene del latín traditio, y éste a su vez de tradere, "entregar". Es tradición todo aquello que una generación hereda de las anteriores y, por estimarlo valioso, lega a las siguientes. Se considera tradicionales a los valores, creencias, costumbres y formas de expresión artística característicos de una comunidad, en especial a aquéllos que se trasmiten por vía oral. Lo tradicional coincide así, en gran medida, con el folclore "sabiduría popular". La visión conservadora de la tradición ve en ella algo que mantener y acatar acríticamente. Sin embargo, la vitalidad de una tradición depende de su capacidad para renovarse, cambiando en forma y fondo (a veces profundamente) para seguir siendo útil.

Y releo. Y otra vez. Y me acuerdo que la infalible Wikipedia banalizó la noche de los lápices, vio a Chile en la Patagonia y los mapas de nuestras tierras sonaban a robo virtual. Tradición de los poderoso, ¿no?

Dos: Doctrina conservada en un pueblo por transmisión de padres a hijos. Así de simple. Así de ejemplar. Eso quiero festejar. Porque, perdoname, me cuesta asentarme en la idea de repetir que en Argentina el Día de la tradición es el 10 de Noviembre, en Memoria de nuestro poeta más tradicional, creador del Martín Fierro: José Hernández. "Moreno, voy a decir, sigún mi saber alcanza/el tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir/ no tuvo nunca principio ni jamás acabará/porque el tiempo es una rueda, y rueda es eternidá/ Y si el hombre lo divide, sólo lo hace, en mi sentir, por saber lo que ha vivido o le resta que vivir".

Por suerte es el propio gaucho con el Negro el que niega esta fecha. Apenas dividir, señalar el tiempo para condenar lo que resta por vivir.

Tres: De padres a hijos. El hijo se llama Carlos. En honor a su padre, también Carlos, al padre de su padre, el viejo Carlos. Carlitos mutó a Peloduro cuando empezó en el choreo. Si lográs hablar con alguno de sus amigos dice que Peloduro empezó a los nueve perfeccionándose en la tarea de campana cuando sus mayores daban los golpes más importantes. Un pibe, a los nueve, sirve para dar el grito de alerta o para colarse por entre los barrotes de las rejas puestas por la clase media. Después vinieron los asaltos por mano propia, los escapes, el aguantarse en la villa amiga. Si fue a los nueve que barrió con la tradición de las Tablas de no robar, fue por allí que empezó a soñar con un mundo distinto, de fantasía, aspirando pegamento. Poxiran, me dice uno que no tiene más de dieciocho, bolsita, ardor y un rato de futuro de vuelo. Y después, lo que sea. Pero se pica poco Peloduro, me dice también el otro pibe. A los quince y pocos meses tiene veinte entradas en la yuta. Multiplicalo por diez con las que se hizo. Es que si este adolescente fue atrapado diez veces, cien no lo fue. ¿Doscientas? El pibe chorro se ríe cuando te mira. Y pienso. Cinco mil cuatrocientos días de vida. Redondo. Y lo divido por el número de robos. Uno cada veinte días de su vida. Más, si lo pienso desde los nueve años. ¿Tradición? ¿Tradición de pibe chorro?.

La ley está enojada. La ley, lo que el poderoso dice que es, así es la tradición, quiere penas duras, que se apliquen desde más jóvenes, que la imputabilidad sea como nosotros, seres decentes, clase media y de voz engolada, queremos que sea. Golpes de pecho desgarrados de funcionarios que abandonaron hace rato el uniforme de servidor público para vestir el de relator hipócrita de las consecuencias, jamás de la causas, sacerdotes devenidos en funcionales organizadores de sitios que no sirven para nada, periodistas sensatos que se enojan con el secretario del poder de turno. ¿Y? ¿O no es tradición, o no es tradicional, la repetición de ritos y costumbres transmitidas de generación en generación? ¿No es tradicional que los pibes chorros lo sean por condena de exclusión? José Hernández, la chacarera, Gardel, Borges son los ritos de esta patria pero también lo es la exclusión de muchos que se quieren meter adentro a las piñas, robando un rato de algo, como sea. En esta patria tan orgullosa de su pasado, en esta cuenca, sojera, cárnica del mundo, no hay un solo sitio para que Peloduro no crea que a los dieciséis años ya no hay nada más que hacer. Tu viejo me mira y piensa que si Peloduro fuera un gatito lo ahogarían en un balde de agua, sin remordimiento. Y, te juro, lo veo nadar a ese pobre pibe desesperado por asirse del borde de la nada. El Estado, tradición también, no sabe ni quiere saber qué hacer con un chico como Peloduro. Y como otros tantos cientos. Y tantos.

Este país amenaza con matar la tradición. No por la música en inglés, por la tele que todo lo dice, ni por ninguna amenaza divina o de los foráneos vende patrias. La tradición se muere porque si hay que esperar que se transmita de padres a hijos, hay una generación que no podrá llegar a ser hijo. Ni hablar de pensar en parir los propios.

Cuatro. Yo no sé lo que vendrá, tampoco soy adivino/pero firme en mi camino hasta el fin he de seguir: todos tienen que cumplir con la ley de su destino. La ley es tela de araña en mi inorancia lo esplico: no la tema el hombre rico/nunca la tema el que mande; pues la ruempe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos.

Es el Martin Fierro. Re tradicional, ¿viste? [email protected]

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