rosario

Viernes, 28 de octubre de 2005

CONTRATAPA

Cirujas

 Por Beatriz G. Suárez *

A Rodrigo Sánchez Almeyra

"...Ese sitio imantado deja escapar a veces sus mezquinos tesoros..."

Olga Orozco. "Con esta boca, en este mundo".

El cirujano ingresa al cuerpo, bucea en el interior como si fuese, por un instante, a conocer con sus pincitas, las mínimas partículas, las pruebas rastrilladas de lo humano.

Abre cueros, la escena aferrada de un alguien a la vida, el lugar por donde viaja la glucosa destinada a la hoguera final pero también la angustia o la preocupación en claves de exilio celular.

Con gesto recortado y un equipo de jóvenes notables lleva su gorra protectora hasta el dolor insoportable y la persona sometida más que en la guerra o tal vez como un niño queda librada al azar de sus movimientos.

Entre tormentas de ácidos y pabellones estrechos coronarios, entonces, opera.

El cirujano llega a saber de los ratones más hondos, los secretos, indaga y saca la vesícula biliar y junto a ella kilos de esperanza. Allí frente a la verdadera vida es el dueño de todo.

Nosotros los comunes, miramos su rostro inteligente bajo los efectos de necesarios narcóticos y él, soberano de quirófano cuadrado, da lecciones de fe en una iglesia de creencias envidiable.

El cirujano: cree.

Yo quiero preguntarle si cuando abrió mi organismo encontró palabras, dichos inmóviles de temblores profundos, si halló acaso páginas del diccionario que me dejó tiesa en algún cólico de espanto; preguntarle qué vio cuando el laparoscopio ingresaba en lo más mío y a la vez me dejaba afuera con su rumor indiscreto.

Anudada en serpientes, desparramada por semillas indescifrables he sido intervenida por siglos de historia y microbiología, una señal de que la cirugía ya no profana cuerpos ni sobrepasa el alma para ofenderla.

Piedras de ágata amplían el margen y agradezco poder seguir organizada con algún órgano menos. Esos que les eran necesarios a hombres anteriores, el apéndice. Y haberme quedado con los imprescindibles, la dignidad por ejemplo.

El cirujano habita la gran contradicción del ser, consistir en materia o expandirse en ideas y maquinaciones.

De todas formas es un hombre y habrá sabido que entre tanta litiasis había emociones, amparos, amistad, permanencia y llanto.

El cirujano desasido de todo y aún en el coro universal que hacen las viseras entiende que a su sabiduría la guió mi talismán, ese que, aún ignorante de betametasona, manejó la ausencia cuando estuve en sus manos.

* [email protected]

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