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Lunes, 15 de agosto de 2011

CORREO

Libertad

En las sociedades en que nos toca vivir la libertad existe a no dudarlo, es una gigantesca estatua ubicada frente a isla de Manhattan que fue obsequiada por el Estado francés al Norteamericano con motivo del aniversario de la independencia del primero.

La libertad existe es el nombre de múltiples calles y avenidas, y son portadoras de este apelativo las hijas de los militantes ácratas en diversas latitudes del mundo.

Pero ironías aparte ¿existe la libertad en las sociedades en que vivimos? Existen libertades como la de comercio entre propietarios, la de explotación de la fuerza de trabajo infantil o adulto, la de circulación de mercancías, la atacar a pueblos indefensos en todo el orbe, la de traficar con niños y mujeres para la satisfacción de los deseos de perversos con dinero.

No es cierto que en las sociedades contemporáneas la libertad exista. Veamos el pánico que invade a los poderosos cuando los pueblos ganan las calles y plazas y deliberan, polemizan y deciden acabar con los privilegios de las elites dominantes.

En las últimos meses hemos observado por diversos medios la ferocidad de los ataques contra multitudes inermes en Siria, Chile e Inglaterra. Los pobladores de los barrios pobres de Río de Janeiro, San Pablo, México o cualquier otra urbe saben del rigor y las provocaciones, de los estigmas y prejuicios.

Las sociedades contemporáneas tienen como coartada convocar periódicamente a la población a optar para renovar a los gerentes administrativos de las sociedades. Los llaman legisladores, gobernantes, mandatarios, etc.

¿Es cierto que la libertad existe cuando todo está reglamentado, estatuído, vigilado y controlado por minorías enquistadas?

Paradójicas sociedades estas en las que las trampas del lenguaje evocan lo estampado con sarcasmo en el frontispicio del "Ministerio de la Verdad", descripto en 1984, la novela de G. Orwell: "La guerra es la Paz, El odio es el amor. La esclavitud es la libertad".

Entonces a usar nuestra inteligencia potente y a demoler las mitificaciones, a tomar nuestro destino en nuestras manos.

Carlos A. Solero

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